jueves, 24 de abril de 2014

Alanis: Capítulo 5

Pues antes de continuar con mi vía crucis particular, que tiene nombre -O porco de pé- y autor -Vicente Risco-, me he pasado para dejarlos la ración de Alanis. Que me he retrasado como un mes y eso está feo.




5. De móviles, fijos y doctoras frikis y confusas.


Kenneth suspiró con pesadez mientras organizaba la biblioteca.
Otra vez.
Organizaba la biblioteca todas las noches desde que había llegado a su casa. Su naturaleza de bibliotecario le aseguraba que si organizaba los atestados estantes, todos los problemas serían más sencillos de resolver. Lamentablemente, por impecable que fuese su sistema organizativo, no había conseguido que sus parientes dejasen de torcer el gesto al verle, ni que Álvaro saliese de su cabeza un ratito.
Aumentó la presión de sus dedos sobre el lomo de una Obra completa de Oscar Wilde. Parte 1.
Deseaba pocas cosas más que coger el móvil y llamarlo. Necesitaba oír su voz, sus bromas. Necesitaba al menos sentir su deslumbrante sonrisa. Necesitaba que volviese a decirle que le quería.
Por mucho que adorase sus libros, no conseguían llenar ese vacío que le estaba devorando como si fuese un agujero negro.
Desterró esos pensamientos con un gesto de cabeza, concentrándose en su tarea. Por supuesto, al haber llegado a la W no le entretuvo mucho tiempo más y en unos minutos se encontró parado frente a las estanterías, sintiéndose perdido.
Con un suspiro, se resignó. Álvaro le llamaba de vez en cuando, ¿por qué no iba él a poder hacer lo mismo? Cogió el móvil, que había dejado sobre el escritorio, y llamó.
-Móvil de Álvaro Torres.
Kenneth podría haber desaparecido. Podría haberse desvanecido en el aire de la estancia. Haberse derrumbado como si, al igual que Edith, la mujer de Lot, se hubiese convertido en una estatua de sal y sólo quedase de él un fino polvo sobre la alfombra. Nada demasiado dramático o remarcable, en realidad, simplemente dejar de existir.
Porque la voz que había respondido a su llamada, a ese momento de debilidad, era Felipe Navarro. El antiguo amor de Álvaro. Miró su reloj de pulsera. Las nueve y media. Indecentemente tarde en Inglaterra. Las diez y media. Relativamente temprano en España, pero no lo bastante como para que un antiguo amor al que había dejado respondiese a tu teléfono. A menos que se sacase al adjetivo de la ecuación. Si fuese un amor actual sería perfectamente lógico.
Oh.
Apretó con fuerza el móvil antes de que se le cayese de las manos. Estaba temblando.
-Lo siento – su voz sonó mecánica, artificial, desprovista de sentimientos –, he fallado con el marcado rápido.
Y colgó.
El móvil rebotó con fuerza contra la moqueta, separándose la pantalla del teclado.
En el fondo era su culpa. Sabía que nunca debía haber tenido esperanzas de estar realmente con Álvaro, siempre lo había sabido.
Nunca habría sido digno.
Sus manos no habían dejado de temblar.


-¿¡Qué has hecho qué!?
-No sabía quién era – se defendió.
-Lo ponía en la puta pantalla. ¡Sale una fotografía, Felipe!
-Sabes que nunca la miró, Álvaro.
Éste deseaba darse de cabezazos contra la mesa, por lo que apoyó la frente en su mano izquierda, cuyo brazo estaba fuertemente hincado en ella. Era lo máximo que podía hacer sin que todo el restaurante pasase a mirarlos cuchicheando.
Desde el incidente del vídeo prefería no llamar excesivamente la atención.
-Esto es malo. Muy, muy malo.
-Pero él sabe que no tenemos nada, ¿no? ¿Qué importa que haya cogido el móvil? Tú estabas en el baño.
-¿Y tú para qué lo coges?
-Estaba muy alto. Me dio corte que la gente lo oyese. ¿Cómo se te ocurre poner Y.M.C.A. de politono?
-Estoy seguro de que cuando se habla de libertad de expresión también se incluyen los politonos.
-¿De joven eras tan gay?
-Me costó cinco euros, macho. Sería de idiotas no usarlo.
-… ¿Es un chiste sobre Macho Man?
-Eso sería demasiado incluso para mí.
-Vamos, que sí.
-Cállate.
-Empiezas a preocuparme, te estás volviendo rarito.
-Al menos yo puedo ir a trabajar sin esconderme tras las esquinas.
-Cállate.
-En todo caso, Kenneth no sabe que somos amigos. La última información que le he dado sobre ti fue que te acababa de mandar al cuerno.
-¿Al cuerno? ¿En serio?
-¡Estaba muy nervioso!
-Fue muy raro oírtelo decir, la verdad. Bueno, ver esa declaración fue raro. A mí nunca me has dicho cosas tan bonitas, Álvaro.
-¿Tú también? – gimió – ¿Queda alguien en el mundo civilizado que no lo haya visto?
-Mucha gente. Tim lo borró rápido.
-No lo suficiente, al parecer.
-No, a Deker le dio tiempo a descargarlo.
-… ¿Qué?
-Lo que tiene en ese móvil nos puede destruir a todos. Comienza a ser preocupante.
-¿Comenzar?
-En todo caso, ¿qué va a hacer Kenneth? ¿Te lanzará cosas llamándote maldito? ¿Llorará y te gritará que se lleva al niño?
-Niña.
-Es una forma de hablar. Y para decidir un género tendremos que esperar a la prueba de paternidad.
Él y Felipe habían descubierto que era una niña cuando al segundo le dio por levantar la tapa y mirar dentro. Álvaro nunca se había atrevido por si resultaba una especie de botón de aborto o algo por el estilo. Pero había resultado útil para elegir el color de la habitación, como ya había predicho.
Sobre quién era el padre no habían avanzado mucho.
-Eso no importa. Lo que importa es que te acabas de cargar mi relación.
-No estabais juntos, en realidad.
-¿¡Quieres que te mate o qué!?
-Tranquilízate, hombre. Llámale. Arréglalo. Es sólo un malentendido.
-No creo que eso funcione.
-¿Y por qué no iba a funcionar?
-La última vez que tuvimos un problema parecido él huyó del país.
-Es distinto.
-¿En qué?
-En que esta vez él se ha apresurado con las conclusiones y tú y yo no nos hemos acostado.
-Dudo que vaya a ser tan fácil…
-Álvaro, hemos hablado hasta la saciedad sobre mi parte de culpa en que lo nuestro se arruinase, pero, dado que estás yendo por el mismo camino, me veo obligado a señalar la tuya.
-¿Perdón?
-Nunca haces nada. En vez de dar el paso y esclarecer las cosas, sólo esperas a que se solucionen por sí mismas. Noticia de última hora: la vida es muy perra y no te va a solucionar los problemas mientras tú no haces nada. Reacciona a tiempo esta vez.
-… Estoy prácticamente seguro de que toda es tuya, Felipe.
-¡Qué le llames!
-¡Qué no me atrevo!
-Oye, Álvaro, Kenneth me cae fatal. Es un soso aburrido y sin carácter. Pero le quieres de verdad, tú sabrás porqué, y si sigues así vas a perderlo. No quiero que vuelvas a quedarte quince años rumiando la culpa. Para entonces tendrás cincuenta y tus posibilidades caerán en picado.
-¿Insinúas que estaré feo al cumplir los cincuenta?
-Insinúo que no se te acercarán lo bastante para ver que sigues estando bueno.
Él bufó.
-No sé si me insultas o me alabas.
-Es que últimamente estás en las nubes. En nubes con gafitas de empollón.
-Sus gafas con sexys. Cállate. Y no lo digas. No, no me mires así. Ni una palabra.
Felipe contuvo la risa.
-Eres una quinceañera hiperhormonada.
-Estoy en pleno embarazo, tengo excusa.
-No hay hormonas dentro de ti. Al menos, no más de las que ya había antes.
-¿Recuerdas que hace cinco meses estabas suplicando por mi amistad? Me gustabas más entonces.
-Que le vamos a hacer, ya no puedes estar sin mí. No hay riesgo.
-Idiota.
-Marica.
-Mira quién fue a hablar.
-¿“Me gusta que te subas las gafas con la yema del dedo índice”?
-No te pongas celoso, también me gustaba tu hoyuelo.
-¿Mi hoyuelo también es sexy?
-No – aseguró, bebiendo un sorbo de vino antes de sentenciar –, te da aspecto aniñado.
Él hizo una mueca.
-Ese ha sido un golpe bajo.
-Y tan cierto como que Ariadne no puede escribir su nombre completo en menos de un minuto.
-Yo tampoco puedo.
-Los problemas de la realeza – ironizó.
-Llámale de una vez.
-No puedo, ya es tarde. Estará durmiendo.
-Excusas.
-Que te calles. Y acaba de una vez la tarta, que mañana tengo un juicio a primera hora.
-Es una tarta de frambuesa, tío. Tengo que disfrutarla despacio.
-Era una tarta de frambuesa. Ahora es una ruina, se ha desmoronado.
-Eres tú, que me distraes.
-Asume tus errores.
-Cuando tú hagas lo mismo. Y cambia el politono.
-Que te den.
-Sólo si es contigo, pichoncín.


Deker sacó otro cigarrillo. Su mano tembló súbitamente al pensar que, a lo mejor, era el último. Estaba entrenado para mantener la calma en momentos de tensión, pero el entrenamiento no incluía esa situación.
“Está de más decir que conoce el uso del profiláctico.”
Puto Viejales gafe que no debería aparecerse por su mente…
Y Ariadne seguía sin salir.
Encerrada. Atrincherada. La puerta del baño parecía en ese momento la muralla de Troya. Infranqueable. Alejándole de su salvación y de su posible perdición. Ya sabía como se sentía Menelao. Cosa molesta, porque siempre le había resultado cargante y patético.
“Se llevaron a mi mujer, se llevaron a mi mujer…”
Haberle dado lo que tenías que darle, idiota.
Contuvo una risotada histérica al darse cuenta de que precisamente por seguir su puto consejo estaban allí.
Calma, chaval. No eres un crío. Hay una posibilidad entre un millón.
Vale, puede que algunas más.
Muchas más.
Eran adolescentes, ¡era como estar en celo permanente! No podían hacerse responsables de lo que hacían sus hormonas.
Esas hijas de…
La puerta se abrió de golpe.
Ariadne le miraba, guapa como nunca, el objeto que les condenaría en la mano y los ojos brillantes.
No.
No puede ser.
-Falsa alarma.
-Gracias al señor – gimió de alivio, tratando de contener las lágrimas de alegría.
Ella corrió a abrazarle y él le devolvió el abrazo. Habían tenido tanto miedo…
Pero, finalmente, no había sido nada. Eso era lo importante.
-Si llega a dar positivo…
-Sh… No te tortures, lo importante es que no lo ha dado.
Ella se separó de él, mirándole con los ojos brillantes.
-Te habría matado, Deker. Te habría descuartizado.
-¿Y cómo pasarías la prueba de la espada?
-Hablas como si me hubiesen seguido dejando ser la princesa de los ladrones.
-También es verdad.
-Se acabó. Nunca más. Nunca. ¿Me has entendido?
-Nunca. Sí que pasa, lo he pillado.
-Me sorprende que no lo hubieses pillado años antes.
-Lo tenía perfectamente claro, para que lo sepas.
-¿Y entonces?
-Ese bañador te sentaba tan bien… Y la piscina estaba vacía. ¡No me habría dado tiempo a subir a la habitación! Y de todas formas, dudo que sean sumergibles.
-Pues a partir de ahora en seco.
-¿Crees que tienes que decírmelo? Casi me corto las venas con el cigarrillo.
Ariadne suspiró, volviendo a hundirse en su hombro.
No volvería a pasar, decidió. Nunca.

Pasaría en otras siete ocasiones. Cuatro de ellas tendrían finales bastante parecidos a ésta.


-Tienes que llamarle, Álvaro.
El susodicho bufó con frustración.
-¿Cómo te has enterado ahora?
-Felipe me llamó.
-Por supuesto, ¿cómo no?
La buena relación entre ambos sólo le traía problemas.
-Esto es serio. ¿Te imaginas lo que debe estar pensando?
-Mateo, pensaba llamar, no tienes que preocuparte por mí continuamente.
-Sí que tengo que hacerlo, ¡eres un desastre!
-Gracias por tu apoyo y comprensión – ironizó.
-Llámale. Ahora.
Los pitidos le indicaron que su amigo acababa de colgar. Suspiró con lentitud, controlando de forma loable las ganas de estrellar el móvil contra una pared.
Vale, había cometido algunos errores, pero no le parecían suficientes como para que ahora todo el mundo le considerase un inválido sentimental al que se le debían dar órdenes claras y sencillas.
Lo que más le fastidiaba era que iba a obedecer. No porque se lo ordenasen, por supuesto. Pensaba hacerlo. Sólo había querido desayunar antes. Un buen desayuno de dos horas. Era la comida más importante del día, después de todo, y Álvaro era una persona sana y con poca tendencia a engordar.
Decidió dar por acabado el desayuno, ya que de todas formas si veía un bollo más vomitaría.
Su dedo titubeó mientras marcaba los números en la pantalla táctil. Marcarlos en vez de ir a la agenda retrasaba lo inevitable.
Los pitidos de espera le ponían nervioso de manera absurda, provocándole unas incontenibles ganas de colgar y arrancarse el pelo a mechones.
Y nadie contestó.
Álvaro estuvo apunto de chillar y estrellar el móvil contra la pared, de nuevo, pero se contuvo. Comenzaba a ser patético.
Buscó en la agenda el número de su casa en Londres y llamó allí. No pensaba dejar que le ignorase así como así.
No era Kenneth el que contestó el teléfono, sino un primo bastante desagradable que fue a buscarle, no sin antes demostrar desprecio y desdén en cada palabra.
Idiota.
-¿Álvaro?
Su voz, a pesar de estar distorsionada por el teléfono y parecer extrañamente carente de sentimientos, le estremeció.
-Hola, Kenneth.
-¿Querías algo?
-Sí. Verás, Felipe me ha dicho que llamaste anoche mientras estaba en el baño.
Hubo unos instantes de silencio que Álvaro, sabiamente, aprovechó para golpear rítmica y nerviosamente el suelo con sus carísimos zapatos italianos.
-No era nada importante. No quería interrumpiros.
“Noticia de última hora: la vida es muy perra y no te va a solucionar los problemas mientras tú no haces nada. Reacciona a tiempo esta vez.”
De todas formas, le habían criado para obedecer las órdenes del rey de los ladrones, ¿no?
-No interrumpías, Felipe estaba contándome un poco creíble historia sobre su última cita.
-¿Última cita?
-Oh, sí. Le he presentado a un amigo.
-Creía que ya no os llevabais bien – mencionó, dejando claro que no se lo acababa de creer.
No pudo sentirse ofendido ya que estaba mintiendo como un bellaco.
-Hace un tiempo se pasó por aquí ha pedir perdón y decidimos retomar la amistad. Ya nos habíamos comportado el suficiente tiempo como una panda de críos.
-Ah. No lo mencionaste.
Terreno pantanoso.
-Sé que no te cae muy bien Felipe. No sabía si te molestaría.
-Oh.
Contuvo su grito acerca de dejar el uso de monosílabos y esbozó una deslumbrante sonrisa. Él no podía verla, pero se sentía más seguro si sonreía. A la gente le costaba más decirle que no cuando lo hacía.
-Sólo quería… Hablar contigo. Un rato. Te echaba de menos.
-Yo a ti también – reconoció, antes de cambiar de tema para disminuir un poco la incomodidad que le sacudía –. ¿Por qué no cogías el móvil?
Hubo un instante de silencio, como si se sintiese avergonzado de algo.
-Se me cayó ayer en la biblioteca y se ha roto. No logro encajar de nuevo la pantalla.
Y Álvaro lo comprendió.
-¿Sigues teniendo un teléfono con teclado? ¿Eso aún se vende?
-Pues claro que se vende – espetó de mal humor – ¿Qué móvil esperabas que tuviese?
-¿Uno táctil, quizá?
-No los soporto. Se llenan de huellas y me paso el día frotándolos contra algo para limpiarlos.
Álvaro rió.
-No sabes como te pega lo que acabas de decir.
-Ja, ja.
Álvaro, muchísimo más relajado, dejó pasear la mirada por su esplendido salón. Todo estaba bajo control. Menos mal.
Su sonrisa se quebró al posarse en el caldero.
Oh, mierda.
-Oh, mierda.
-¿Qué pasa?
-¡Está desbordando!
-¿El qué?
-¡Está desbordando Kenneth! – normalmente, llegar a ese tono tan agudo siendo un hombre requiere una castración en la infancia.
-¡No te entiendo, Álvaro!
-¡El caldero! ¡EL CALDERO ESTÁ DESBORDÁNDOSE, KENNETH!
-P-pero aun falta un mes – balbuceó.
-¡Tengo que colgar!
Tiró el móvil sobre el sofá de cualquier manera y se apresuró a llegar a él.
Nerviosamente, retiró la tapa del caldero, dejando que el líquido saliese con bastante potencia, manchando su mesita de café, su alfombra persa y su traje italiano.
No podía importarle menos.
Porque la fina membrana de luz se quebró, dándole el tiempo justo para coger el pequeñísimo cuerpecillo antes de que se hundiese.
Y ahí estaba.
Un bebé pequeño, diminuto entre sus grandes manos. Con restos de líquido amniótico por todas partes y un cordón umbilical que le unía al fondo del caldero.
-Necesito un cuchillo y sábanas limpias y agua caliente, hija – le explicó, trabándose con las palabras.
De todas formas, estaba llorando demasiado fuerte como para que pudiese escucharle.
El pánico se apoderó de él.


Marisa Ramos estaba trabajando tranquilamente. Acababa de volver de un pequeño descanso y se disponía a ocuparse de los pequeños que había en el área de maternidad.
Ese era su plan.
Su plan no era que Nikolaj Coster-Waldau apareciese de la nada, con un traje impoluto aunque puesto con prisa y un cesto con un bebé recién nacido.
-Me la he encontrado en mi puerta. Acaba de nacer.
Marisa, antes que fan incondicional del Jaime&Brien, era una profesional.
Dio órdenes a las enfermeras bajo su mando para que se encargasen e hiciesen las pruebas pertinentes y pasó a ocuparse del preocupado padre.
-¿Se encuentra bien? ¿Necesita algo? ¿Un café? ¿Un té?
Él estalló en una risita histérica, murmurando algo acerca del té.
-Tranquilícese, nos encargaremos de todo. Es usted el padre, ¿verdad?
-Sí, pero creía que la madre había abortado y huido – suspiró con pesar, pasándose una mano por el pelo –. Esto ha sido inesperado.
-Comprendo – le aseguró –. Si me permite decírselo, habla usted español de maravilla.
Él se tensó.
-Me llamo Álvaro Torres. No soy Nikolaj Coster-Waldau.
Antes de que ella pudiese hacer otro comentario, él sacó su DNI, donde el nombre estaba bastante claro.
Marisa se puso roja como un tomate.
-Disculpe.
Él soltó una risita sardónica.
-Al menos usted no me ha pegado un  bolsazo por tirar a Bran de la torre.




Como veis ya ha bebé. Y ha salido Kenneth celoso e inseguro cosa que todos podemos comprender con facilidad, puesto que Álvaro Torres -que no Nikolaj, aunque él también- es mucho Álvaro. Debo confesar que la compulsión y tirria de Kenneth hacia los teléfonos táctiles es mía. Se la he puesto porque creo que le pega.
Sinceramente, me lo paso muy bien escribiendo este fic y da pena estar tan cerca del final. Sobretodo me lo paso pipa con las escenas Álvaro y Mateo o las escenas Álvaro y Felipe o, sobretodo, las escenas en las que sale Deker.
Y me voy, que tengo prisa.
Hasta luego, viejos ;P

2 comentarios:

  1. Casi muero cuando confunden a Álvaro con Nikolaj... Ay, Nikolaj <3

    Y ya creía que ibas a embarazar a Ariadne y que Álvaro y ella criarían a sus hijos juntitos, xDD.

    Que no te comento todos los capítulos, pero te leo y siempre me encanta ^0^

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    1. Lo escribí antes de darme cuenta de que lo estaba escribiendo. Ya que hemos basado su aspecto en Nikolaj, me parece lógico que las fangirls obsesivas le confundan con él.

      Noooooo... No tendrán a Brandom hasta cuatro años después de por dónde tú vas escribiendo y tres desde dónde estoy escribiendo yo.

      Gracias por leerme =D Y de los comentarios no puedo decirte nada porque tengo que escribir dos para Cuatro Damas y hablarte de doce capítulos de Los príncipes perdidos. Mi vagueza es hasta bochornosa xD

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