viernes, 13 de junio de 2014

Regalo de Cumpleaños: Nubes y Flores Silvestres

¡Hola, maestros del frikismo!
Sé que llevo mucho sin publicar. En parte por los exámenes. En parte por vagueza. En parte porque no hay mucho que contar. Podría reseñar alguna de las novelas que me he leído esta semana, ya que yo soy muy lista y en época de exámenes leo en vez de estudiar, pero me he decantado por otra cosa.
Como me ha dado mi racha de novela romántica, tenía una historia corta en la cabeza. Así que me decidí a escribir un poco de ella para que dejase de dar botes por ahí. Sí, para perder el interés en una historia la escribo. Soy tan inconstante que da miedito y todo. Pero una amiga mía cumple años este Lunes. Y otro en Julio. Y otra cumplió hace poco. Y es que, leñe, este año tengo más amigos de lo normal y no voy a acordarme de todos los cumpleaños, ya no digamos regalarles algo. Por lo que me decidí a acabar la historia en plan drabbles --osease, conjunto de escenas-- y regalárselo por su cumpleaños. ¿A quién? A mi colectivo de amigos de la vida real. Y ale.
¿Qué? ¿Qué debería estar con mi novela o escribiendo Alanis? Estoy atascada con ese último e intento alejarme de la novela en época de exámenes para que mi mente no se me vaya continuamente.

Bueno, pues aquí lo dejo. Una tontería, pero bueno.

Nubes y Flores Silvestres.

Miguel era un chico solitario y excéntrico, que se sentaba en la última fila y tendía a ignorar a los profesores, aunque seguía sacando notas razonablemente altas. Una media de ocho coma dos. Más o menos.
Lo único que desmentía totalmente su imagen, era su propio nombre. Los malditos del registro no había dejado a su madre llamarle Michael. Su madre, enardecida en la devoción a su ídolo y sin la presencia de su padre para detenerla, le había registrado como Miguel Jasón. Y no había acabado. Su nombre era Miguel Jasón Pérez-Fernández del Prado.
No le ayudaba mucho a imponer respeto.
Reflexionaba acerca de ello y de mil cosas más, mirando por la ventana. Desde su mesa se veía un pedazo de cielo por el que las nubes se extendían y retraían con lentitud.
La perorata acerca del comunismo se vio interrumpida. Miguel alzó perezosamente la vista. Les estaban informando de que una alumna nueva iba a unirse a la clase.
Baja, delgada, colores pastel, ojos grandes y coleta descuidada.
Aburrido.
Volvió su atención a las nubes.
--Bien, Silvia. Puedes sentarte junto a Miguel al final de la clase.
Éste masculló un taco entre dientes, molesto por la impensable violación de su territorio. ¿Cómo se atrevían?
La chica se sentó y sacó sus cosas.
Mochila rosa. Estuche con flores y sin marcas de uso o tinta. Archivador de Kukuxumusu. Una decena de bolígrafos pilot de varios colores. Agenda decorada con pegatinas.
Estaba convencido de que era perjudicial para su salud estar cerca de algo tan aburrido. Aunque podría ser peor. Podría ser un archivador de One Direction. O de Justin Bieber. O de My Little Pony. En realidad, no le extrañaría que sí fuese de My Little Pony. O de Barbie.
--¿Podrías compartir el libro, por favor?
Su voz era suave, educada. Se preguntó si había algo original o con carácter en esa chica. Deslizó el libro sobre la mesa sin prestarle atención, indolente, para que ella pudiese seguir la clase.
Volvió a torcer el rostro hacia la ventana. Las nubes seguían danzando a través del cristal.

En los cambios de clase, la gente se alborotaba. Mucho. Esperaba que la chica nueva se uniese a las otras chicas de clase y se alejase de su territorio, pero no lo hizo. No pudo evitar sorprenderse cuando le vio sacar un libro.
Hizo una mueca al ver que se había equivocado. No era un libro. Era Crepúsculo. Aun peor que no leer.
Tocaba Ciencias para el Mundo Contemporáneo. Su profesora de CMC era una mezcla de Luna Lovegood y la profesora Trelawny. Largo cabello rubio platino, ropa estrafalaria, ojos enormes por el aumento de las gafas y mente permanentemente en las nubes. Nunca se enteraba de que alguien no le estaba atendiendo.
Se colocó los cascos de su Ipod y subió el volumen al máximo.
Su tocayo cantaba que se estaba portando mal, lanzando piedras y escondiendo la mano y que eso a él no le valía, mientras las nubes seguían girando en su indescifrable danza.

--Poneos por parejas.
Decidido, Miguel odiaba a su profesor de Filosofía.
Ese hombre estaba obsesionado con ponerles en parejas o grupos para que debatiesen sobre todo lo que daban.
Y esa vez no podría unirse a una pareja cualquiera y dibujar en los márgenes de su libreta, porque ahora eran un número par.
Maldita novata.
Ella también se veía incómoda, insegura.
--Y… ¿Qué opinas de la democracia?
Miguel la miró sin expresión unos segundos antes de responder.
--Me importan un pimiento.
Ella parpadeó, sorprendida.
--Pero es lo que nos garantiza unos derechos fundamentales.
--Te confundes. Lo único que nos asegura a todos unos derechos fundamentales se llama utopía.
--No estoy de acuerdo.
--Supongo que esa es la semilla del debate.
Ella frunció el ceño.
--Eso es muy cínico.
--No, eso ha sido borde. Lo anterior fue cínico.
--El cinismo no es la solución.
--Ser idealista tampoco, aunque a lo mejor consigues descuentos en la tienda de Barbie.
--Te crees muy guay y muy chulo por ir de moderno desesperanzado, pero no lo eres. Sólo resulta patético.
--No, me creo muy guay y muy chulo porque no leo Crepúsculo.
Ella se sonrojó. Al menos se sentía avergonzada.
--Lo que leo es cosa mía --le espetó--. Y si quiero alternar Crepúsculo y El Conde de Montecristo no es asunto tuyo.
--Debe serlo, dado que has intentado quedar mejor mencionando a Alejandro Dumas padre --esbozó una sonrisa sardónica.
--Tú has sido el que ha mencionado al autor con su nombre completo.
--Eso es sólo un producto de mi basta cultura, no tengo porque impresionar a la Barbie Novata.
--Cállate.
-Hecho. Pero que conste que esto va contra el espíritu del debate y contra mi libertad de expresión. Es antidemocrático.
Ella apretó los labios, enfadada.
Miguel volvió a los márgenes de su libreta.

--Oh, por los dioses antiguos y nuevos…
También odiaba a su profesora de E.F.
--A mí tampoco me hace ninguna gracia --le aseguró la chica pasándole una raqueta.
--¿No es bastante castigo jugar al bádminton? ¿Hay que jugar con un compañero?
--¿Y cómo íbamos a jugar si no?
--Contra la pared.
--Eso no tiene gracia.
--El bádminton tampoco la tiene.
--¿Eres tan desagradable siempre o sólo cuando hablas conmigo?
--Que egocéntrica. Soy borde con todo el mundo.
--Lo que eres es idiota.
--Soy un borde excéntrico y desagradable, no un idiota.
--Son sinónimos.
--Mentira.
--Verdad.
--¿Por qué no te vas a buscar a Edward Cullen y me dejas en paz?
--Vaya, te sabes el nombre, ¿has leído los libros?
--Me leí el artículo de la Wikipedia para poder criticarlo con propiedad.
--Para criticarlo con propiedad tendrías que leer el libro.
--Aprecio demasiado a mis neuronas.
--Imbécil.
--Carpetera.
--¡Retira eso!
--¡Silvia! --la profesora y el resto de la clase la miraban-- ¿El primer día de clase y ya dando problemas? --la reprendió.
Ella se sonrojó al oír las risitas.
Miguel adoraba ganar.

--¿Edgar Allan Poe?
Miguel alzó la vista de El corazón delator, irritado.
--Sí.
--No creí que fuese de tu estilo.
--Ya ves.
--Me imaginé que serías más… Gótico.
--Esto es novela gótica.
--Me has entendido.
--No soy gótico.
--Bueno, siempre vas de negro.
--Soy un mortífago --ironizó.
Ella frunció el ceño.
--¿Referencias a Harry Potter?
--Soy fan de Harry Potter.
--¿Fan de leer los libros o potterhead?
Él arqueó las cejas.
--Potterhead. De Ravenclaw.
--Igual que yo.
--¿Pero potterhead en serio o potterhead en plan “adoro el dramione/dranny/harmione”?
--Soy del drarry --le corrigió indignada.
Él parpadeó, sorprendido.
--¿Y cómo es que lees Crepúsculo?
--¿Tú no tienes placeres culpables?
Miguel recordó las novelas de Sarah Mclean que guardaba bajo la cama junto con su DVD de Amor y otras drogas.
--No.

--Por favor, no me hagas esto --suplicó.
Silvia sonrió, llena de maldad.
--Hicimos una apuesta --colocó el primer tomo en su mesa, ignorando su gesto de horror.
--¡No es mi culpa! ¿Quién podría imaginarse que Robin y Tedd iban a acabar juntos?
--Yo lo hice.
--Tú no cuentas.
Ella rió, divertida.
--Tendrás que leértelo. Agradece mi bondad al no hacerte leer también el libro de Bree Tanner.
--Por favor --suplicó --. No me hagas leer Crepúsculo. No podré mirar a mi padre a los ojos si me haces leer Crepúsculo.
--No será para tanto.
Su padre le había leído El Hobbit de niño. Su padre le había regalado Harry Potter y La piedra filosofal. Su padre le había dado su edición coleccionista de El señor de los anillos cuando cumplió diez años. Su padre le había hecho ir disfrazado a la librería cuando salió Harry Potter y Las Reliquias de la muerte. Su padre le había dado Canción del Hielo y el Fuego a los catorce años. Su padre le había puesto en el buen camino literario desde siempre, ¿y pretendía hacerle creer que no le daría un infarto si le veía leyendo Crepúsculo?
--¿No eres un hombre de palabra, MJ? --el apodo por el que le llamaban los de clase le hizo enfadar aun más.
--Lo leeré --le aseguró--. Y te llamaré continuamente para decirte lo malo que es todo. Porque los malditos vampiros no brillan.
--Ni beben sangre. Porque los vampiros no existen.
--¡No hay ninguna ventaja en que los vampiros brillen! ¿Meyer no oyó hablar nunca de la selección natural?
--Léetelo.
--Creí que ahora éramos amigos.
--Lo somos. Los amigos se torturan unos a otros.

Las uñas de Silvia destacaban sobre la espuma roja del bate. Eran de un tono claro de verde con pequeños topos rosas.
Miguel no debería fijarse en eso.
Lanzó la bola. Silvia casi le arranca la cabeza a la profesora. Strike uno. Volvió a lanzar. Ni se ha acercado. Strike dos. Un último intento. Se le escurre el bate. Miguel se da una palmada en la frente. Strike tres y uno de los mayores ridículos que alguien podría imaginar. Fin del juego. Fin de la clase. Última de la tarde. Mejor.
Después de cambiarse en los vestuarios se reunieron en la entrada.
--¿Tomamos un helado?
--Hecho.
Estaban apunto de acabar el curso. Ya habían hecho los exámenes y sólo querían descansar. Normalmente iban a tomar un café y a charlar, pero según Silvia hacía un día demasiado bonito para meterse en una cafetería. Era de esas personas a las que el calor y el sol le ponían de buen humor. Era casi peor que su vena carpetera.
Se sentaron en un banco que parecía diseñado para ellos. Debajo de un árbol. Sombra para Miguel y luz solar para Silvia.
--Se te va a derretir el helado.
--El helado se derrite, es ley de vida.
--Oigo el lamento de tus futuros dedos pegajosos.
--Mis dedos aguantarán.
--Sádica.
Ella se echó a reír. Él esbozó una sonrisa torcida.
--¿Qué crees que pasará pasado mañana?
--¿Respecto a qué?
--Respecto a nosotros. Nos darán las notas.
--Nos irá bien. Yo soy un genio y tú una empollona.
--Sabes lo que quiero decir.
Él se encogió de hombros.
--Seguiremos quedando y hablando. Y respecto a lo otro…
--Continúa.
--Me gustas. Y obviamente yo te gusto. Pero somos amigos. No quiero perder a una amiga.
--No vas a perderme --le aseguró.
Miguel se dedicó a su helado en silencio, antes de responder.
--Somos adolescentes. Estas cosas nunca duran.
--Durará. Somos nosotros. Es como si nos saltásemos cada regla de los adolescentes estándar.
--Nos esforzamos en ello.
--Encarecidamente.
--No estoy seguro.
--¿Esto tiene algo que ver con Raquel?
--Raquel sale con Tony.
--Pero le gustas tú.
--Pero ella a mí no me gusta.
--Eso espero.
Él suspiró.
--Si quieres que salgamos, saldremos.
--Suenas como si te estuviese obligando. No quiero obligarte.
--Y yo no quiero decepcionarte. Porque no voy a regalarte flores ni bombones, ni a dar conmovedores discursos. Y mi piel no brilla con la luz solar.
--No espero que seas Edward Cullen. Que diablos, no espero que cambies ni un ápice. Me gustas tú. Un bastardo cínico y borde increíblemente friki y con un nombre ridículo.
--Deja a mi nombre en paz --gruñó.
--Me gusta tu nombre.
--Me cuesta creerlo.
--Es original.
--Déjalo, por favor. No cuela.
--Tenía que intentarlo.
Él suspiró.
--Está bien. Saldremos. Pero con una condición. No pienso acompañarte a ver la película de 50 Sombras de Grey.
Silvia se sonrojó.
--Placer culpable.
--No pude mirarte a la cara en una semana. Me sigue costando hacerlo.
--Idiota.
Él le sonrió, agarrando su mano.
Por suerte, la que estaba pegajosa era la otra.

El primer beso fue después.
Bastante después.
A principios de Agosto.
--¡Eres un idiota!
--¡Y tú una cría!
--¡Te detesto!
--¡Yo mucho más!
--¡No sé por qué salgo contigo!
--¡Pues ya somos dos los que no lo sabemos!
Llevaban quince minutos discutiendo.
--¡Tengo derecho a escuchar la música que me gusta!
--¡En tu casa! No pienso dejar que mancilles mi habitación.
--¿Mancillarla?
--¡Quieres escuchar a Britney Spears!
--¡Lo dices como si fuese Justin Bieber!
--¡No pronuncies ese nombre ante mi póster de AC/DC firmado!
--¡Eres insufrible!
--¡Tú también!
--¡Estoy harta del rock!
--¡Blasfemia!
--¡Vas a conseguir que odie a los Rolling Stones!
--¡Sacrílega!
Ella bufó, frustrada.
--¡Eres el chico más exasperante que he conocido!
--¡Y tú irritante!
--¡Desesperante!
--¡Frustrante!
--¡Insoportable!
--¡Inaguantable!
--¡Eres la persona más…!
Miguel la besó antes de pudiese acabar.
--¿Qué…?
--No lo sé --bufó, revolviéndose el cabello--. Sólo quería que te callases.
--Oh.
--Ya.
--Que primer beso más romántico --ironizó.
--Podría haber sido peor.
--¿Cómo?
--Podría haber estado sonando Hot as Ice en vez de Angie. Angie es una buena canción, bonita y romántica pero con personalidad.
Ella sonrió.
--¿Cómo yo?
--Yo pensaba más bien en Audrey Hepburn…
Se echó a reír.
--Eres idiota.
--No estoy de acuerdo.
--Pero eres mi idiota.
--Por Led Zeppelin, Silvia, tienes que dejar la novela romántica.
Volvieron a besarse.
Los labios de Silvia sabían a flores silvestres.




Pues nada, espero que os haya gustado. Ya os dije que no era nada del otro Jueves, pero ¡feliz cumpleaños!

2 comentarios:

  1. Ohhh, qué bonito el relato <3 ¡Me ha encantado!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Lo considero un efecto secundario de leer seis novelas románticas seguidas xD

      Me alegra que te haya gustado =3

      Eliminar