miércoles, 26 de febrero de 2014

Alanis: Capítulo 2

Bueno, pues aquí estoy de nuevo.
En primer lugar quiero decir que Laura y Martín son OTP y que ambos se fueron juntos después de que ella viese a Jacobo rehacer su vida. Es un símbolo de su amor puro y verdadero.
En segundo lugar quiero que veáis la serie.
En tercer lugar quiero que veáis también Velvet.
En cuarto lugar quiero que veíais B&B porque me he visto del tirón los dos capítulos que llevan y son geniales y me encantan mucho.
En quinto lugar quiero que alguno rechace a un par de horas de sus días y me las ceda, porque no me llegan las horas, y eso está feo.
En sexto lugar voy a colgar el segundo capítulo de mi fic Alanis.
Sé que algunos os negaréis a leerlo porque flipé mucho con lo del caldero. No os guardaré rencor. Pero os perderéis el siguiente capítulo en el que Álvaro abre su corazón en un aeropuerto. Y el que avisa no es traidor.
Dedicado a la suma sacerdotisa, que es un faro iluminado en la senda del kenal. Y hay que hacer piña:





2          De porras, cereales insípidos y resacas.


Ariadne abrió tanto la boca que podían contársele los empastes. La cantidad era inesperada para los que no sabían su adicción al dulce.
Tania inclinó ligeramente la cabeza, sin saber si había entendido bien el mensaje o era una jerga de ladrones.
Jero tenía el rostro desencajado, y parecía sinceramente incrédulo.
Deker Sterling se sorprendió, soltó una corta risotada, y tendió la mano abierta a su amigo.
-Me debes veinte euros.
Álvaro arqueó una ceja.
-¿Tú sabías algo de esto?
-Sabía que la guerra que se traían Edwar y Jacob era por ti, Bella, lo del bebé ha sido una inesperada sorpresa.
Hizo una mueca ante las referencias a Crepúsculo.
-Más bien es un culebrón venezolano. Y una broma. ¿Verdad?
La esperanza brillaba en el rostro de Ariadne, esperando la confirmación de que todo había sido una broma absurda.
-Lo siento, pero no. Tendrás un primo – confirmó Felipe.
-No sabes si es tuyo.
-Dudo sinceramente que tú cuentes como hombre.
-Dudo sinceramente de que alguno de los dos sobreviva los nueve meses necesarios para descubrirlo a menos que os calléis.
Ambos obedecieron ante el tono de Álvaro, frío, cortante, ligeramente arrastrado, y lleno de ansias asesinas.
-Y… ¿Habéis elegido nombres?
-¿Crees que provocar a un asesino furioso es una buena idea?
-Buena no, pero, ¿divertida? Divertida es un rato.
Felipe tosió para llamar la atención.
-Os contamos esto porque confiamos en vosotros…
-Y os ibais enterar de todas formas – añadió Kenneth.
-… pero debe quedar en el más absoluto secreto.
-Bueno, no es cómo si alguien fuese a creérselo – mencionó Jero.
-¿Eso es bueno o malo?
-No lo tengo muy claro, estoy en shock.
-Esa no es excusa. Apoquina.
Jero refunfuñó mientras sacaba la cartera.
-Quién podría haberlo imaginado…
-Yo pude.
-Tú no cuentas.
-¿Sabéis que es lo peor? – añadió Tania; todos le miraron – Que lo del bebé inesperado y secreto sí que es parte de la trama de Crepúsculo.
-Tania, ¿por qué eres tan cruel conmigo? – se lamentó Álvaro.
-Sólo prométeme que si es una niña no la llamaréis Renesmee.
-¿Ese nombre existe?
-No, fue una amalgama entre los nombres de las abuelas. Fue un detalle bonito, pero el nombre no es que quedase muy bien, a decir verdad.
-Carpetera – tosió Deker.
-¡Dejad de decir eso, jolín!
-Cada vez que dices “jolín” muere un hada.
-¿Eh?
-Referencias a Peter Pan aparte, creo que la conversación a terminado – sentenció Álvaro levantándose para salir.
Kenneth y Felipe se apresuraron a seguirle, seguramente para tratar de convencerle de que se quedase, llorarle, o suplicarle.
-Esto es… Raro.
-Rarísimo.
-Quiero decir – continuó Ariadne –, ¿alguno ha entendido con cual de los dos está?
Hubo unos segundos de silencio.
-Yo creo que ni siquiera ellos lo saben – resolvió Jero.
-Mi tío parecía querer desmembrarles a los dos.
-Yo creo que esta situación exige una porra.
-¿Una porra?
Deker se levantó para coger una libreta al azar y un bolígrafo.
-¿De quién decís que es?
-¿Te parece apropiado hacer esto? – le preguntó Tania cruzándose de brazos con actitud reprobatoria.
-No – reconoció haciendo la tabla –. Yo voto porque es de Murray.
-¿No le odiabas? – le recordó Jero.
-Es un compromiso; él es inglés.
-Mi tío es medio inglés – mencionó Ariadne.
-… Ya me he puesto en la tabla.
-Yo voto por el profe, con lo de la máquina de escribir se portó.
-Eso no tiene nada que ver – bufó Ariadne.
-¿Y entonces, Rapunzel?
-Está claro que es de mi tío. Apúntame cinco euros.
-¿Cinco? ¿Qué clase de sobrina eres?
-Yo no voy a poner más de diez, ya me he arruinado con nuestra última apuesta – declaró Jero.
-Yo pongo quince por Felipe.
Todos miraron a Tania, que se sonrojó.
-El profesor Murray no parece tener genes dominantes, ¿vale?
-¿Te parece apropiado? – preguntó Deker sarcástico.
-¿Tienes miedo a perder o qué? Apúntame de una vez.
-Yo subo a veinticinco – añadió Ariadne.
Deker lo apuntó, riendo entre dientes de una forma que habría hecho estremecerse a todas las madres del mundo.


-Habla más despacio – pidió Mateo frotándose el puente de la nariz –. ¿Qué le ha pasado a un caldero?
-Voy a ser padre, Mateo. ¡Yo! ¡Si ni siquiera supe ser hijo, ¿cómo voy a ser padre?!
Mateo suspiró, sin haber pillado la referencia a Física y Química y sin saber como reaccionar a las noticias de su amigo.
-¿Estás seguro de eso?
-En ese caldero hay algo. Y está creciendo – su mano tembló descontrolada cuando se la pasó por el pelo.
-Bueno, a ver, sé que es impactante, pero no tiene porque ser necesariamente malo.
Al ver su mirada, decidió callarse.
-Es algo malo. Es algo horrible, Mateo. Voy a tener un hijo. ¡Yo! ¡Y ni siquiera sé con quién!
-¿Y quién quieres que sea?
-¿Eh?
-¿Quién quieres que sea el padre?
-Yo… ¿Cómo esperas que lo sepa?
Mateo le fulminó con la mirada.
-Pues eso es lo primero que tienes que saber. ¡Aclárate! Si lo hubieses sabido desde un principio nada de esto habría pasado.
-¡Es que no lo sé! Es decir, cada uno es… Y yo… Y ellos… ¡No lo sé! ¡No lo tengo nada claro! ¡Ambos son idiotas!
-Sí, ¿pero cuál es tu idiota?
Su amigo le miró sin poner ninguna expresión.
-¿Me estás vacilando?
-Cuando te aclares, podrás actuar en consecuencia. Hasta entonces, métete en tu casa y no respondas al teléfono.
No es que hubiese mucho más que hacer, después de todo.

-Felipe.
Mateo siguió hundiendo sus cereales con la cuchara sin variar la expresión.
-Felipe, ¿qué?
-Quiero que el padre sea Felipe.
Mateo cambió de oído el auricular para echarse azúcar.
-¿Y por qué?
-Estoy siendo objetivo – explicó; Mateo podía ver el aspaviento sin esforzarse –. Felipe es rey, y Kenneth miope.
-Así que le has descartado por ser miope.
-No me molesta que sea miope – replicó; Mateo oyó un murmullo acerca de gafas eróticas, pero decidió ignorarlo –, pero si mi hijo lo evita, mejor.
-¿Ese ha sido tu criterio? – preguntó con un suspiro – Estás eligiendo un novio, no un semental.
-No ha sido sólo ese – se defendió –, también he investigado para saber si hay casos de calvicie en sus familias.
-Es una broma – masculló pescando los cereales con la cuchara –, ¿y si no hubiese gafas ni calvicie?
-… Las hay.
Mateo suspiró, probándolos. Sabían a cartón.
-Déjate de gafas, calvicies, y tendencias a las enfermedades coronarias. El niño está encargado. Búscate novio.
-Tú me preguntaste quien quería que fuese el padre – le recordó.
-De forma sentimental, no genética.
-Llevo buscándolo de forma sentimental meses, y no me he aclarado.
-Pues date prisa, el niño no va a esperar a que te decidas.
-¿Quieres meterme presión por alguna razón en particular?
-A ver, Álvaro, eres consciente de que no tenemos quince años, ¿verdad? – preguntó mientras leía la parte de atrás de los cereales.
-¿A qué te refieres?
-Esto podría ser un tema al que dar vueltas si fuésemos adolescentes. Y tuviésemos pechos. Decídete por uno y punto.
-No es tan fácil.
-Ni tan difícil.
-He pensado en tirar una moneda al aire.
-Si haces eso tendré que pegarte – le advirtió –. Se serio, Álvaro, es importante.
-¡Es que me gustan los dos!
-Pues dudo que quieran montarse un trío, así que tendrás que hacer algo.
-¿El qué?
-No lo sé, prueba a buscarlo en Google – ironizó.
Hubo unos instantes de silencio.
-De perdidos al río.
Mateo suspiró ante los pitidos del teléfono y lo dejó en su sitio.
Miró la caja de cereales integrales y volvió a suspirar. Adiós a su iniciativa de dieta sana. Los tiró a la basura y sacó los churros congelados del congelador. Encendió la freidora mientras tatareaba Yellow Submarine, de los Beatles.


La búsqueda en Google no había dado resultados. Se lo esperaba, pero Álvaro volvía a estar sin ideas.
Empezaba a considerar subirse a la mesa y cantar una canción sobre sus sentimientos, esperando que la tostadora cobrase vida y le diese una solución como si estuviesen en una película de Disney.
-Si estuviese aquí la señora Potts…
Cuando tu última esperanza es una tetera de dibujos animados, sabes que has llegado a un punto muerto.
En ese momento, Álvaro tomó una decisión. No fue una decisión que cambiase su vida. No todo apareció claro en su mente. No hubo ningún cambio significativo, más que el cómo sus hombros se destensaron, y la resignación inundó sus rasgos.
No era capaz de elegir.
Seguir esforzándose y dándole vueltas a las cosas carecía de todo sentido.
Que fuese el caldero el que eligiese.
Al relajarse, su cuerpo se hundió más en el sofá, pero Álvaro no se movió un ápice. Continuó mirando al techo, con la mente en blanco.
Y sonó el teléfono.
-¿Sí?
-Álvaro, soy Dylan.
Recordaba a Dylan, o Jesús, como decía su DNI. Rubio, ojos marrón chocolate, buena musculatura, sonrisa bonita y un culo de infarto. Lo había conocido unos años atrás, y ambos habían congeniado rápido. Era un buen compañero para ir de fiesta.
-Hola, Dylan, ¿cómo estás?
-Me he enterado de que has vuelto a Madrid, ¿cuándo ibas a llamarme?
-He estado ocupado – se excusó.
-Tienes que venir de fiesta esta noche, han abierto un club genial, te va a encantar.
La definición de un club genial que tenía Dylan, era aquel en el que había camareros guapos.
-No sé… Tengo mucho trabajo – mintió.
-Siempre tienes mucho trabajo. ¡Somos jóvenes! No te matará una buena juerga.
Álvaro suspiró. No tenía cuerpo para fiestas, pero las paredes de su piso se hacían más pequeñas por minuto, y empezaba a ahogarse ahí dentro. Además, en nueve meses no iba a poder salir por la noche…
-¿Voy a recogerte? – accedió.
-No hace falta, paso yo a por ti.

Como habíamos mencionado, Álvaro era una sartén de teflón para la fealdad, simplemente le resbalaba sin afectarle lo más mínimo. Y, además, era bastante coqueto. Por lo cual, siempre estaba guapo y perfectamente arreglado.
Esa noche batió su propio record.
Brillaba con luz propia, resaltando entre la gente.
Bebió hasta marearse, bailó durante horas, y consiguió veintiún números de teléfono.
La resaca al día siguiente fue brutal.
Sacó lentamente la colcha de encima de su cabeza, e hizo una mueca al sentir la luz natural en la cara. ¿Quién había abierto las cortinas? Se giró, apretando sus maltratados ojos contra la almohada para evitar esos rayos malignos venidos del mismo averno.
Sintió el hombro de alguien en su mejilla.
Se tensó automáticamente.
Él nunca llevaba extraños a su casa.
Giró lentamente la cabeza, para ver el rostro dormido de Felipe Navarro a su lado.
Le gustaría decir que no soltó un grito y se cayó de la cama.
Pero no siempre tenemos lo que queremos.
También le gustaría decir que no fue un grito extremadamente femenino y agudo.
Pero Álvaro, ante todo, es un hombre sincero.


Felipe era una persona capaz de pensar en un millón de cosas a la vez. Siempre lo había sido. Pensaba en mil cosas y conseguía prestarle una atención adecuada a cada una de ellas. Orden en su desorden mental. Él era así, un desorden largo y extenso, dentro del cual había un orden propio. Intrínseco.
Por eso, le resultaba incómodo y exasperante tener un pensamiento monopolizando su cuidado orden mental.
Ese pensamiento era Álvaro.
Y es que era ilógico. Era absurdo. Era un sinsentido.
Porque le conocía desde hacía años, y esos sentimientos siempre habían sido suaves, tranquilos, mansos. Siempre habían estado en un segundo plano.
Ahora monopolizaban su mente.
Álvaro, Álvaro, Álvaro, Álvaro.
Se preguntó cómo era posible que quedasen en algún momento ocultos por una chica cualquiera. Ni siquiera cuando estaba obsesionado con ellas causaban los estragos que causaba el recuerdo de Álvaro.
Constantemente.
Se preparaba unas tostadas y recordaba su sonrisa. Intentaba concentrarse en las cuentas del internado y pensaba que, coño, él había tocado esas hojas, las había organizado, las había redactado, seguramente con una mueca de aburrimiento. Se servía una copa para tratar de relajarse, y recordaba que él lo había hecho ese fatídico día, veía como si estuviese allí el movimiento de sus hombros mientras servía, y el efecto de la luz en su cabello rubio. Pero lo peor era cuando llegaba de improviso, cuando veía ese recuerdo enterrado por los años sin ninguna relevancia pero le ponía la carne de gallina. Un mechón de cabello sobre la frente. Dedos largos y suaves retirándolo, ocultando menos de un segundo sus ojos azules. Los dedos, hábiles, colocándolo tras su oreja, acariciando en un roce la carne suave y flexible antes de caer como si nada. Ese pequeño tirabuzón que formaba el mechón rebelde, doblado contra el lóbulo, atrayendo la luz. Sentía ganas de llorar de frustración cuando recordaba ese mechón y ese roce. Ni siquiera estaba seguro de si ese recuerdo era real.
A veces, bajaba a la cámara de los Objetos y miraba el caldero, brillando con esa luz rosada. Sentía, entonces, una presión el pecho tan fuerte que podría vomitar sus pulmones y su corazón. Porque estaba aterrado. Porque no quería ser padre. Porque quería que fuese suyo. Porque necesitaba a Álvaro en esos momentos y no lo tenía.
Nunca lo tocaba.
Nunca.
No se atrevía a alargar la mano hasta él y tocarlo.
Seguía pensando que no podía ser real, que todo era un extraño sueño.
Pero no lo era.
No lo era.
-Mucho has tardado – suspiró Gerardo, poniendo los ojos en blanco mientras él se abrochaba el abrigo.
-Encárgate de todo.
-Volved rápido – le ordenó.
-¿Plural?
-Oh, vamos, he visto esto desde el principio. Puede que Álvaro haya cogido cariño a Murray, pero lo vuestro viene de atrás.
Felipe le dedicó una sonrisa tan amplia que podría haber iluminado media España en Navidades. Y sin que las bombillas de los adornos fuesen de bajo consumo.

Todas sus fantasías de comedia romántica se desmoronaron al ver que no estaba en casa.
Suspiró con pesadez, y se sentó en el sofá a esperar. No pensaba irse sin hablar con él. No iba a levantarse de ese sofá hasta que volviese.
Incumplió eso último un par de minutos después para quitarse el abrigo. Y diez minutos después de eso se sirvió un vaso de agua. Y veinte minutos después de lo último tuvo que ir al baño. Pero aparte de eso, no se movió. Porque el mando de la televisión le quedaba cerca y no tuvo que levantarse.
Tres horas después de su llegada, Álvaro apareció por la puerta.
No le veía tan borracho desde el Incidente Edimburgo.
-¿Dónde has estado?
-De fiesta – su voz sonaba espesa e insegura –. ¿Y tú que haces aquí?
-Quería hablar contigo.
-Hablar, ¿así lo llaman ahora? – rió – Todo el mundo ha querido hablar conmigo esta noche, estoy servido.
-Lo que estás es borracho.
-Puede – admitió encogiéndose de hombros –, pero también servido. Los cuartos oscuros son el mejor invento desde el vodka.
-Te llevaré a la cama – suspiró.
Álvaro se apartó de él, tambaleándose violentamente.
-Tarde. Muy tarde. Tuviste años para llevarme a la cama. Ahora no quiero.
-Necesitas dormir – le explicó cogiéndole con delicadeza y llevándole a su cuarto.
-Siempre había otras – sollozó apoyando la cabeza en su hombro –. Siempre. Lo hacías siempre. Una, y otra, y otra.
-Lo sé – susurró algo inseguro –. Lo siento.
-Y eran más feas que yo.
-Todo el mundo es más feo que tú – rió.
-Y malignas.
-Ahí tienes razón.
-Y estúpidas.
-Ahí ya no.
-Y ni siquiera te atreviste a besarme. Nunca. En todos esos años – le reprochó mientras él le apoyaba en la cama.
-Era un crío verdaderamente estúpido – se disculpó.
-Hazlo ahora.
-¿Qué?
Antes de que pudiese reaccionar, Álvaro le estaba besando con ansias. Felipe no pudo contener un gemido, pero le separó.
-Estás borracho.
-Mucho – admitió riendo, con expresión traviesa.
-Necesitas descansar.
-Aburrido.
-Duerme – le ordenó con dulzura, retirando ese mechón rebelde de cabello rubio que a veces, sólo a veces, le caía sobre la frente.
-Felipe.
-¿Sí?
-Te he mentido.
-Te perdono.
-No estoy servido.
-¿Eh?
Felipe se reprendió a sí mismo, parecía que el borracho era él por no enterarse de nada. Trató de separarse de Álvaro, otra vez, pero no es que estuviese en su mejor forma física, y su viejo amigo era más fuerte de lo que parecía.
Además, su cuerpo había estallado en abierta rebelión contra sus órdenes mentales. Su cerebro gritaba “no”, pero el resto era “sí”. Lo gritaba, lo chillaba, lo gemía. Sintió un ramalazo de celos al preguntarse donde había aprendido a besar así. Celos que no tenía derecho a tener. Era un puto pecado. No, Álvaro, era el pecado hecho carne. Pensar en pecado y en carne no ayudó, precisamente. Su último pensamiento coherente fue “mierda”, al oírle gemir contra su boca.
Uno era humano, después de todo.

-¿Qué ha pasado aquí?
Álvaro, despeinado, sonrojado, y algo horrorizado, le miraba desde el suelo de la habitación. Habría sido divertido de no ser por la parte del horror.
-¿No te acuerdas? – bostezó.
-Me acuerdo de que salí de marcha, y que Dylan me trajo a casa, y… – cerró los ojos con fuerza, apretándose la sien – Oh, Dios.
-Te acuerdas.
-¡Oh, Dios!
-¿Estás bien?
-¿¡Cómo voy a estar bien!? ¡Estaba como una cuba, Felipe! ¿Cómo has…?
-¿Yo? Fuiste tú el que casi me viola, te lo recuerdo.
-¡Estaba borracho!
-Bueno, eso es exclusivamente culpa tuya.
Estaba ligeramente irritado por un despertar tan alejado de lo que esperaba. Y por ese tal Dylan.
-¿Se puede saber que hacías en mi casa?
-Quería hablar contigo.
-¿De qué?
-De nosotros.
Álvaro le miró con incredulidad, sin hacer todavía movimiento alguno para levantarse del suelo.
-Fuera.
-Álvaro…
-Fuera antes de que te mate.
-Pero yo…
-¡Fuera!





Bueno, pues ya veis lo que ha pasado. La cosa no acabará así. Se va a liar. Si Álvaro no da la impresión de estar borracho lo siento mucho. Soy una niña buena y puritana que nunca ha tomado más que un sorbito de vino ni ha visto a nadie borracho fuera de la tele. Lo sé. No lo digáis. Es triste.
¿Y vosotros que opináis? ¿Felipe se aprovechó? ¿Álvaro está exagerando? ¿Debería haber escrito lo que pasó esa noche? Obviad la última pregunta. O no. Mientras comentéis... ;P

sábado, 22 de febrero de 2014

Nico di Angelo, grande entre los Spoilers

Bueno, pues he dejado a Tom Bombadil con la palabra en la boca - sí, voy muuuuuuuy lenta con El señor de los anillos, estoy viendo la primera película para ver si me fanatizo y le echo algo de vidilla - para venir a dar una gran noticia: la diosa Magik se ha acabado La casa de Hades ::lanza confeti al aire::. ¿Sabéis que significa eso? ¡Qué por fin puedo comentar EL SPOILER sin que cuente, válgame la redundancia, como un spoiler!
La novela en sí la comentará Magik, como siempre, pero yo me adelanto de mala manera para comentar la parte que hará que TODOS flipéis. ¿Qué? Yo lo leí antes. ¡He aguantado meses de espera! Me lo merezco.
Bueno, pues, como debéis haber sobreentendido ya, esto tiene SPOILERES. No SPOILERS normales, sino EL SPOILER.

La novela comienza con Hazel, Leo, y Nico. ¿A alguien se le ocurre una situación mejor para empezar una novela, si tenemos en cuenta que Percy está en el Tártaro y por ende no podría estar en ese barco volador acorazado? Sé que no.
Menciono esto sólo para poder decir algo que me descorazonó: a Leo no le cae bien Nico.
Lo sé, lo sé, yo también sufrí con ello. Entendámoslo, se parecen lo que un huevo a una castaña, no le podía caer bien, y menos cuando Nico lleva ese aire tétrico y tiene más aspecto de muerto que de vivo después del maldito Tártato y de los gigantes hijos de la gran puta que le encerraron en una vasija. Leo está lleno de vida y de bromas chachis, le corta un poquito el rollo.
Porque a nadie le cae realmente bien Nico en el Argo II, si dejamos de lado a Hazel que es su hermana. Y tampoco es que podamos reclamarles, porque Nico resulta ciertamente inquietante y después de todo, suele ser arisco con todo el mundo. No nos damos cuenta porque leemos desde la perspectiva de Percy, que SÍ aprecia a Nico y con el que es imposible ser arisco porque se le ama. Y tal. Y cuando lo es, Percy perdona y olvida, ya que es amor. Además, debemos considerar que le conoció cuando era un niño inocente y adorable que coleccionaba cartas y figuritas de dioses y quería más de lo que es humano a su hermana mayor. Y es imposible que te resulte inquietante después de eso.
Pero en ese barco no está Percy. Ni Annabeth. Ni Grover. Ni Quirón. Ni... ¿Tyson se llevaba bien con Nico? Da igual, tampoco está Tyson. No hay nadie de la primera saga, y la única que aprecia a Nico y es natural con él, es nuestra amadísima y maravillosa Hazel.
Porque este libro, nos habla del Tártaro. Nos habla del amor. De la magia.  De la amistad. Del perdón. De enfrentarse a un destino y a una naturaleza. De la muerte. De maldiciones que se cumplen por una última vez, pero que no volverán a acontecer. Y nos habla de Nico.
Excepto en los capítulos del Tártaro, Nico es algo omnipresente.
Cierto es, que no siempre los que cuentan la historia le ven con buenos ojos, pero está ahí. Teniendo en cuenta que en los otros libros casi nunca está, éste es algo como NicoNicoNicoNicoNicoNicoNicoNicoNicoNicoNico. Y es BESTIAL. Porque si ya amabas antes a Nico, en este libro vas a flipar.
Nico aparece de la nada y te da un ataque cardíaco y ganas de ponerle un cascabel - COMO CASTIEL, PLEBE -, Nico está siempre demasiado delgado, Nico tiene unos ojos oscuros que hablan de horror, Nico recuerda sus conocimientos de Mythomagic, Nico siente y padece como todo el mundo, Nico quiere de verdad a Hazel aunque esta dude de si es una mera sustituta para Bianca, Nico sigue cuidando de Jápeto y le habla de la buena gente del Campamento Mestizo y le trata como a un amigo, Nico corta todo intento de acercamiento de los demás porque se siente distinto y teme al rechazo y a sus propios sentimientos y a lo que él es más que al puto Tártaro. Nico. Más grande que Atlas, más grande que todos los gigantes juntos. Grandioso. Genial. Único. Nico.
Y coño, tú sientes algo de ganas de cargarte a toda la tripulación por no verlo - la parte de Leo me dolió lo indecible, por mucho sentido que tenga -, pero sabes que es porque él no quiere que se vea. Y es triste. Y duele. Y fascina. Porque Nico es grande y genial. Pero, descubrimos que sí hay alguien que, a pesar de los desplantes y de sus propias reticencias, sí trata de llegar a Nico. El que MENOS te esperas: Jason.
Porque cuando conocemos a Jason estaba desmemoriado, así que mucho no te llega si dejamos a un lado la ÉPICA escena de "Trató de comerse una grapadora a los dos años." que sí llega porque te despiporras. Y en el segundo no sale. Y en el tercero hay algo de rivalidad entre él y Percy por ver quien dirige las cosas. Dos machos alfa juntos nunca es buena idea. Y, si tenemos en cuenta que Percy no estaba desmemoriado en todos los libros que llevamos leídos excepto en uno y que es muy grande, pues te pones automáticamente de su parte y Jason pasa a ser algo que no te cae mal, pero tampoco bien, un neutro despectivo, para entendernos.
En La casa de Hades, se redime. Y no solo por lo de Nico. Pero como esto va, precisamente, de Nico, pues ya os enteraréis de lo otro.
Porque Nico y Jason tienen que ir a ver a Eros, o Cupido, como es más popular, para pedirle un bastón que despierta a los muertos que sirvieron al ejército romano, y descubren una impactante realidad: EROS ESTÁ COMO UNA PUTA CABRA Y ES UN PSICÓPATA.
Exacto, las tarjetas de San Valentín, are a liers! Mentirosas, engañosas y malvadas.



¡MENTIRA COCHINA! Eros se divirtió practicando tortura psicológica con nuestro pobre y adorado Nico.
Se metió un poquitín con Jason, y después, a por Nico a saco. Y yo, ya sabía lo que iba a pasar porque leyendo uno de esos twitters de dioses que acababa de descubrir, me comí EL SPOILER. Creo que el UNIVERSO me la tiene jurada o algo, porque anda, que por una vez que no voy buscando spoilers... Me como uno más gordo que Varys. En todo caso, ya sabía lo que iba a pasar, aunque no era seguro. Es decir, fue un semispoiler. Cabía la posibilidad de que fuese parte de un rol propio y no de la novela. Pero cada vez parecía más y más claro, y después de todo eso daba una explicación a porque Annabeth creía que Nico estaba enamorado de ella - que no lo estaba, y yo no me lo creí ni cuando me lo dijo la suma sacerdotisa Sofía ni cuando se lo leí decir a ella -. Y era verdad. Toma.
Porque Nico, gente, está loco por Percy.
Y tiene huevos la cosa, porque para una vez que quiero que mi shipp slash se quede solo en los fics: hostia al canto. Is true. Toma geroma, pastillas de goma. Para que se las coma. La Ramona. Que era mormona. Y tenía una mona. Flipad.
Y, consideremos la situación:
Nico se crió en plena guerra mundial y quedó durante años congelado en el tiempo con su hermana mayor Bianca, para después salir y acostumbrarse al mundo moderno con bastante soltura, teniendo en cuenta las circunstacias. Se hace friki de un juego de dioses, y después descubre que es real, y claro, flipa y toca el cielo friki con los dedos. Después resulta que su hermana le deja tirado para hacerse una cazadora semi-inmortal que no puede relacionarse con los hombres. AUCH. Después descubré que el chico que le salvó, y que le gusta aunque no quiera admitírselo, no pudo cumplir su promesa. AUCH. Sobretodo porque esa promesa era impedir que a su hermana le pasase algo, y está muerta. AAAAUUUUCH. Descubre, entonces, que es un hijo de Hades, y por tanto no debería haber nacido por el acuerdo entre los tres grandes, y además todo el mundo le considera un mal presagio porque, tío, ¿un hijo del dios de la muerte? No, gracias. AUCH. No nos olvidemos del cabrón de Minos, comiéndole la oreja y manipulándole para que trate de resucitar a su hermana, pero sin interesarle nada más que su venganza y utilizarle como un arma. AUCH. ¡Se ninguneado por tu padre inmortal, que no deja de recordarte que tu hermana muerta y única figura materna que puedes recordar porque no sabes ni el nombre de tu madre es mejor que tú! AAAAAAAAUUUUUUCH. No te olvides de que luego, ¡te engaña para que le entregues al chico que te gusta y lo mete en una mazmorra a cambio de una mínima información de tu madre! AAAAAUUUUCH. Finalmente, consigues convencerlo de que ayude en una batalla final, y lucháis codo con codo por lo que por fin consigues su aceptación, aunque no sea toda, pero la gente te sigue mirando mal y él sigue prefiriendo a Bianca. AUCH. Para acabar la saga, ¡el chico que te gusta empieza a salir con otra y todo el mundo sabía que acabarían juntos y serían muy felices! AUCH. Aderézalo con una visita al Tártaro para tratar de ayudar que acaba contigo siendo torturardo y maltratado, para después ser encerrado en una vasija en dónde sólo puedes sobrevivir entrando en estado de coma. Revolvemos un poco, ¡y te sale un perfecto paradigma de la comunicación y de la sociabilidad, siempre dispuesto a sonreírle a la gente! ERROR.
Criticad a Nico, si tenéis la seguridad de que podrías con todo eso. Vamos, yo os animo a ello.
Bueno, pues que después de todo eso, Eros aun tiene la cara de torturarle psicológicamente. Aunque lo que en realidad quería es que admitiese de verdad quien le gusta y que es gay, y se muestra amable cuando lo consigue. Un. Psicópata. Yo no pienso enamorarme en la vida, le tengo mucho miedo. Es, definitivamente, mi dios griego favorito. Y no griego. ACOJONA MUCHO. Pero mola.


I know, Ron. I know.
En todo caso, Jason se porta, se pone en su lugar, le anima a admitirlo para que Eros deje de dar por saco, le apoya, y le promete que no se lo dirá a nadie, pero que todos están de su parte.
Ole Jason, sí señor.
Nico, en cambio, se sentirá avergonzado y estará desagradable y, sobretodo, a la defensiva. Se le perdona por las razones que ya he expuesto. Jason trata de acceder a él, de ser su amigo, pero Nico se cierra en banda y no hay manera. Yo, por mi parte, creo que en realidad sí aprecia los intentos de Jason, pero eso queda para cada cual.
El libro acaba cuando Annabeth y Percy escapan del Tártaro, y además se encuentran a Reyna.
La última debe volver para calmar los ánimos de ejército romano y devolver la estatua giagnte de Atenea, y el entrenador Hedge ha dejado embarazada a su nueva mujer, aunque lo llevan en secreto, así que, aunque nunca lo admitiría, él desea volver al Campamento Mestizo con ella. Los siete no pueden desviarse de su ruta para llevarlos a Nueva York, así que Nico sentencia que les llevará él a través de las sombras, porque ya está lo bastante recuperado y puede hacer el viaje por tramos.
Intenta alejarse de Percy. Jason y yo lo sabemos. Percy no. Le da las gracias por todo lo que ha hecho - mucho - y trata de hablar con él sobre el Tártaro, pero Nico no reacciona bien. Percy le perdona, aunque le duele un poco su actitud. ¿He dicho ya que Percy es un amor? Porque lo es.
Así que...
¡¡RIORDAN YA TE PUEDES DAR PRISA EN ESCRIBIR PORQUE AHORA SOY UNA COMPLETA ADICTA Y NECESITO MÁS NIIIIIIIIIIIIIICOOOOOOOOOOOOOOOO!!!
Gracias.


Ah, y ahora podéis pillar este chiste:


Un placer, maestros del frikismo. ¡Qué no os encontréis a Eros nunca!

miércoles, 12 de febrero de 2014

Alanis: Capítulo 1

Hay veces en las que las frikis nos planteamos un imposible. Un imposible que no pasará en la serie/libro/película ni de coña, pero que es divertido imaginarse. De ahí salen muchos fics. A veces, si ese imposible se cumpliese, tú elevarías una queja porque es una gilipollez de imposible que apesta a fic tanto que tira pa'tras.
Y a veces, sólo a veces, escribes también un fic para reírte un rato o pasar el tiempo.
Esa es la historia de mi nuevo fic "Alanis", que ni yo sé cuanto va a durar. Es una gilipollez. Las amalgamas de los nombres llevan a pensamientos pecaminosos que hacen a Sor Quisquilla persignarse. Pero os presento, mi nuevo fic Kennal/Felal, o de como Álvaro está más perdido que un pulpo en un garaje.
¡Fic, te elijo a ti!




1. De despertares, guerras y whisky escocés.

Y con una atragantada bocanada de aire, Felipe Navarro despertó del coma.


Después de eso, su habitación se llenó de gente. Gente que le abrazaba, que se alegraba de su despertar, que palmeaba sus brazos con los ojos brillantes.
Los ojos de Ariadne brillaban como no recordaba haberlos visto brillar nunca. Las lágrimas contenidas y la euforia les daba una luminiscencia indescriptible, que le hacía sentir vivo. A ella, le dio el abrazo más largo y más fuerte, y lloraron en el hombro del otro, necesitados de contacto.
Su sobrina estaba sentada al lado de su cama, sujetándole la mano con fuerza, incrédula de que estuviese de vuelta.
Valeria también había acudido, y se arrojó a sus brazos, llorando de emoción. A decir verdad, esperaba más de ese abrazo que había esperado tanto tiempo. Esperaba que el mundo desapareciese, que sólo existiesen ellos dos. Pero los ruidos del hospital ni siquiera bajaron de volumen, y a parte de la calidez de ese cuerpo suave y hermoso, no sintió nada.
Se separaron, y ella parecía apunto de decir algo, pero hubo unos golpecitos en el marco de la puerta.
Álvaro Torres le miraba, con los ojos brillantes, como todos los que había visto desde su despertar, y una pose segura y algo burlona que no conseguía enmascarar su emoción.
-¿No podías al menos despertar cuando estuviese en el país?
-¡Álvaro!
Él se acercó sonriente a la cama, aunque su avance fue detenido por un fuerte abrazo de Ariadne, que él correspondió con una sonrisa aun más grande.
-Esta chica vale su peso en oro, Felipe, tienes suerte – bromeó guiñándole un ojo.
-Lo sé, tengo mucha suerte.
Álvaro le miró con aire crítico, tan falso que tuvo ganas de reír, después hizo un extraño aspaviento arqueando las cejas.
-Ese peinado es la cosa más horrible que he visto desde tu intento de maqueta a los trece años.
Felipe rió divertido.
-No estaba tan mal.
-Si eso era un castillo, yo soy Elvis disfrazado.
-Eso explicaría que contonees las caderas como si fueses una femme fatale.
-Me alegro de que estés de vuelta, hermano.
Felipe necesitó un segundo para darse cuenta de que estaba Valeria, y que, claramente, debía pensar que eran familia.
-Me alegra también.
Álvaro se acercó y le dio un abrazo. Como siempre que se abrazaban, sintió que había algo en ellos que encajaba, simplemente, como su fuesen dos piezas de un rompecabezas. Pero había algo raro. Álvaro se sentía incómodo. Normal, estaba su sobrina delante, y su relación no era la mejor en los momentos antes de que cayese en coma. Como siempre que esos sentimientos indeterminados salían a la luz, Felipe aumentó la intensidad del abrazo.
Normalmente, el mundo a su alrededor habría desaparecido y sólo habrían quedado ellos, pero, aunque todo se paró y fue maravilloso durante unos segundos, sintió que Álvaro se tensaba. Se tensaba.
Se separaron, y él le sonrió, pero no era su habitual sonrisa. Su sonrisa se siempre era radiante, cegadora, le hacía sentir mariposas en el estómago y el mundo era un lugar mejor para vivir.
¿En qué pensaba?
Oyeron otros golpecitos en la puerta, bastante más educados que los burlones que había hecho Álvaro.
Había un joven inseguro y aparentemente avergonzado, sin saber muy bien como actuar.
-Pasa, Kenneth. Todavía no conoces a tu jefe.
Y le sonrió.
Le sonrió. Con la sonrisa. Una sonrisa que Álvaro sólo había esbozado por y para él. Su puta sonrisa.
-Soy Kenneth Murray – se presentó inseguro.
-Sé quién eres – respondió cortante, usando su tono más autoritario –. Y sé lo que nos costó tu voto.
-Felipe – trató de interrumpir Álvaro, pero él no le escucho.
-¿A qué has venido?
Kenneth Murray, envalentonándose un poco ante su tono, dejó las inseguridades a un lado.
-Precisamente, venía a hablar con Ariadne de eso. Lo he discutido con mi abuela, y lo-que-ya-sabéis está cancelado – explicó mirando de reojo a Valeria.
-¿De qué habláis? – preguntó ésta, confusa.
Ariadne, ignorándola, se le lanzó al cuello a Murray, dándole las gracias, emocionada. Él le palmeó la espalda, sin saber muy bien que hacer al respecto.
A Felipe no le pasó desapercibida la sonrisa de Álvaro. El odio contra Kenneth Murray aumentó exponencialmente.
-Yo… Debería irme… – comenzó a balbucear, de forma completamente patética, si querían la opinión de Felipe.
-No Kenneth, me gustaría… Me gustaría hablar contigo. ¿Vamos a la cafetería?
-Por supuesto – asintió.
-Yo, en cambio, sí debería irme.
Estuvo a punto de caerse de la cama ante esa afirmación por parte de Álvaro.
-¿Ya te vas?
-Sí, en realidad, tengo que organizar algunas cosas en el internado, tendré que dejarlo todo listo para cuando vuelva tu padre.
Se preguntó como era posible que fuese él el único en olvidarse de la presencia de Valeria una y otra vez.
Valeria y él quedaron solos en la habitación del hospital.
-Felipe, yo… Te he echado muchísimo de menos.
Valeria volvió a abrazarle, y él lo tuvo claro. Era el momento de aceptar de una vez por todas, sus sentimientos por Álvaro.
-Valeria, con todo lo que ha pasado, creo que tenemos que hablar.

Felipe siempre había sido perfectamente consciente de sus sentimientos por Álvaro.
Álvaro había sido una constante en su vida, con la que siempre había podido contar, y entre ellos, había algo más.
El problema, era que cada vez que empezaban a avanzar, que lo que había entre ellos entraba en ebullición y que parecía que el explotar en una declaración era cuestión de tiempo, él lo fastidiaba todo.
Había una chica.
O veinte.
No llevaba la cuenta de todas las que había habido, pero eran bastantes.
Chicas guapas, de rasgos redondeados y sonrisas dulces. Con piernas más largas que la enciclopedia Larousse y escotes con piel de terciopelo.
Sí, siempre las había.
Y ellas, siempre le rechazaban.
Entraba, entonces, en una espiral de obsesión/persecución/locura, que Álvaro observaba desde la barrera. Nunca intervenía. Nunca parecía perder a esperanza.
Las chicas, en realidad, no habían sido el problema, sino un mero obstáculo que sortear, un retraso en el camino para formalizar su relación.
El verdadero problema, entonces, era Kenneth Murray. Murray.
Con esas gafas, ese aire de empollón, esa aura de pardillo, esa forma de hablar como si en vez de decir idioteces sin interés estuviese recitando a Shakespeare, esa inseguridad, esa torpeza, esa completa y definitiva mediocridad… ¿Cómo podía ser, realmente, un problema?
No lo sabía, pero lo era.
Lo sentía en los huesos.
Y en las miradas que el imbécil le dedicaba cuando el rubio estaba distraído.
Y en las que él le devolvía poco después.
Lo notaba. Lo sabía. Entre Kenneth y Álvaro había surgido algo. Y ese algo no podía seguir surgiendo.
No estaban juntos de manera oficial, así que no debía ser muy difícil.

Poco después, la misma noche en la que acababa de volver al internado, mientras comentaba un par de anécdotas del pasado en las que Álvaro y él eran los protagonistas, captó la mirada de ese imbécil.
El mensaje era muy claro, después de todo, se había pasado la noche acaparándole.
“Esto es la guerra.”
Y vaya, que si lo era…
Nadie tenía del todo claro por qué, pero la cena se convirtió en una guerra de anécdotas graciosas, y de ver quien era mejor que el otro.
Oh, bueno, sí que había gente que se lo imaginaba, pero el desconcierto fue bastante general.
Felipe se fue a la cama pensando que lo tenía ganado.

Desgraciadamente, al día siguiente, Álvaro, mirándoles a ambos con frialdad, afirmó que volvía a Madrid.
-Después de todo, tú ya estás despierto y puedes encargarte del Bécquer y de Ariadne por ti mismo – afirmó –. Y yo tengo que volver a mi piso y a mi bufete. Me espera un duro trabajo para poder volver a mi posición en la abogacía – suspiró.
-¿Estás seguro? Puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras.
-Completamente, muchas gracias – no dijo nada más, y cogió la maleta para irse.

En otras ocasiones, seguramente eso habría sido el final. Se dedicaría a llamarle a menudo, mandarle algún mensaje, y pasarse por Madrid de vez en cuando. Pero había un competidor más en el juego. Y, sin que nadie excepto cuatro personas supiese el por qué, dio comienzo una guerra abierta entre Felipe Navarro y Kenneth Murray.


Álvaro Torres nunca había tenido una baja autoestima. Era genial, y lo sabía.
Era guapísimo – y no lo decía él, ni su madre, lo decían los suspiros femeninos y masculinos que provocaba con un movimiento de cabeza que hiciese moverse su pelo –, inteligente – no le daban el título en derecho magna cum laude a cualquiera, después de todo –, un magnífico ladrón – el tiempo que duró –, un todavía mejor asesino, un abogado implacable y una persona que rezumaba encanto. No, Álvaro Torres no necesitaba una abuela.
Pero había una espinita clavada en su orgullo. La espinita, que se llamaba Felipe, se parecía a David Tennant y siempre llevaba el pelo más largo de lo que a su hermano le hubiese gustado. La espinita había crecido con él desde su adolescencia, y sostenía una complicada danza en la que dejaba de doler o era un puto infierno según le diese.
La espinita le gustaba de verdad. Incluso podía hablar de amor. No en voz alta, pero mentalmente podía.
El problema es que la espinita siempre quería lo que no podía tener. Era una constante en ella. Y como la espinita no era tonta, como que se daba cuenta de que sí podía tenerle.
Entonces aparecían chicas guapas y completamente imbéciles, y la espinita perdía el Norte. Y se clavaba.
Porque él sabia que esas mujeres, por llamarlas de alguna forma, no le llegaban a la suela del zapato. No lo hacían. ¿Por qué, entonces, la espinita las iba persiguiendo, dejándole a él con un palmo de narices?
No era por su personalidad, obviamente, él tenía encanto, y la espinita y él se entendían a la perfección.
Y menos el aspecto físico. Excepto por un ligero episodio de acné a los trece años, él siempre había parecido una escultura de Miguel Ángel. La gente, incluso la que no se sentía atraída por él, lo reconocía. Habían intentado enrolarle en una agencia de modelos, por amor de Dios.
En todo caso, ese no era el problema. La espinita y él siempre habían tenido una relación complicada.
El problema era otro, y no era una espinita.
Era Kenneth Murray, y ese pobre chaval no podría herir su orgullo ni aunque lo intentase con todas sus fuerzas.
No entendía muy bien que le pasaba con él. No era para nada su tipo, pero tenía algo.
Era tan débil, tan necesitado de protección, y a la vez tan inteligente y fuerte en el momento necesario. Se sonrojaba con facilidad, hablaba como si estuviese recitando una obra especialmente complicada, se subía las gafas con el dedo índice cuando estaba nervioso, no veía la televisión, y ni siquiera cuando no había otra anestesia y tenían que darle puntos bebía alcohol. Era un idiota. Y él sentía ganas de revolverle el pelo y de abrazarle cada vez que lo era.
¿Que quién le gustaba entonces? No lo sabía ni él.
Por un lado, Felipe había sido su primer amor, el chico que le había gustado toda la vida, con el que se entendía y tenía mil cosas en común. Por otro, Kenneth le hacía sentirse feliz y le costaba contener los “Aw…” cada vez que abría la boca. Se sentía dividido.
Y después, Felipe despertó del coma. Dudas, y dudas, y dudas.
Hasta esa cena, claro.
Felipe estaba territorial. Acaparaba de forma más que obvia su atención. No paraba de contar anécdotas de su juventud, en las que él, que para algo había estado presente, sabía que había más imaginación que en los siete libros de Harry Potter juntos.
Y no dejaba decir una mísera palabra a Kenneth. Que casi ni habría la boca en una situación normal pero que lo intentaba frecuentemente en esa cena.
Llegados a un punto, él le fulminó con la mirada.
Desgraciadamente, Felipe lo vio.
La incómoda cena se convirtió en una especie de batalla sobre quién era mejor, en la que sólo les faltó subirse a la mesa y ver quien estaba mejor dotado.
Álvaro decidió que estaba dudando entre dos idiotas, y se fue a Madrid en lo que se aclaraba para no tener que verles.
Mateo sabía de sus sentimientos por Felipe. Años de amistad y noches de beber hasta casi perder el sentido hacían imposible que no lo supiese. Que Álvaro borracho hablase por los codos fue determinante.
Aun así, no le sirvió de mucho, porque después de escucharle pacientemente, le indicó que era mejor que acudiese a Tania, porque él no había leído Crepúsculo. Sólo años de amistad impidieron que el eminente periodista acabase con la nariz rota.
Y así, entre dudas y películas con triángulos amorosos para ilustrarse, pasó el tiempo.

(Advertencia: Aquí Artemisa perdió el norte y escribió una enorme flipada.)

Álvaro, que tenía la mañana libre gracias a un aplazamiento imprevisto, estaba siguiendo los consejos de Alicia, la de Aquí no hay quien viva, y había decidido hacer una tabla de pros y contras para cada pretendiente.
-Felipe. Pro = fue mi primer amor; contra = pasamos años sin hablarnos hasta que matriculé a Tania en el Bécquer. Kenneth. Pro = es una monada; contra = no tiene carácter. Felipe. Pro = admitámoslo, está ya no como un tren, está como el hijo bastardo del Expreso de Hogwarts y el Orient Express; contra = Valeria, Alexis, Maryam… Kenneth. Pro = es fácil hablar con él y me siento bien cuando lo hago; contra = sería familia de María Luisa.
Paró unos segundos, considerando cual de los dos últimos contras era peor.
El teléfono rompió el que se adivinaba un largo y complejo debate.
-¿Sí?
-Ven aquí ahora mismo y páralo.
-Hola, Gerardo – saludó mientras apuntaba en la tabla que tenía intereses comunes con Felipe.
-Ni hola ni – la palabra en alemán le salió con tanto acento que ni siquiera él la entendió-. ¡Ven aquí y detén esto!
-Háblalo con Felipe, los asuntos del internado son su problema.
-¡Me refiero a que le detengas a él! ¡Y a Murray!
-¿Qué les pasa? – preguntó sin preocuparse demasiado, y admitiendo que las gafitas de Kenneth le ponían.
-¡Desde que te has ido están en pie de guerra, y se han pasado de la raya! ¡Detenles ya!
-¿Se puede saber de que hablas?
-¡Están peleando en la cámara de los Objetos! ¡Van a romper algo!
-Pero yo no puedo entrar ahí, ¿recuerdas?
-¡Hablas cómo si el rey no quisiese atarte una cama! ¡Soluciónalo!
Álvaro no supo muy bien cómo reaccionar al oír los pitidos que indicaban que acaban de colgarle.
Bueno, Gerardo tampoco es que sea estúpido. No sé de qué me sorprendo.

La cámara de los Objetos era menos ostentosa de lo que él se imaginaba, pero le gustó.
Le habría gustado más de no tener que ver a Felipe y a Kenneth tirando de un futuro proyectil en medio de ella.
Nada era perfecto.                                                                           
-¿Se puede saber que estáis haciendo?
Al menos ambos quedaron petrificados con esa frase.
-Álvaro… Yo… Nosotros…
-Ahorráoslo. Gerardo me ha llamado para que os eche la bronca, ¿podría alguno indicarme desde cuando soy vuestra madre? Porque no me acuerdo del parto.
-¡Él empezó!
-¿Yo? ¡Pero serás…!
-¡Basta! Da exactamente igual quien empezase, soltad ese Objeto antes de que lo rompáis también.
Ninguno se movió.
-Por el amor de Dios… -masculló poniendo los ojos en blanco y acercándose para quitárselo.
-¡No, Álvaro! ¡No toques el dibujo!
Demasiado tarde.
Una luz blanca les iluminó a los tres, lanzándoles a varios metros de distancia.
El caldero de cerámica, lleno de runas y grabados rituales, flotó unos segundos antes de posarse delicadamente en el suelo e iluminarse con una luz rosada.
-¿Qué se supone que ha sido eso? – preguntó Kenneth frotándose la fuente.
-Creo que me he roto la espalda…
-Os odio a los dos.
-¡Sois imbéciles! – Gerardo estaba echando espuma por la boca.
Aun más de lo normal.
Mala señal.
-Ese caldero…
-Ese Objeto, es El caldero de Hefestión.


Kenneth aceptó una de las tazas de té que les tendía Gerardo de malos modos, expectante por saber a qué se estaban enfrentando.
-El caldero de Hefestión – comenzó Gerardo como si estuviese dando una clase de historia – fue encargado por Alejandro Magno. Necesitaba un heredero para su imperio, pero sólo contaba con Heracles, un hijo ilegítimo al que no quería poner en el trono. Cómo supongo que ya sabéis, Alejandro tenía un amante llamado Hefestión, con el que, dejando de lado algunos amantes y a sus propias esposas, mantuvo una relación desde su infancia hasta el día de su muerte. Pues bien, Alejandro, desesperado al ver que sus mujeres no le daban hijos, acudió a un oráculo que le dijo que el único que podría reinar en su imperio sería un hijo bendecido por Eros.
»Alejandro interpretó que debía ser hijo de él y de Hefestión, puesto que Eros era el patrón de las relaciones entre dos hombres, y encargó a los más poderosos hechiceros la creación de éste Objeto.
»Lamentablemente, Hefestión fue asesinado poco después, en el otoño del 324 a. C., y Alejandro, al recibirlo, destruyó toda la información que indicaba como utilizarlo y lo relegó a un sótano oscuro en uno de sus palacios.
»Moriría poco después, y su único heredero sería un hijo que concibió poco antes. Lo asesinarían y su imperio se derrumbaría bajo su propio peso.
-Cuando dices que Alejandro y Hefestión tendrían un hijo… ¿Qué quieres decir, exactamente?
-Álvaro, vas a ser padre.
Él quedó blanco como la tiza.
-¿Perdón?
-Tocaste el dibujo. ¡Te dije que no lo hicieses! Lo único que no sé es cual de estos dos zoquetes va a acompañarte en la maravillosa aventura de la paternidad.
-¿Y no hay alguna forma de vaciarlo?
-No. Alejandro y Hefestión tenían muchos enemigos, así que el caldero está preparado para rechazar cualquier intención de dañar su interior. Incluso después del nacimiento, la protección se alarga unos seis meses.  Si hay algún proceso para pararlo, lo desconozco. Quizá porque llegó hace un par de semanas y no he podido estudiarlo a fondo, gracias a vuestras estupideces. Ahora es imposible hacerlo.
Álvaro se levantó de la silla, acomodó ligeramente su traje, y se dirigió hacia el mueble bar.
-Felipe, pienso agotarte el whisky, y cómo digas algo te estrellaré una botella en la cabeza – anunció cogiendo una copa –. Sólo quiero anunciaros – continuó sirviéndose –, que os voy a matar a los tres – bebió un sorbo largo –. Soy un asesino, y no me va a dar cargo de conciencia.
-Álvaro… – comenzó Kenneth.
-Tú – le interrumpió, señalando a Gerardo –, me llamaste en un primer lugar porque no podías controlar a dos gilipollas medio chiflados. Y vosotros – pasó a fulminarles con la mirada – sois los dos gilipollas.
-¿Qué vamos a hacer con esto?
Hubo unos minutos de silencio.
-Yo también necesito una copa – murmuró Felipe.
-Todos la necesitamos – añadió Gerardo.
Álvaro sirvió cuatro copas hasta el borde y se las acercó.
-No bebo, gracias – susurró sin levantar la mirada.
Él le miró con seriedad, como si estuviese evaluando su afirmación.
-No sé si quiero besarte, o pegarte un puñetazo. Con sinceridad.
-Estás de coña, ¿verdad? – saltó Felipe – ¡Murray es idiota!
Kenneth Murray se consideraba una persona equilibrada. Siempre había defendido el diálogo antes que la violencia, y solía tratar de ponerse en el lugar del otro. No perdía el control de sí mismo, y trataba de actuar con propiedad y de la mejor manera posible.
Excepto cuando se trataba de Felipe Navarro. No le gustaba pensar en ello como ‘celos’, pero sentía ganas de asesinarle con un abrelatas. Él. Para un ladrón, sentir ansias asesinas era algo extraño y complejo, para Kenneth Murray, era insostenible. Quizá habría sabido controlarlas. De no ser porque se comportaba como si Álvaro fuese suyo. Le cabreaba eso.
-Nadie te ha pedido opinión – estalló – ¿Quién te crees que eres?
-¿Yo? ¡Eres tú el que ha salido de la nada! ¡Yo llegué años antes!
-¡Y mira la ventaja que me llevas!
-¡Ambos sois idiotas! – sentenció Gerardo – ¿Por qué no le pedís que elija a uno y punto?
Casi al mismo tiempo, ambos se giraron hacia Álvaro, que parecía más concentrado en mirar a trasluz el poco whisky que le quedaba en la copa que en la conversación.
-Tú… ¿Lo sabes? – preguntó al fin Kenneth.
-¿Qué si lo sé? – apuró el whisky – ¿Vosotros cómo de imbécil me consideráis, aproximadamente? ¿Podría abrocharme la camisa solo?
-Pero, si lo sabías…
-No quería hacerte daño, estúpido.
Álvaro golpeó la copa vacía contra la mesa con bastante fuerza.
-Felipe, no tienes ni puta idea.
-¿¡Entonces por qué coño no has elegido!?
-¡Por qué tenía dudas, ¿vale?!
-No es por ser desagradable, pero dudas, ¿de qué?
-Lo estás siendo, Gerardo. Y, sólo para que conste, espero que los tres muráis de forma dolorosa en un futuro cercano, por lo que en este momento, creo que antes me liaría con Lord Voldemort que con uno de los dos.




Dura sentencia de Álvaro. Gran momento para acabar el capítulo.
En la intimidad, me pregunto si esto es un fic, la confirmación de que estoy como una cabra, o una prueba sobre cómo sé usar la cursiva.
Pues ya lo habéis visto. Álvaro espera un hijo y no sabe de quién. ¿Qué? Oh, sí, me gustan mucho los culebrones, ¿se me nota?
En mi defensa diré que casi todo lo que digo sobre Alejandro Magno es cierto. Bueno, lo del caldero y el oráculo no, pero sí estaba liado con Hefestión. Se duda sobre si le mataron o enfermó, pero yo tengo muy claro que es la primera opción, se ve con bastante facilidad en la película de Alejandro Magno, que os recomiendo encarecidamente.
¿Que cómo va a acabar esto? Ni idea. ¿Que de quién es el niño/a? No lo sé ni yo. ¿Que si voy a acabar esta historia? Pues quizá, a saber, con lo inconstante que soy...
Para todo lo demás, esperad al próximo capítulo ;)