lunes, 31 de marzo de 2014

Alanis: Capítulo 4

Bueno, pues casi una semana de retraso y tal, pero ya he conseguido que el capítulo cuatro quede decente. La solución era muy sencilla: hacer que Álvaro narrase todo el capítulo.
Sí, no hay punto de vista de Deker. Ni de Ariadne. Derrapaban todos mucho y quedaba ridículo.
Bueno, es un mero capítulo de transición, pero tiene dimensiones alternativas. Ya sabéis como va lo del efecto mariposa, ¿no? Cada pequeña decisión crea cambios inabarcables...




4. De monólogos, plantones y visitas inesperadas.


(Advertencia: En el transcurso de este capítulo aparecerán realidades alternativas, porque un caldero mágico me pareció demasiado poco y yo flipo a lo grande.)

-Déjame, Mateo.
-Álvaro, yo no soy médico, pero te aseguro que esto no es sano.
Él soltó un gemidito.
-Él sí era médico…
-Oh… Bueno, mira, no estamos en un capítulo de Sexo en Nueva York, ¡levántate y afronta la vida!
-La vida es un lugar oscuro y propenso a la ironía que siempre te deja mal sabor de boca. Afrontarla es sólo retrasar lo inevitable.
-… Eres una Drama Queen de la leche.
-Él me quería, Mateo. Y yo lo eché a perder todo.
-Se ha ido una temporada, no ha sido un para siempre.
-Dios, le dio tiempo a subirlo a YouTube, ¿verdad?
-Tim ya se ha encargado de hacerlo desaparecer – le prometió.
Álvaro gimió dándose la vuelta en el sofá para hundir su cara en los almohadones.
-Álvaro, por favor, levántate de una vez.
-No quiero. No quiero levantarme y tener que vivir con que soy tan estúpido.
-¡Quedarte en el sofá en bata y comer helado no te ayudará!
-Lo sé… – hundió más la cabeza.
Mateo suspiró, sin saber que hacer al respecto.
-Deberías pensar en algo más importante.
-¿Como qué?
-¿Has decidido ya que vas hacer con el caldero?
Alzó la cabeza, por fin, y miró con incertidumbre el caldero, que brillaba con una luz rosada y cálida.
-No…
-Pues hazlo. Centrarse en los hijos ayuda, Álvaro, de verdad.
Los ojos de su mejor amigo adquirieron ese brillo extraño y melancólico, que solían tener cuando se perdía en el recuerdo de Elena.
Álvaro se sintió momentáneamente mal al comportarse así, mientras su amigo seguía irremediablemente enamorado de su mujer.
-¿Qué se supone que hay que hacer?
Mateo sonrió, y Álvaro, conteniendo un suspiro, se dispuso a internarse en la peculiar y aterradora aventura de la paternidad.

El caldero brillaba con su habitual luz rosada.
Álvaro le sostuvo la mirada.
Bueno, el caldero no tenía ojos con los que mirarle, pero él se entendía. Más o menos.
Se aclaró la garganta y abrió la boca para hablar, pero la cerró un instante después.
-Esto es ridículo.
Era ya la quinta vez que lo repetía.
No hubo ningún cambio.
-Mira, no sé si me estás oyendo, o estoy hablando solo, pero en el librillo es que Mateo me ha obligado a leer dice que tengo que hablarte así que… Pues eso estoy haciendo.
Se preguntó que se le decía a un feto metido en un caldero mágico.
Eso no lo aclaraba en el libro.
-Y… ¿Eres niño o niña?
No hubo contestación.
Obviamente.
-Esto va a ser un monólogo, ¿no? Vale, como quieras. Bien – volvió a aclararse la garganta –. … Me llamó Álvaro Torres, y yo soy tu padre.
»Si hubieses visto Star Wars entenderías la referencia, pero da igual.
»Verás, no tengo muy claro cuál es tu otro padre, pero las opciones se reducen a dos, así que estoy mejor que algunas mujeres. Un magro consuelo, pero debo buscarlos. Es que últimamente siento ganas de meter la cabeza en el horno más de lo que debería y es algo preocupante. Así que los busco. Y tal. En todo caso dudo sobre dos hombres. Uno es idiota y otro me ha dejado plantado en un aeropuerto. Si hubieses visto alguna comedia romántica comprenderías lo triste que es eso, así que casi mejor que no lo hayas hecho.
»Uno se llama Felipe y tenemos una historia… Complicada. Bastante complicada. Increíblemente complicada. Amor adolescente y esas cosas. No lo superé en años. Algo que comprenderás con el tiempo es que tu padre es un sentimental bastante extremista. Y tonto como una piedra. Lo tengo asumido.
»El otro se llama Kenneth y le quiero. Me di cuenta tarde. Se supone que volverá cuando nazcas, así que te agradecería que fueses suyo.
»…
»Ridículo.
El timbre cortó su monólogo y él suspiró aliviado, metiendo el caldero en el pequeño armario que había comprado para ello.
-Álvaro, ¿podemos hablar?
Volvió a suspirar, esta vez con pesadez.
-Pasa, Gerardo.
El hombre entró sin perder el gesto serio.
-Supongo que sabes para que vengo.
-Sí. Sé que soy un asesino y que el caldero pertenece a los ladrones, pero no pienso dejar que te lo lleves. Siento que hayas tenido que venir hasta aquí, si hubieses llamado antes te lo habría aclarado.
-No vengo por eso – puso los ojos en blanco –. Vengo por Felipe.
-¿Desde cuando eres la Celestina?
-Creo que ha sido suficiente, Álvaro. Felipe ha entendido que estás enfadado y que hizo mal. ¿Cuándo vas a acabar con esto?
-¿Con qué?
-Perdónale de una vez. Olvida a Murray y cerrad este asunto. Lleváis años con este juego y ya ha pasado de castaño oscuro.
-El juego ha acabado – afirmó con algo de dureza –. Yo ya he elegido.
-Y Murray se ha vuelto a Inglaterra.
-Eso no cambia nada – apretó los dientes, molesto porque le recordasen eso de forma tan cruel.
-¡Claro que lo cambia! Lo cambia todo, Álvaro.
-¿No lo entiendes? He pasado página, he olvidado a Felipe, ya no siento nada.
-Por favor, ¡siempre has estado enamorado de él!
-¡Pues ya iba siendo hora de que lo superase!
-¿Se puede saber que te ha pasado con Murray?
-Que le quiero. Simple y llanamente. Le quiero. Y sí, él se ha vuelto a Inglaterra y me ha dejado con un palmo de narices, pero eso no cambia nada. Le quiero.
-No lo comprendo – negó con la cabeza –. Después de todo lo que pasó entre vosotros…
-Las cosas se acaban.
-Cuando es de verdad no – replicó –. Nunca.
Álvaro se preguntó que habría pasado y que opacaba los ojos del hombre, que parecían perdidos en algún recuerdo, inundados por la melancolía.
-Fue de verdad – le aseguró –. Te juro que fue de verdad, pero las cosas han cambiado. Y no es culpa de Kenneth. Ni Felipe ni yo somos los mismos que hace quince años. La persona que quería a Felipe ya no está y tampoco lo está él. Kenneth sólo ha sido el detonante.
-Parece un alma en pena. Él te quiere, Álvaro.
-¿Cómo, si no me conoce? Han pasado quince años. Y no ha habido ni quince conversaciones. Lo superará, siempre lo supera.
Él suspiró.
-No hay nada que pueda hacer, entonces – no era una pregunta.
-Ha sido un placer verte, Gerardo.
-Sé dónde está la puerta.
Mientras él desaparecía, Álvaro tuvo claro que su relación con su viejo mentor no volvería a ser la misma.

(Tres meses después)

Miraba alternativamente del teléfono al pequeño armario, tratando de decidirse.
Quería hablar con Kenneth. Lo necesitaba. Pero coger el auricular le daba auténtico pánico y ganas de coger el caldero.
Lo encontraba extrañamente reconfortante, tan cálido, calmado, con ese débil brillo rosa… Por raro que sonase, le ayudaba a desconectar de todas las tensiones. Y eran muchas.
Acabó por cogerlo con delicadeza y colocarlo encima de la mesa.
-Hola, pequeño. O pequeña. Me vendría bastante bien saber si eres niño o niña, ¿sabes? Supongo que tendría que esperar un mes, aunque pudiese saberlo.
»Me muero de ganas de hablar con tu padre, pero no sé si debo llamarle.
»Es decir, ¿y si no quiere saber nada de esto? ¿Y si está feliz y tranquilo en Londres y considera que, fríamente, todo esto es un error? Es mucho de eso, ¿sabes? De pensarlo todo una y otra vez. Si tienes suerte lo sacarás de él y te ahorrarás mis problemas. Bueno, eso y su cerebro. Pero físicamente puedes parecerte a mí todo lo que quieras, serías muy mono.
Suspiró con pesadez, mirando de nuevo el teléfono.
-Que coño, no pienso dejar que se olvide mientras yo estoy aquí muriéndome del asco como si fuese la protagonista de una novelilla romántica – cogió el móvil –. ¿Quieres oír su voz, pequeño? Porque yo lo necesito enormemente.
»No eres muy hablador, ¿eh?
Marcó su número – por patético que sonase, lo tenía grabado en la mente y podría recitarlo hasta dormido –, aunque experimentó un leve temblor en el último dígito.
-¿Álvaro?
La voz resonó en el salón.
-Hola, Kenneth.
-¿Ha pasado algo?
-No, tranquilo. Me dijiste que te llamase de vez en cuando, ¿recuerdas?
-Han pasado tres meses.
-He perdido el móvil.
-¿Es la mejor excusa que se te ocurre?
-Seguramente no, pero no me la he pensado demasiado.
-Creí que estabas… Molesto, por el incidente del aeropuerto.
-No realmente – suspiró –. Dolido en el orgullo sí, claro, pero no molesto.
-¿En el orgullo?
-Me rechazaste públicamente después de que confesase mis sentimientos. No fue mi punto álgido en materia de autoestima, precisamente. Pero no estaba molesto. Dijiste que necesitabas tiempo para pensar. Yo también lo necesité.
-Supongo.
Hubo unos instantes de silencio.
-¿Y cómo va todo por Camelot?
Kenneth hizo un sonido de frustración al otro lado de la línea.
-¿Tienes que referirte a ella siempre como la pérfida Albión, o Camelot, o Tudorlandia?
-Ese sólo lo usé una vez – se defendió.
Interpretó su suspiro como resignación.
-No muy bien, que digamos. Mi familia no se muestra excesivamente comprensiva.
-¿Vas a volver, entonces?
Volvió a hacerse el silencio.
-No – respondió por fin –. Todavía no.
-Ah.
-¿Y cómo va…? Lo que tú ya sabes.
-Lo estoy mirando ahora mismo.
-¿Y?
-Está bien. Sigue brillando con esa luz rosa y no ha perdido calor.
-Me alegro.
Su voz sonaba sincera, pero se percibía algo extraño al final. Álvaro decidió omitirlo, tratando de olvidar toda posibilidad, velada en él, de que lo que crecía en ese caldero pudiese ser de Felipe.
-A decir verdad, no sé muy bien si será posible hacerle una ecografía o algo para saber si es niño o niña.
-Aun faltaría un mes.
-Pero para pintar el cuarto me sería muy útil.
-¿Ya estás pintando el cuarto?
-No es que tenga mucho que hacer últimamente.
-Álvaro…
-¿Sí?
-Nada. Da igual.
El silencio volvió a anegar la línea.
-Te hecho de menos.
Kenneth contuvo la respiración de forma obvia.
-Yo… Álvaro, yo…
-No es necesario – le aseguró al notar sus dificultades –. No es necesario que respondas. Sea la respuesta que sea, sólo… Necesitaba decírtelo.
-Yo también de hecho de menos.
Las palabras parecían haber salido a borbotones de sus labios. Eso le hizo sonreír.
-Por egoísta que pueda sonar, me alegra.
-Ya, a mí también.
-Si cambias de opinión y decides volver, puedes pasarte por aquí – le ofreció.
-Gracias, pero es poco probable. Tengo que colgar.
-Claro, adiós.
-Adiós.
Los pitidos del teléfono resonaron hasta que apagó el manos-libres.
-¿Tú que opinas?
El caldero continuó brillando sin ningún cambio.
-Ya, eso pensaba yo también.
»A papi le han vuelto a dar plantón. Y por teléfono.
»Al menos nadie subirá éste a YouTube.

-Empiezo a sentirme como una vieja de esas que charlan con sus gatos – confesó mientras preparaba las palomitas –. Pero a decir verdad, me gusta. Es cómodo eso de tener a alguien con quien hablar después de volver a casa.
»Sobretodo si has tenido un juicio de horas contra Mónica.
»Odio tanto a esa mujer… Es una absurda presuntuosa y creída que se considera lo mejor de lo mejor, cuando en realidad, lo único que quiere es vengarse mí por no haberla llamado después de nuestra noche juntos.
»Y sólo consigue alargarlos, ¡ni siquiera me ha ganado una vez!
»Y mi cliente sacó cuatro millones con esa estafa, de la que había pruebas físicas.
»Una inútil.
El caldero seguía brillando sobre la mesa de la salita, sin dar muestras de entender lo que le estaba diciendo.
-Y ahora, lo más importante. ¿Indiana Jones 3 o 4?
»Porque la tercera tiene el cómo empezó todo, y esas cosas me tiran mucho, pero la cuarta tiene relación paterno filial y pega más con la situación.
»Pero en la tercera también la tiene porque sale el padre, que molaba bastante.
»Pero en la cuarta salen extraterrestres arqueólogos, y eso me hace revolcarme por el suelo de risa.
»Pero en la tercera sale el Santo Grial, y combina bastante con nuestros últimos maratones de Merlín.
»Pero en la cuarta Indi encuentra el amor verdadero de nuevo y se casa.
»…
»La tercera.
Una vez tomada esa decisión, puso las palomitas en un bol y cogió una botella de CocaCola de dos litros.
-Pues allá vamos, pequeño.
»Te va a encantar, te lo juro.
Sonó el timbre.
-Que oportuna es la gente – se quejó dejando las cosas sobre la mesa y yendo a abrir –. ¿¡Tú!?
-Hola, Álvaro.
Felipe Navarro le miraba con serenidad desde el rellano.
Álvaro le cerró la puerta en las narices. Y volvió a abrir.
-Forzarías la cerradura en menos de un minuto.
-Sí.
-Largo de mi casa.
-Por favor, Álvaro, no vengo a lo que tú crees.
-¿Y a qué vienes?
-¿Me dejas pasar?
Parecía estar al borde de la suplica con los ojos.
Soy un maldito blando.
Se apartó de la puerta.

El silencio no era un silencio natural. Era un silencio incómodo. Él podría estar mostrándole a su futuro hijo las maravillas de Indiana Jones y su padre destruyendo nazis y encontrando el Santo Grial. Sus planes para esa noche no eran, definitivamente, estar sentando en su sofá junto a Felipe Navarro, ambos envueltos en un silencio incómodo. Ni siquiera tenía muy claro porque le había dejado pasar.
-Verás, en estos meses he estado pensando mucho sobre… Esta situación.
-Ya – respondió sin cambiar la expresión.
-Bueno, pues que… Quería hablar contigo.
-Felipe, en serio, si vienes a pedirme perdón o a suplicarme o…
-No vengo a nada de eso – le aseguró –. No creo que ninguno tenga el carácter adecuado para suplicar, de todos modos.
-No, yo tampoco lo creo – admitió.
-Mira, Álvaro, he pasado estos tres meses pensando en ti y en mis sentimientos. Y me he dado cuenta de algo.
»Tenías razón.
»Álvaro, tenías toda la razón. Porque cuando pensaba en lo nuestro, cuando pensaba en ti, veía al Álvaro del que me enamoré. Y me he dado cuenta de que han pasado quince años y que, por lo poco que sé, ese Álvaro ya no existe.
-Tampoco creo que exista el Felipe del que me enamoré – repuso con calma.
-Eso es porque no existe. Porque ninguno es el mismo después de todo lo que hemos vivido. Y porque ya no nos conocemos.
»Pero antes de todo eso, antes de que nos enamorásemos y empezase este juego interminable, teníamos algo. Algo que, joder, Álvaro, no quiero perder. Porque has sido el mejor amigo que he tenido nunca, el mejor, y no quiero perder eso.
-Nunca volverá a ser lo mismo – le recordó con un suspiro.
-Quizás no. Pero antes que idiotas que no sabían lo que hacer con sus sentimientos, éramos amigos. A decir verdad, creo que ya hemos perdido quince años de amistad y no estoy por la labor de perder más.
-Felipe…
-Sé que metí la pata. Hasta el fondo. Un montón de veces y en un montón de ocasiones, pero… Bueno, siempre has sido tú el que se ha ocupado de levantarme del suelo haciendo bromas y ha impedido que me hiciese mucho daño. Fuesen cuales fuesen las consecuencias.
-No lo sé. Han pasado muchos años. Hay demasiadas cosas entre nosotros, no sé si es posible que volvamos a ser amigos. Y menos en estas circunstancias.
-Mira, no sé si el niño será mío o de Murray – comenzó mirando de reojo al caldero que descansaba sobre la mesita de café –, pero te aseguro que no cambiará nada. Es decir, si es mío lo reconoceré, claro, y me ocuparé de todo lo que sea necesario, pero aunque lo fuese, seguiré sin querer estar contigo de esa forma. Si traté tan mal a Kenneth fue… Porque veía que era algo serio y tenía miedo a perderte. Sabes que siempre he sido un egoísta.
-Eres muchas cosas, Felipe. Eres un idiota bastante arrogante que pierde la cabeza con facilidad y siempre se mete en cosas que sabe que le van a hacer daño, por ejemplo – suspiró –, pero nunca has sido un egoísta.
-¿Eso significa que me perdonas?
Álvaro suspiró de nuevo, mirando reflexivo al caldero.
Eres un puto blando sentimental.
-Te perdono, Felipe.
Él sonrió, mostrando ese pequeño hoyuelo que le había hecho caer redondo más de quince años atrás
-Siempre has sido demasiado sentimental para tu propio bien.
Álvaro no pudo reprimir una carcajada.


Álvaro se levantó de la cama, bostezando. Pasó una mano por su cabello dorado, tratando de colocarlo para que no le cayese sobre los ojos. Alcanzó su batín y se lo puso con gesto indolente, sin poder evitar otro bostezo.
Había sido una noche movidita.
Después de una reconfortante ducha caliente y de haberse arreglado, salió al salón, en el cual su pareja estaba desayunando. Se dieron un corto beso de buenos días mientras se sentaba a su lado y se servía un zumo de naranja.
-Te has levantado temprano.
-Sí, tenía mucho papeleo que acabar – suspiró con dramatismo, fingiendo un profundo dolor.
-¿No lo habías acabado ayer? – arqueó una ceja.
-No.
-Me dijiste que sí.
-Mentira.
-Verdad.
-Me preguntaste si tenía algo que hacer o podíamos ir antes a la cama.
-Y tenías algo que hacer, pero me respondiste que no.
-Si te hubiese dicho que sí no habrías querido ir antes a la cama.
-Porque tienes que llevar al día el papeleo.
-Lo llevo al día.
-¡Lo estás haciendo en el desayuno!
-Mientras lo tenga listo a la hora de comer, lo llevaré al día.
-Eres imposible, Felipe – puso los ojos en blanco, conteniendo la risa.
-No es mi culpa, fuiste tú el que se me insinuó a lo bestia.
-¿Qué parte de “¿Tienes algo que hacer o nos vamos antes a la cama?” es una provocación?
-La parte en la que ambos sabemos que haríamos en esa cama.
-… Touché.
Él rió, antes de volver a besarle.
-¿Tenéis que hacer eso cada vez que me doy la vuelta? – una falsamente escandalizada Ariadne se sentó a la mesa para desayunar.
-¿Prefieres que no esperemos a que te gires? – le preguntó su tío volviendo a los papeles.
-Prefiero que os convirtáis en un viejo y aburrido matrimonio de una vez.
-¿Qué te hace pensar que los viejos matrimonios no tienen relaciones? – preguntó Álvaro, divertido.
-¿Quieres que tenga pesadillas? – los dos estallaron en carcajadas, ante la desagradada mueca de su sobrina, que bufó malhumorada –. Será mejor que me vaya, he quedado con Tania para celebrar el fin de curso – decidió, alzando ligeramente la nariz con altanería.
-¿No desayunas?
-¡Se me ha revuelto el estómago!
Volvieron a reír mientras ésta se colocaba la chaqueta y salía.
Una vez estuvo fuera, Felipe soltó el bolígrafo.
-¿Por dónde íbamos?
-Tú estabas resolviendo el papeleo y yo desayunaba para irme al bufete.
-¿Estás absolutamente seguro de eso?
-Desde luego.
-Por cierto, ha llamado Lorena – recordó cambiando de tema.
-¿Quería algo?
-Parece ser que están celebrando una reunión de antiguos alumnos y quiere que vayamos.
-¿En plural? Si mal no recuerdo, yo hice derecho.
-Pero eres demasiado encantador como para que me permitan ir sin ti.
-Idiota – sonrió.
-Un idiota feliz – le besó de nuevo, casi riendo e ignorando como ponía los ojos en blanco –. ¿Te das cuenta de que si me hubiese ido a Oxford nada de esto habría pasado?
-No digas estupideces. Nunca habrías llegado a pasar dos semanas en Oxford, habrías huido del té.
-¿Qué tendrán con él los británicos?
-¿Cómo esperas que lo sepa? Son británicos – hizo una exagerada mueca, despertando carcajadas en Felipe.
Después de todo, los chistes sobre británicos siempre tenían gracia.




Bueno, os preguntaréis: ¿a qué viene lo del universo alternativo? Y yo os responderé: relleno. Puro y duro. Peo tiene algo de trasfondo.
Y es que Felipe, a pesar de mis intenciones, me ha quedado un poco idiota. No es mi culpa, es mi vena kennal y mi propia naturaleza, que hace que el tercero en discordia siempre me acabe reventando. Y Felipe no me revienta, ojo. Es sólo que tiendo a favorecer a Kenneth. Y eso no es justo, porque me cae genial Felipe y es un gran personaje y estoy convencida de que si las cosas hubiesen sido un poco distintas y Héctor hubiese mandado al Consejo a tomar viento fresco, ahora ellos estarían juntos y tan felices. Pero no lo hizo. Y ambos cambiaron demasiado para poder estar juntos.
En todo caso, más allá de Kenneth, esos dos siempre van a tener algo especial. Y Álvaro perdona a todo el mundo porque es un blando. Se sabe.

Atreveos a decirme que no es empotrable. Atreveos...

4 comentarios:

  1. Vale. Acababa de escribir un comentario... Y BLOGGER LO HA DESINTEGRADO. ESTOY TAN INDIGNADA QUE NO SOY CAPAZ DE ESCRIBIRLO TODO DE NUEVO. Aksdkjdsjsdjsdj.

    Resumiendo: me ha gustado mucho, como siempre. Álvaro como reina del drama (me lo imagino comiendo helado de chocolate del Mercadona directamente del bote mientras ve Love Actually -llena de británicos-), cuidando a su hijo peor que un Sim (lo mete en un armario...xD) y eligiendo Indiana Jones 3 en lugar de la 4. Todo bueno. Sigo enfadada con Blogger.

    PD: ¿No podría Álvaro mirar dentro del caldero para saber si es niño o niña? xD
    PPD: ¿Vas a seguir publicando capítulos de la otra historia? ¡Me quedé con la intriga de saber qué pasa con la Bruja!

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    1. Me ha pasado. Varias veces. Es muy indignante.

      También hizo eso, pero en la intimidad y con helados de marca, que Álvaro siempre ha sido muy pijo.
      Me has matado con lo del sim XD Jo, compréndelo, tiene que ocultarlo en algún sitio. No puede dejar pasar gente a su casa con un caldero de cerámica lleno de símbolos que brilla con luz rosa. La gente lo mirará raro y como no pega con el resto del piso, no colará como lámpara de diseño =P

      PD: ... En serio, ¿soy tan obvia?
      PD2: Seguramente no, aunque me harías un honor ENORME si pudiese enviártelo en plan beta. Sin compromiso ninguno, claro =)

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    2. Cierto, mejor el Chunky Mokey del Ben & Jerry's o uno de los Häagen-Dazs (sí, he tenido que buscar el nombre en Google xD)

      ¡Oh, sí, sí, seré beta! ¡Profe, yo, yo, me lo pido!

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    3. No puedo juzgarte, yo creí que me estabas hablando de muebles del IKEA. XD

      ¡Bieeeeen! ¡Tengo beta! Esto ya es otro nivel... =P

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