miércoles, 20 de agosto de 2014

Números de la suerte, celebraciones y adelantos

Como la semana pasada no publiqué entrada, vamos a hacer algo especial. Bueno, eso y que ¡esta será mi entrada número 44! ::sopla por un matasuegras:: Mi número de la suerte es el cuatro, ¿vale? Me hace ilusión porque son dos cuatros y dos es la mitad de cuatro y tal. Y eso.



Últimamente estoy ocupadísima porque, como ya os he comentado, el ordenador se me fastidió y perdí muchos de mis archivos. Así que, ahí estoy. Volviendo a rellenar las fichas de los personajes y, lo peor, a CORREGIR. Porque mis adoradísimas betas son geniales y me han indicado un montón de cosas que corregir, por lo que yo quiero comerlas a besos, y apliqué sus consejos de mil amores. Claro que, cuando tienes que corregir doscientas páginas del tirón, pues no mola tanto. Oh, seamos sinceros. NO MOLA NADA. Y eso me recuerda que tengo que contestarle el mail a Magik, pero aún no puedo porque no he corregido los últimos capítulos que beteó. Un desastre todo.
Que vale, que podía ser peor. MUCHO peor. Pero esas cosas te tocan un poco la moral, ¿vale? Estoy sensible y es como si las ganas de escribir se me hubiesen ido por el caño.
Un. rollo. Haced copias de seguridad, mis niños. Creedme, lo necesitáis.
Resumiendo. Que como ha pasado todo eso y yo no era físicamente capaz de obligarme a continuar escribiendo la novela, pues intenté escribir historietas. Un principio de novela que no estaba mal pero tampoco bien. Una historia alterna dentro del universo de mi novela que, finalmente, demostró mi incapacidad para escribir robos decentes. El principio de una historia en plan "infancia de tal personaje". No acabé ninguna. Finalmente, arracándome el pelo de la cabeza de forma violenta y chillando cual banshee, acabé diciendo: A tomar por saco. Y escribí fanfic. Sí, escribí fanfic sobre mi propia novela. ¿No soy patética? Soy patética.

Sí, mi fanfic es parte de la parte especial. Pero la otra parte especial es que os voy a contar como surgió mi novela --que finalmente he bautizado como Crónicas la Caída I: Secretos de Sangre, porque soy rimbombante y dramática que no veas--. ¿Creíais que soy rara? Pues ya os he reventado parte de la historia.

A ver, ya he contado esto, pero es importante para la historia saber que yo, cuando me aburro, juego con personajes. Crossovers rarunos, situaciones flipadísimas... Crack puro, vamos. Estoy corriendo o aburriéndome y mi mente simplemente se va a jugar con ellos. Y así surgió.
Uno de mis personajes predilectos. que narró uno de mis fics kennal, tiene una hija. Scarlett, que así la llamé después de ver Lo que el viento se llevó, es una niña monísima y una adolescente inusualmente elegante y una adulta famosa por su trabajo como actriz. Sí, voy alternando los tiempos según tenga el día. En todo caso, el mejor amigo de Scarlett, y sobrino de mi obsesión principal, se llama Alex y es muy friki y quiere ser escritor. O lo es.  Depende de la línea temporal.
En todo caso, necesitaba por motivos de la trama que Scarlett fuese actriz en una serie y que su personaje fuese parecido a Lucrecia de Santillana. Así que Alex se transformó en guionista y creó esa serie. Era una mierda de serie, pero oye, era como Ultra-Héroe de Sinchan, ¿vale? Parte del trasfondo. En todo caso, la idea acabó gustándome y decidí que Alex se la quedase.
Así que, durante un par de meses, Alex y Scarlett volvían a ser adolescentes y él estaba muy concentrado en escribir su historia --con cortas interrupciones para defender que Misha Collins estaba más bueno que Jensen Ackles frente a una Scarlett que disentía--.
Así que, mientras trabajaba en el esqueleto básico de la novela y de los personajes --que acabaron por no tener nada que ver con la idea original--, lo hacía a través de Alex.
Él --que sabía pintar-- dibujaba los mapas. Él caracterizaba a los personajes. Él discutía con Scarlett sobre como llevar la trama. Él lo hacía absolutamente todo hasta que yo, el 24 de Diciembre, puse las primeras palabras sobre el papel. Oh, bueno, había escrito alguna descripción de la bruja antes, pero a mano. No es nada serio hasta que lo paso a ordenador. Cabe decir que fue el prólogo más patatero, absurdo y cargante de la historia de los malos prólogos. Pero ya había empezado.
Poco después pasé de escribir la primera novela, la resumí en el primer capítulo --lo cual fue una de las decisiones más inteligentes que he tomado en mi vida-- y pedí y recé por betas --que son a las betas lo que Bilbo a la monez, así os lo digo--.


Y hasta aquí. Dicho así no suena tan raro, pero en serio. La trama no es mía, la he robado vilmente. Vale, se la he robado vilmente a un personaje que es mío, pero si muero durante la noche es que Alex ha tomado el control de mi mente y se ha vengado.  Lo veo poco probable porque le he puesto una historia nueva y un novio fantástico, pero nunca se sabe.

Y sí, ahora el fic sobre mi pareja protagonista que, a mi entender, se entiende aunque no sepáis mucho de que va y que no mete spoilers. O al menos yo no los he visto, aunque soy despistada y tal.

Escena 1

A Galímedes le gusta su risa. Tiene varios tipos de risas, pero esa es definitivamente su favorita. No es irónica, no es sarcástica, no es burlona, no es coqueta. Es una risa pura y vibrante, que dice <<me ha hecho gracia>> y nada más.
Le gusta, pero le encoge el corazón. Y sólo acompaña su carcajada de forma corta, tratando de centrarse en otro asunto. Porque la Bruja del Oeste le impresionó cuando se conocieron y, ahora, no puede más que quedarse boquiabierto ante ella. Tiene quince años y sin embargo es la mujer más increíble que ha conocido. Y, sorprendentemente, no es un insulto a otras mujeres. Pobrecillas, ellas no tenían ninguna oportunidad: estaban condenadas a la derrota desde el principio.
Y no es por la magia, o, al menos, no del todo. Tiene que ver con la magia, pero no es por ella en sí. No es sólo una bruja, es mucho más que eso. Hay mucho más allá de sus vestidos juveniles, su aire de superioridad y su franqueza.
También es sorprendente que sea franca. La joven es franca pero no porque no mienta o le oculte cosas, sino porque es clara. No se anda con rodeos y va al grano. Directa y contundente como un puñetazo a la mandíbula. Rotunda e incontestable como palabra divina.
Y hermosa.
Apenas acaba de convertirse en una adulta y ya es más madura que cualquier mujer que haya conocido. Inteligente, aguda y decidida. Quizá caprichosa y voluble --como negarlo, a esas alturas--, mas todo eso empalidece y se difumina, languidece y se esfuma, al verla discutir sobre cualquier asunto con esa seguridad en sí misma y en sus argumentos. A Galímedes le gustaría poder ser así, pero duda que cualquier otro parezca más que un estúpido arrogante. Incluso ella parece arrogante, que no estúpida.
Y, repite, hermosa.
A veces, Galímedes se pregunta si no debería sentirse culpable. Es joven, descarnadamente joven. Apenas ha entrado en la edad adulta mientras que él ya tiene diecisiete años. Son sólo dos años de diferencia, pero parece un mundo. A veces ella le mira con sus enormes ojos abiertos, tratando de disimular su curiosidad o confusión cuando él le cuanta alguna de sus aventuras --que, admite, no son especialmente remarcables--, y se plantea si alguna vez habrá salido al mundo exterior, lejos de la Cueva, si es algo más que una niña. Después ella le dedica un comentario hiriente, irónico y con la dosis justa de amargura y él recuerda. La Bruja del Oeste es muchas cosas, pero definitivamente no es una niña.
Por Vilida*, no sabe cómo pero siente que tiene más experiencia que él.
Siente que, a pesar de su reclusión, ha vivido más cosas de las que él llegará a vivir. Que comprende más, que sabe más sobre la vida que él.
Y sí, también tiene más experiencia en ese aspecto. Lo cual sí que resulta molesto e inquietante se mire por donde se mire.
Y lo disfruta, ¡vaya si lo disfruta! Le encanta poner esa cara de falsa sorpresa cuando ve que él desconoce algo y preguntar <<¿Esto no os lo enseñan en la Universidad?>>. Es odiosa la mayor parte del tiempo. Porque Galímedes no es precisamente un niño virginal. Ha estado con mujeres que conocía en la taberna donde se hospedaba, con la misma tabernera --cuyo marido, por suerte, no se había llegado a enterar nunca-- y con esa jálica* que les había dado clase de anatomía. Una profesora de anatomía. En teoría debería saber mucho más que la joven. Le fastidiaba que no fuese así.
Si fuese cualquier otra habría afirmado sin dudarlo que era conocimiento teórico, aprendido en su extensa biblioteca --en la que sí había libros de esa temática--, pero la bruja era más dada a la práctica que a la teoría en todos los aspectos. Y, cuando le había preguntado acerca de esos tomos, ella sólo se había encogido de hombros antes de admitir que había ojeado uno cuando tenía once años.
Frustrante.
Pero podría con todo eso sin mayor problema de no ser por un factor a tener en cuenta: había sentimientos. Si fuese sólo admiración y deseo hacia al joven, todo resultaría ridículamente fácil. Lamentablemente, no era así. La Bruja se había colado por las pocas y camufladas grietas de su coraza sin siquiera saberlo, había atravesado todas las capas protectoras, todos los engaños, todas las protecciones. Se le había metido debajo de la piel.
Ese era el problema. Esa era la razón por la cual evitaba mirarla cuando reía. Porque era obvio. Porque estaba escrito en sus ojos.
Porque a ninguno le hacía gracia verle invadido por una emoción tan fútil y molesta como el amor.
Ambos preferían ignorarlo, fingir no darse cuenta.
En algunos momentos, creía ver una chispa, un rastro casi desvanecido de luz en sus ojos cambiantes, que parecía indicar sentimiento. Que podría señalar que era correspondido.
Él lo ignoraba. Podría ser una ilusión, podría no ser cierto. Y ella no estaba en absoluto preparada para sentir amor --dioses, que palabra más absurda-- por alguien que no fuese ella misma. Y él no estaba preparado para ser correspondido.
Quizá algún día. O no.
Porque después de su risa, todo volvía a su cauce.
Como si nada hubiese pasado.
Porque, realmente, era así y todo seguía estático. Tal y como ambos lo habían dejado.

*Diosa de la vida, por la cual los que carecen de magia suelen jurar.
*Sacerdotisa de Jaliryo, dios del comercio, que se caracterizan por estar muy instruidas.




Lo sé, lo sé. Hasta el título --si podemos llamarle así-- es poco original.
...
¡FELIZ ENTRADA NÚMERO 44 SABÉIS QUE OS QUIERO BESOS!

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