miércoles, 28 de febrero de 2018

La falsa redención de Barney

Buenas, maestros del frikismo.
En este punto no me voy a molestar excusándome por mi ausencia porque me conocéis y porque probablemente habéis perdido toda fe en mis capacidades de persistencia, ética laboral y constancia. Que hacéis bien, no me malinterpretéis.
Pero bueno, ¡ignoremos todo eso y revivamos otra vez el blog! Esta vez ni siquiera os mentiré y diré que voy a publicar de forma regular porque os respeto a vosotros y a vuestra inteligencia, así que vamos allá.


Cualquiera con quién haya hablado de Cómo Conocí a Vuestra Madre sabe que mi personaje favorito es, y siempre será, Barney Stinson. Es uno de los personajes más icónicos de la televisión y los Dioses saben que alguien capaz de hacer un número musical sobre trajes se merece nuestro respeto. Aún así, soy consciente de que su personaje tiene problemas, problemas graves que no podemos excusas o ignorar porque sea gracioso y encantador. El carisma está muy bien, pero no justifica el machismo.

(Desde luego, pero una cosa no quita la otra, Barney)

Muchos me diréis, Artemisa, el horrible trauma del final te ha marcado de tal forma que eres incapaz de recordar el último capítulo y su momento de redención, lo comprendemos y te apoyamos pero sigue sin verdad. Bueno, plebe, agradezco la preocupación y sí he sido marcada por esa estúpida escena final con la trompa azul como todos vosotros, mas no he olvidado su mal llamada "redención", es solo que no la entiendo como tal. Creo que esa era la intención de los creadores, pero no lo ejecutaron bien y solo lograron agudizar el problema todavía más.
No es mi intención escribir una entrada sobre las razones por las que Barney Stinson es machista, pues considero que no es necesario hacer tal cosas. Se trata de un hombre que ha escrito un libro con formas de engañar y manipular a mujeres para poder acostarse con ellas, que las utiliza y no parece considerarlas personas más allá del servicio que pueden servirle: el sexo. Lo que quiero tratar es de porqué ese cambio en el capítulo final no funciona.

(Barney en uno de sus muchos momentos misóginos)

Una vez se casa con Robin entramos en la parte más polémica de la serie, los flash fowards (el contrapuesto de los flash backs, o sea, saltos hacia el futuro) en los que vemos qué fue de los amigos a los que hemos seguido por nueve temporadas. Vemos que Robin y Barney tienen un matrimonio infeliz y acaban por divorciarse, momento en el que Barney vuelve a Nueva York y a su vida de mujeriego, llegando incluso a proponerse otro de sus retos, como es el acostarse con una chica cada día durante un mes. Ya le hemos visto caer en ese tipo de comportamientos, mas esta vez los amigos han pasado página, son adultos y Barney parece haber quedado atrás. Sus acciones se retratan como una prueba de su inmadurez y tienen un tinte triste, casi esperpéntico. Y entonces una de esas chicas se queda embarazada.
Su reacción es la que esperamos, pánico y rechazo a lo que la paternidad significa, una huida hacia delante de un hombre aterrado que no está listo para que nadie dependa de él. Y entonces conoce a Ellie, su hija, en lo que, a mi parecer, es la escena más hermosa y cargada de sentimiento de toda la serie.

(Si es que es un momento precioso, maldición)

Sí, lo sé, estaréis diciendo, Artemisa, tú ser abyecto que no se aclara, ¿no era que la paternidad de Barney no le redimía y seguía siendo un machista redomado? Pues sí. Entiéndase, estoy hablando del impacto de la escena como un momento bonito por parte de uno de mis personajes favoritos. Está bien escrita, bien interpretada y la ejecución funciona, el problema es que se trata de un momento clave en el desarrollo del personaje que, aunque conmovedor, no funciona. Y no, no se trata solo de mi frustración hacia el cliché de "ahora que tenga una hija soy feminista" y de cómo el equivalente (una mujer diciendo que consideraba a los hombres seres inferiores hasta que tuvo un hijo) nunca sería aceptado, sino de cómo el cambio de actitud solo transforma el sexismo de Barney.
El problema reside en la siguiente escena, esa en la que el grupo está reunido después de que Barney sea padre y parece que ha cambiado, que ha madurado, ha seguido adelante y ya no necesita reafirmar su personalidad mediante el sexo con mujeres anónimas a las que había manipulado. Y entonces entran las dos chicas. Jóvenes, guapas, en plena veintena, vestidas para salir de noche y pidiendo un par de copas en la barra. Barney se precipita hacia allí y sus amigos se miran los unos a los otros con divertida resignación, el mensaje claro: él nunca cambiará, siempre va a ser así. Mas nos sorprenden. Barney les quita las copas y les echa la bronca, mandándolas a las dos a su casa y diciéndoles que llamen a sus padres. Los amigos muestran una expresión de maravillada incredulidad, dicen "¡sí que ha cambiado!" y se congratulan de los avances de su amigo. Sí, gran momento, Barney Stinson ha dejado atrás el machismo y se ha convertido en un hombre que respeta a las mujeres. Albricias.


No hemos asistido a la prueba de que Barney no es machista, solo hemos asistido a la prueba de que su machismo ha evolucionado con la paternidad. Vamos a repasar la escena. Un par de chicas en plena veintena entran en un bar. Son guapas y jóvenes, pero claramente mayores de 21, la edad mínima para beber en USA. Están vestidas para salir de marcha y está claro que quieren pasarlo bien. Y, de la nada, aparece un señor desconocido que les quita las bebidas. Lo primero que esas chicas pensarían sería un "mierda, un loco peligroso" y "por favor que no esté aquí para drogarnos las bebidas y violarnos en el callejón", pero pronto se dan cuenta de que nada más lejos de la realidad. El extraño solo está ahí para mandarlas a casa, intentar que se avergüencen de haber salido a pasarlo bien por la noche y decirles que se vayan a llamar a sus padres, que estarán preocupados. En definitiva, a tratarlas como si fuesen niñas e incapaces de tomar sus propias decisiones. Las chicas se van. Tal vez a otro bar donde no haya desconocidos dándoles órdenes, tal vez a sus propias casas, frustradas y de mal humor. Espero que no avergonzadas. Espero que esas chicas no asuman que están haciendo algo malo, porque no es así. No hay nada de malo con ir a un bar con una amiga.
Pero Barney, que ha dedicado toda su vida adulta a ligar, seducir a mujeres, manipularlas y utilizarlas para lidiar con sus propios problemas, ahora considera que lo hay. Porque no ha dejado de ser machista, sencillamente ha pasado de un machismo que le hacía sentirse con derecho sobre la sexualidad de las mujeres a un machismo paternalista en el que, oye, también se siente con derechos sobre la sexualidad de las mujeres. El único cambio es que ahora quiere protegerla y considera el sexo el gran enemigo.
El sexo no era el enemigo, Barney, ese nunca fue el problema. El problema era la actitud, los engaños, las manipulaciones y tu resistencia a considerar a las mujeres seres humanos. El sexo no.
Solo estamos pasando de considerar a las mujeres putas, meros objetos sexuales, a vírgenes, seres puros e inmaculados que no pueden estar en control de su propia sexualidad.

(Mi reacción ante este tipo de actitudes)

Os recuerdo que Barney les dice que llamen a sus padres, que estarán preocupados, como si mujeres de veintitantos no fuesen capaces por sí mismas y aún perteneciesen bajo la tutela paterna.
Os aseguro que si yo, a una semana de los veintiuno, decido a salir de marcha con una amiga, no me tomaría nada bien que llegase un señor desconocido a echarme la bronca. Ni puta gracia. Es más, dudo que dejase a mi padre echarme la bronca por ello, y es mi padre. No puedo decirlo seguro porque a él nunca se le ha ocurrido intentar que me sintiese avergonzada por quedar con amigas y hacer mi vida. Porque no es algo que se deba hacer hacia mujeres en la veintena.
Esta actitud está muy popularizada, esa concepción dual de la mujer, que puede ser una puta, un ser lujurioso y manipulador, como por ejemplo Eva en el Antiguo Testamento, o una virgen, un ser puro, dulce y maternal, como por ejemplo la Virgen María en el Nuevo Testamento. La mayor parte de los personajes femeninos en la ficción pueden ser encajados en una de estas categorías y ya es hora que se deje atrás esa idea, que se acepte que las mujeres somos personas y, por tanto, complejas. Y, por tanto, capaces de tomar decisiones sobre nuestra propia sexualidad.

(¡Porque es un tema serio y me indigna este doble estándar!)

Ese es mi problema con el personaje de Barney. Empezó como un personaje machista cuyo defecto era reconocido, lo que hacía que pudiese gustarnos a pesar de ese ello puesto que la narración de la serie lo denunciaba, pero acabó como un personaje machista cuya actitud era alabada y aplaudida por la narrativa y el resto de los personajes. Y eso ya no tiene excusa, pues nos muestra que la serie no es consciente de ese momento tóxico y sinceramente preocupante, destruyendo por completo la hermosa escena de Barney con su hija, su gran momento de redención.


Bueno, pues la han cagado porque no se ha redimido en absoluto.

PD: Que conste en acta que yo sigo adorando a Barney como personaje, ese momento no es más que otro flash foward que vamos a ignorar porque es ESTÚPIDO.

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Liebster Award

Hola, maestros del frikismo.
Sí, sé que publiqué anteayer. No, no corráis gritando que se ha abierto un sello del infierno. No, ¡que no lo hagas! ¡Tú, la rubia, te estoy viendo! ¡Deja ese pack de provisiones para el Apocalipsis zombi en su sitio!
A veces sois de un dramático...
El caso es que, en mi última entrada, he recibido un comentario de Mery RodVar que, además de compartir conmigo su opinión acerca de Las nieblas de Avalón, maravillosa dónde las haya, me comunicaba que me había nominado a los Liebster Award. ¿Que qué son los Liebster Award? No tenía ni la menor idea.
Después de consultar la página me he enterado de que es un concurso para popularizar los blogs pequeños, aquellos que no tiene mucho público. En concreto, de aquellos que tienen menos de doscientos seguidores.
Y, cómo me parece una gran iniciativa y me gustan los cuestionarios, aquí estoy, respondiendo.


Reglas:
Agradecer al blog que te ha nominado y seguirlo.
Responder a las 11 preguntas que te han hecho.
Nominar a 11 blogs que tengan menos de 200 seguidores.
Avisarles de que han sido nominados.
Realizar 11 preguntas a los blogs que has nominado.

1. Libros que te gustaría ver en pantalla.

Bueno, estoy deseando ver la adaptación de El marciano a la gran pantalla, pero imagino que se refiere a libros que todavía no tienen una adaptación, así que, ahí voy. Me gustaría muchísimo una adaptación cinematográfica de El imperio final. Mucho. En serio. Es más, mi escaso cociente intelectual no comprende porque no la hay.
También firmaría para una adaptación de Fever, de Karen Marie Morgan, junto con las novelas anteriores de highlanders buenorros. Oye, a lo mejor, tras el tirón que ha tenido Outlander, me hacen caso y todo. Aunque las dos primeras novelas se las pueden saltar porque tampoco son nada del otro mundo.
Sí, sé que esperábais esto porque os doy MUCHO la tabarra con Cuatro Damas pero, por todos los dioses, quiero una maldita serie sobre Cuatro Damas. Es decir, plebe, creo que nos merecemos ver a Deker Sterling. Y a Álvaro Torres. Y, ¿os imagináis los escenones de acción que tendría? Guau. Soy fan de la imagen mental.
¿Otra que molaría? Las novelas de Camilla Läckberg, cuya profundidad psicológica es impresionante y cuyos casos son sorprendentes y profundos.
¡Ah! Y una adaptación cinematográfica de Buenos presagios. Quiero ver a Crowley aterrorizando a sus plantas y a Azirafel teniendo pluma y siendo británico.

2.¿Cambiarías algo de tus libros favoritos?

Lo dudo. Si son mis libros favoritos es porque me gustan tal y como son y... ¡NO ESPERA! Scarlett y Rhett acabando juntos en Lo que el viento se llevó. Vale. Aparte de esa no, no lo creo. Quizá cuando mi shipp no se cumple (lo cuál es típico...), pero por lo general mis libros favoritos están ahí porque lo hace. Seguramente mataría a los personajes que me cayesen mal, pero eso es todo.

3. ¿Cuál es el género que más lees?

Fantasía. Hay veces que me olvido de que hay géneros literarios que existen sin fantasía. En los últimos tiempos me estoy acercando a la ciencia-ficción y nunca he tenido problemas con el género histórico, policíaco o romántico, pero la fantasía es mi mundo, mi alma mater. Ya sea para leer o para escribir, todas las historias ganan con un poco de magia.

4. Series favoritas.

Pff... Muchas. Demasiadas para contarlas. Supongo que Torchwood, Veronica Mars, Community, Jane the Virgin, Doctor WhoLos misterios de Laura, Lost Girl y El Ministerio del Tiempo. Además de Aquí no hay quién viva, claro. Aquí no hay quién viva fue mi primera serie adulta.

5. Películas favoritas (como se nota que he rellenado).

Lo que el viento se llevó. Es una de las mejores adaptaciones cinematográficas de la historia. También me gusta Piratas del Caribe, Indiana Jones, las de súper héroes, las del Zorro... Vamos, todo lo que tenga aventura y humor me gusta mucho. Por no hablar de las películas Disney porque, y escuchadme bien, Disney MOLA.

6. Libro (películas o serie) que primero amabas y después has acabado odiando.

Me ha pasado un montón de veces, sobre todo en cuanto a series, porque soy una persona extremista. El caso más impactante es Águila Roja. Fue la primera vez que me metí en Internet para saber más. La primera vez que participé en foros. La primera vez que escribí fanfic y la primera vez que edité imágenes. Más arriba dije que Aquí no hay quién viva fue mi primera serie adulta y es verdad, pero Águila Roja es la primera serie sobre la que he frikeado en todos los sentidos de la palabra. Ahora ya no la veo. Demasiadas tramas de relleno. Demasiados desplantes a mis personajes favoritos. Demasiadas apariciones de Margarita, Cipri y Alonso. Demasiadas líneas argumentales absurdas. Sigo viendo algunos vídeos sobre los personajes del palacio, pero ya no sigo la serie activamente. No tomé la decisión. Sólo dejé los dos últimos episodios de una temporada para el verano. Y cuando supe que había vuelto me dio igual. No los había visto, tenía más series que ver. Series que me interesaban, que no me ponían triste o de mal humor. Águila Roja ha degenerado de una forma impresionante y yo la he querido demasiado. No quise quedarme para asistir a su decadencia.
Qué intenso me ha quedado, oye.

7. ¿Alguna vez has leído un libro y pensado "yo podría haberlo escrito mejor"?

Alguna, sí. Ahora mismo no se me ocurre ningún ejemplo, pero sé que sí me ha pasado. Aunque, la verdad, es más común que lloriquee porque me habría gustado escribirlo a mí.

8. ¿Algún libro (pelicula o serie) te ha hecho cambiar tu opinión de algún tema?

Little Brother ha conseguido que le ponga contraseña a mi móvil. Firefly que le diese una oportunidad a la ciencia-ficción (no me he arrepentido). Cuatro Damas ha cambiado mi opinión sobre la mezcla de otros géneros con la fantasía, pues me solía limitar al medievo y allí no hay referencias a series y a libros. Los vengadores ha cambiado mi opinión sobre los súper héroes. Y así sucesivamente. Soy una persona influenciable.

9. ¿Has comprado algún libro simplemente por moda?

No, yo hago lo contrario. Lo de no leer nada que esté de moda. O lo hacía, al menos. Ahora depende de lo que se diga en Internet de él. Pero sí le di una oportunidad a 50 Sombras de Grey, no tanto por moda como porque mi madre quería saber si merecía la pena.

10. Clásico que odias y todo el mundo ama.

Drácula. Sé que seguramente se deba a que lo leí esperando otra cosa. O a que no me puse en la situación victoriana. Me da igual. La forma de narrarlo es innovadora, pero nada más. El vampiro era planísimo y todos los personajes eran BRITÁNICOS. Dios mío. No británicos en plan guay, sino británicos en plan victoriano. Ay. Qué horrible fue. Todos tan correctos, sin alterarse nunca por nada, siendo mega racionales y tranquilos. Un asco. ¿Y Mina? Mina era gilipollas. La parte del "¡Soy impura! ¡Soy impura!" me hizo cerrar el libro porque ya no la soportaba más. Me lo acabé, pero desganada y porque me había comprado una edición especial y no quería perder el dinero.

11. Clichés que menos te gustan y clichés que mas te gustan.

No soporto el cliché de la chica protagonista. La típica chica mona pero que no se cree mona. La chica dulce y amable que no es perfecta, pero la sientes perfecta. De la que todos los chicos se enamoran. Que es buena e inocente y sufre por las circunstancias. Esa chica que todos los personajes te van a poner por las nubes para que el lector tenga claro lo genial que es. Esa chica me da asco. Me gustan los personajes femeninos fuertes e independientes. Badass de manual o femmes fatale. La chica mona te la puedes ahorrar, gracias.
Tampoco soporto el amor a primera vista porque no me lo creo. Para mí, el amor es algo que necesita tiempo, que surge cuando conoces de veras a la otra persona. El amor a primera vista, a menos que el autor le dé un motivo después (yo que sé, que ya se conocían de otra vida o que estaban destinados por X profecía), no tiene sentido y me irrita. Me siento como si se estuviesen burlando de mí, como si me considerasen estúpida. Las relaciones de "nuestras miradas se encontraron entre toda la gente y quedaron ancladas" me dan grimica.
En la otra cara de la moneda, disfruto mucho del chico malo. El tío con traumas que se sube a la moto, se pone la chupa de cuero y es sarcástico. Es mi tipo de chico. Bueno, no. Mi tipo de chico es el aventurero irreverente con mucho sentido del humor. Pero el chico malo es más sencillo de encontrar.


Estos son los únicos blogs que conozco con menos de doscientos seguidores. Los únicos, lo que demuestra lo mucho que se necesitan este tipo de concursos. Así que vamos a hacer una cosas, ¿vale? Vosotros, maestros del frikismo, vais a rellenar los huecos. No creo que rellenemos los once, pero la normativa dice que pueden ser cinco, así que supongo que no importa mucho.
Y recordad seguir los blogs que leéis de manera habitual, porque eso nos da a los blogguers una alegría inmensa, plebe. Vale, sé que es hipócrita. Sé que a algunos de estos los he comenzado a seguir hoy aunque ya los conociese y leyese. Sh. No me lo recordéis. ¡Yo ya me he enmendado! Os toca a vosotros.
Y las pregunticas:

1. Los/las libros/series/películas que más te hayan echo reír.
2. Los/las libros/series/películas que más te hayan echo llorar.
3. Los/las libros/series/películas que más te hayan echo flipar.
4. Los/las libros/series/películas que más te hayan indignado.
5. Una canción que no puedas dejar de escuchar.
6. ¿Por qué tienes un blog?
7. ¿De dónde viene el nombre de tu blog?
8. Si tienes uno, ¿cuál es tu sueño?
9. Tu anécdota más épica.
10. Tu anécdota más hilarante.
11. ¿Hay algo sin lo que no podrías vivir? Aparte del oxígeno, el agua, el Wi-Fi, la comida y demás obviedades.

Nos leemos, maestros del frikismo ;)

lunes, 21 de septiembre de 2015

"Pero ésta es mi verdad; yo, Morgana, os la cuento."

¡Hola, maestros del frikismo!
Como sin duda recordáis, llevaba mucho tiempo sin escribir en el blog, lo que en modo alguno me detuvo de seguir frikeando, descubriendo magníficas series, libros y películas que no quiero dejar sin mencionar, por lo que hoy vengo a hablar de una de las mejores sagas de fantasía que he leído durante ese tiempo de sequía bloggera, pero que podría estar entre las mejores de mi vida.
¿Soy buena creando hype?
La saga de la que os vengo a hablar es Las nieblas de Avalón, de Marion Zimmer Bradley. (Antes de que lo preguntéis, sí, se refieren a Avalón en vez de Ávalon en todo momento, pero te acostumbras. O te olvidas de leer el acento.)


Cabe destacar que a mí me gustan mucho, pero mucho, mucho, las leyendas artúricas. Sí, soy consciente de que es un material sobre explotado, que no dejan de sacarse revisiones, ya sea en libros, series o películas, y, si no, aparece de forma solapada en algún otro producto de fantasía. Ya lo sé. Pero el caso es que me gustan mucho. En parte debido a que adoro la mitología celta y, encima, estoy escribiendo una novela de fantasía urbana con ese tipo de ambientación, mas no es algo reciente. Si bien soy gallega, la mayor parte del tiempo no me tomo muy en serio la identidad nacional, a excepción de en la materia mitológica. Los mitos y leyendas son algo que amo en todas sus formas, ya sean griegos, nórdicos, egipcios... Y, dado que he estado en contacto con la cultura celta desde que empecé mi formación académica, supongo que tiene sentido que la adore. ¿Que me frustra un poco el que sólo se recuerden los mitos artúricos, dejando de lado un riquísimo material celta tan digno de estudio como las historias sobre Camelot? Desde luego. ¿Considero que eso repercute de manera negativa en el propio material artúrico? No necesariamente. Hay algunas visiones que son absurdas como poco y que no añaden nada, no innovan y sólo tratan de aprovechar el tirón, pero también hay historias geniales que se merecen nuestra admiración y consideración. Las nieblas de Avalón, a mi entender, corona la lista de material que merece la pena, sin intención alguna de desmerecer otras magníficas obras como Merlin, la serie de la BBC, que se pasa las leyendas artúricas un poco por el forro y es una adaptación MUY libre, pero no deja de ser divertida, tener detalles grandiosos y resultar realmente entretenida. Además de Eoin Maken sin camisa. Lo que es bien.

Libros relacionados con el celtismo que tengo actualmente en mi cuarto, junto con un colgante con forma de trisquel celta.

El caso es que Las nieblas de Avalón, si bien tiene en cuenta todo el trasfondo, digamos, canon, no deja de ser una adaptación, pues nos cuenta la versión de un personaje que, en la mayor parte de las novelas, aparece como la mala: Morgana le Fay.

En mi vida me han llamado de muchas maneras: hermana, amante, sacerdotisa, hechicera, reina. Ahora, ciertamente, soy hechicera, y acaso haya llegado el momento de que estas cosas se conozcan. Pero, a decir verdad, creo que serán los cristianos quienes digan la última palabra, pues el mundo de las hadas se aleja sin pausa del mundo en el que impera Cristo. No tengo nada contra Él, sino contra sus sacerdotes, que ven un demonio en la Gran Diosa y niegan que alguna vez tuviera poder en este mundo. A lo sumo, dicen que su poder procede de Satanás. O bien la visten con la túnica azul de la señora de Nazaret (que también, a su modo, tenía poder) y dicen que siempre fue virgen. Pero ¿qué puede saber una virgen de los pesares y tribulaciones de la humanidad?
Y ahora que el mundo ha cambiado, ahora que Arturo (mi hermano, mi amante, el rey que fue y el rey que será) yace muerto (dormido, dice la gente) en la sagrada isla de Avalón, es necesario contar la historia tal como era antes de que llegaran los sacerdotes del Cristo Blanco y lo ocultaran todo con sus santos y sus leyendas.

Esto fue lo que leí en la reseña de Imaginarios y, me pareció tan condenadamente brillante, que no esperé mucho antes de comenzar con esta fantástica saga.
Aunque quizá no he sido muy exacta, pues no se trata sólo de la historia de Morgana. Es la visión que tenían los seguidores de los antiguos ritos durante la Edad Oscura inglesa, de la que no se conserva mucho, cuando el cristianismo se extiende como la peste y el saber antiguo es apartado de mala manera, siendo sustituido por un fanatismo crispante y un montón de supersticiones medievales. Aviso de que en esta novela, aunque no critica a Dios per se, le mete una caña al clero medieval que no veas. Te dolería leerlo de no ser porque el clero medieval da mucho asco en esta novela y esperas que la Dama del Lago se los cepille y expulse el cristianismo de las islas de una patada en el culo. Obviamente no pasa, pero tú lo deseas mucho.

Una escena de la adaptación televisiva con las sacerdotisas de Avalon.

El caso es que, aunque Morgana es la que nos relata la historia, en su mayor parte en tercera persona, encontramos tres perspectivas, pues las sacerdotisas de la Diosa Madre pueden ver retazos del pasado y el futuro y ven dentro de las almas de la gente y demás. El caso es que Morgana escribe, principalmente, la visión de su madre Igraine, la suya propia y la de Ginebra. Esto se debe a que Zimmer Bradley es una activista del feminismo y, gran parte del sentido de esta obra, se trata de que sean las mujeres las que cuenten una historia que, desde siempre, nos ha llegado de mano de los hombres. Por una parte me parece genial, puesto que le da mucha personalidad a la historia, pero creo que esto llega a jugar en su contra hacia el final pues, no sabiendo que la intención de la autora era utilizar sólo a mujeres como narradoras, no dejaba de preguntarme cuando íbamos a tener una perspectiva de Arturo o Lanzarote. Creo que una conversación privada entre esos dos habría sido un añadido maravilloso a la novela, pues casi toda la información que tenemos de la corte de Camelot la recibimos a través de La Petarda. La Insoportable. La Pedorra. La Irritante. La Fanática. La Hipócrita. La Tonta del Culo. En definitiva, el personaje más CARGANTE de la historia: la reina Ginebra.
Pff...
Qué hartazgo de tía, es que ni os lo imagináis.
Tanto Igraine como Morgana son mujeres de la isla de Avalon, conocedoras de las antiguas costumbres, con algo de visión y mucho carácter. No se dejan manipular así como así y luchan por su felicidad. Ginebra es una mujer cristiana del siglo V. Pff... La consistencia histórica está muy bien, no se me malentienda, pero la mayor decepción del libro es que Ginebra no fuese desmembrada por caballos salvajes. Asco de tía. Podemos comprender que sea ignorante, pues nos recalcan que las mujeres cristianas eran educadas para que estuviesen calladas e hiciesen bonito, podemos comprender que sea sumisa, pues la iglesia de ese entonces criaba a las mujeres para someterse a los hombres, podemos comprender que le guste Lanzarote, porque está bueno que te cagas, podemos comprender que su forma de comportarse, en definitiva, porque es fruto de la sociedad de su época. Pero no facilita el leerla sin arrancarte los pelos. Nos os imagináis el bajón que me daba cada vez que tocaba una parte suya. Pff... Dios, sólo recordarlo y quiero dejar de escribir sobre esto e irme. Vale, nos ponemos. Ginebra es una gilipollas. Así, para empezar. No es gilipollas en plan Gwen de Merlin de la BBC, que era sosa y aburrida y no pegaba una mierda con Arthur, no. Ginebra es estúpida en cuanto a ser una niña de cinco años. No, en serio. Es una cría. Tiene miedo a salir de su castillo porque, aunque estén en la otra punta del país y los sajones ni se acerquen a los dominios de su padre, tiene miedo que que les ataquen. Le da miedo el exterior, gente, porque no está rodeada por murallas. Le da miedo casarse porque los hombres son muy fuertes. Obliga a Igraine a ir en palanquín, aunque sea incómodo, lento y acaben mareadísimas, porque los caballos también le dan miedo. Le da miedo casarse con Arturo. Le da miedo que le guste Lanzarote. Le da miedo no ser buena reina. Le da miedo no tener hijos. Le da miedo dormir sola. LE DA. MIEDO. TODO. Es muy patético. Y, cuando supera ese tipo de cosas (en cierto modo), se dedica a perseguir a Arturo por todo Camelot o bien lloriqueando o bien gritándole que no pueden permitir que haya religión distinta al cristianismo en Britania y Dios les está castigando por su culpa. Pff... Qué. Cansina. La odio mucho. ¡Y todo el mundo en Camelot la adora! No lo entiendo. Son tontos todos.

Ginebra. Guapa, pero estúpida.

Pasando a personajes que me inciten menos al asesinato, tenemos a Igraine. Igraine, hija de la Dama del Lago y del Merlín de Britania, en ese momento el druida Taliesin, se casó muy joven con Gorlois de Cornualles, un romano, para tender puentes entre esas sociedades. A pesar de todas las diferencias que hay entre los romanos y Avalon, sobre todo en lo referente al trato con la mujer, la pareja acaba por llevarse bien entre sí, sobre todo cuando Igraine da a luz a Morgana, aunque Gorlois quisiese un heredero varón. Vamos, que todo está bastante bien hasta que, de la nada, su hermana Viviana, la sucesora de su madre como Dama del Lago, y Taliesin aparecen en Tintagel, su castillo, para explicarle que debe nacer un rey entre Uther Pendragon y una hija de Avalon, pues así será seguido por cristianos y paganos celtas. Y todas las señales apuntan a Igraine como la madre de ese Gran Rey. En un principio, ella se niega, pues no quiere que su hermana siga jugando con ella y controlándola como una marioneta, pero cuando conoce a Uther... Bueno, voy a dejarlo ahí para no desvelaros la historia, que a mí me encantó, pero tiene un desarrollo creíble, consecuente y muy interesante.
Igraine, en definitiva, es una mujer decidida que no se deja pisotear. Soy fan suya.

Igrainne en la adaptación televisiva.

Y, si la madre es bastante genial, ya no hablemos de la hija.
Morgana no sólo es muy despierta para su edad, sino que además hereda los poderes de la isla de Avalon, siendo muy capaz en cuanto adivinación y otras artes que allí practican. Pero, por desgracia, no es guapa. Y no sólo eso, si no que, cuando su padre muere y su madre se casa con Uther, ella queda por completo en segundo plano. Nadie hace ni caso a Morgana, pues su madre está demasiado ocupada con Arturo y sus deberes como reina y esposa, así que pasa de quererla mucho y preocuparse por ella a ignorarla. ¿Os había dicho que Igraine molaba? Bueno, pues al principio os juro que lo hacía. El caso es que, cuando su tía Viviana vuelve a visitarlas y ve el poder de la niña, se la lleva a Avalon para criarla como una sacerdotisa y prepararla para ser su heredera, pues, aunque ha tenido decenas de hijos, sólo dio a luz a una niña y ésta murió recién nacida, siendo lo más parecido a una hija su hermana pequeña, Morgause, que no tenía talento como sacerdotisa y era demasiado ambiciosa, lo que resultó en enviarla con Igraine junto a Gorlois cuando la primera se casó con él, y Morgana. El caso es que Morgana pasa su juventud en Avalon hasta que Viviana la traiciona. No os diré cómo. Sólo diré que pasó en Beltane. No es un gran spoiler, porque hay media docena de Beltanes en esta historia y en todos pasa algo importante. En fin. El caso es que después de una temporada con su tía Morgause, se va a vivir a Camelot, donde permaneceré la mayor parte de la saga.

Morgana. Ídola y magna aunque la túnica de sacerdotisa no sea azul, sino naranja. Ecs.

El personaje de Morgana es muy complejo y, a la vez, muy interesante. No sólo es una mujer decidida y consciente de sus limitaciones, si no que además es muy fiel a sus creencias y, al contrario que otras, no trata de imponerlas sobre las de nadie. Pero, por supuesto, Morgana no es perfecta. Es más, comete un millón de errores, la mayor parte de las veces empujada por las circunstancias y las decisiones que otras personas toman por ella, y las cosas pocas veces le salen bien. De veras. Incluso cuando nadie conspira en su contra directamente, se puede armar un gigantesco y complejo malentendido que acabe con ella sufriendo. Lo que caracteriza al personaje es que no suele romperse y lloriquear, sino que, después de sufrir por las adversidades, se levanta y sigue luchando por alcanzar su felicidad. Vamos, que no sólo es sabia, inteligente, un punto divertida y tiene carácter, sino que además es resolutiva. Una gozada de personaje que Zimmer hace muy real, pues, incluso cuando comete barrabasadas de la leche que tú ya sabes cómo van a acabar por los mitos artúricos, comprendes su forma de actuar. Es más, yo no podía dejar de asentir, pensando que haría lo mismo en su lugar.
Bueno, no.
Primero mataría a Ginebra.
Pero a parte de eso nos entendemos muy bien.

Otros personajes, no tan principales, pero aún así importantes, son, por ejemplo, los caballeros de la mesa redonda. Aunque son muchos, Zimmer consigue hacerlos distintos entre sí, consigue que comprendas sus actitudes e identifiques con rapidez sus personalidades, además de introducir, ya sea directa o indirectamente, las aventuras centradas en ellos al margen del rey Arturo, lo cuál me encanta. Mi favorito es Accolon, el hijo de Uriens de Gales del Norte, por motivos obvios, entre los que está el ser pagano, pero Lanzarote y los hijos de Morgause también son muy épicos.
Esa es otra, Morgause. Morgause aparece siendo una niña guapa y coqueta, que mira demasiado a los chicos, hasta el punto de avergonzar a Igraine y a Gorlois, pero evoluciona mucho. Es una mujer inteligente, astuta y ambiciosa, que considera que el fin justifica los medios, siempre que el fin la beneficie a ella. Además, tanto ella como Lot, su esposo, son muy liberales, así que además de su vida marital tienen varios amantes sin darle mucha importancia. Mola un montón, en serio. No os quiero meter spoilers, así que no os puedo describir su grandeza. Sólo decir que, al final, descubrimos que lleva años destruyendo a Ginebra sin que se sospeche de ella ni se repare en que la están destruyendo, por lo que yo soy su fan incondicional.

Morgause poco favorecida, pero siendo malvada. Y eso siempre mola.

Otro personaje es Arturo, que aparece poco y casi siempre relacionado con la imbécil de Ginebra, pero mola mucho también. Es un buen rey. Si no se hubiese dejado influir por su mujer y San Patricio... Si no hubiese dado de lado a la Antigua Religión... En fin.
Aparece San Patricio, por cierto. Aquí Zimmon se salta a la torera todo lo que conocemos de la figura del santo irlandés, que se caracterizaba por respetar la cultura y mitos de la zona, aunque supeditándolos al cristianismo, y lo convierte en una suerte de fanático insoportable. Supongo que los irlandeses la pondrían más verde que uno de los tréboles de dicho santo.
Kevin, el bardo, también es muy interesante, sobre todo en cuanto a la visión que tiene de sí mismo, pues es deforme debido a un ataque a su aldea en la que casi lo queman vivo. O algo así. No me acuerdo muy bien de porqué era deforme. El caso es que su relación con las mujeres se ve  muy condicionada por ello.
Y de Lanzarote hablaré en la parte de los spoilers.

En definitiva, se trata de una obra inteligente, con varios niveles de lectura, que, si bien está empapada de magia, no deja de ser bastante realista en cuanto a la psique de los personajes, además de consecuente con la historia y los mitos artúricos, aunque estos últimos estén adaptados a la visión de Morgana.
La recomiendo encarecidamente.

(SPOILERS de toda la saga.)

Sí, he puesto una parte con spoilers sólo para divagar sobre Arturo y Lanzarote. ¡No, no os vayáis, gente que no ha leído la saga pero lee la parte de spoilers por defecto y me conoce! No se trata de una de mis paranoias como la de que Timón y Pumba estaban liados (¡lo estaban!), esto es canon. En parte.
Durante toda la saga, Lanzarote, el tío más caliente de Britania, sólo coquetea con Morgana, pues buscaba perder la virginidad, con Ginebra y con Elaine, su mujer. Bueno, no. No llega a coquetear con Elaine, pues ésta y Morgana lo engañan con un bebedizo para que crea que está con la reina, dado que su aventura pone en peligro a Camelot y deciden que tiene que casarse. Bueno, esa es la razón de Morgana. Elaine sólo quería un pedazo de Lanzarote. Lanzarote era el equivalente a los grupitos para adolescentes de hoy en día.
El caso es que yo, al menos, no sospeché nada hasta que tiene esa conversación con Morgana, no recuerdo el libro, en la que le confiesa que tiene dudas sobre su sexualidad, que a veces cree que ama a Ginebra sólo porque es una forma más de amar a Arturo. Y es cierto, aunque luego él se asuste y le quite importancia a sus palabras, pues después nos dan varios detalles, como alguien burlándose de Lanzarote porque, en su juventud, cantó en la corte de Lot una canción sobre el amor entre caballeros. Vamos, que coqueteó con Morgana porque quería probarse a sí mismo que era heterosexual, se enamoró de Ginebra por Arturo y se casó con Elaine por haberla deshonrado creyendo que era Ginebra.



¿Conclusión?
Estaba colado por Arturo.
Eso lo sabemos. La parte que, me habría gustado, Zimmer puso haber aclarado era si Arturo se sentía del mismo modo.
Es decir, cuando propone el trío suelta ese:

—Ven aquí, Ginebra —dijo, sentándosela en la rodilla—. Sabes que te amo. Creo que a nadie en el mundo amo tanto como a ti y a Lanzarote... salvo a...
Tragó saliva. Ginebra pensó de pronto: «Nunca pensé que, así como yo amo a Lanzarote, bien puede haber alguien a quien Arturo ame sin poder tener. Tal vez por eso Morgana se burla de mí: porque conoce el amor secreto de Arturo... o sus pecados.» 

Deducimos que esos puntos suspensivos se refieren a Morgana, a la que siempre ha querido mucho y que fue su primera vez. Entonces, vemos que menciona a las dos únicas mujeres que, que sepamos, han compartido su cama, junto a Lanzarote. ¿Quiero decir esto algo? ¿Sí? ¿No? Me gustaría pensar que sí, porque Arturo mola y que esté enamorado de Ginebra lo estropea bastante, pero eso queda para cada cual porque, como ya he dicho, Zimmer en ningún momento lo confirma.
Además, luego Arturo toma como amante a Niniana. ¿Quiere decir eso que no estaba enamorado de Lanzarote? No, pero apunta hacia la heterosexualidad. ¿Nos decantamos por esa interpretación o lo atribuimos a un intento de despiste?
Yo pongo la pregunta sobre la mesa.

Arturo y Lanzarote. ¿Compañeros de armas o "compañeros de armas"?

PD1: Sí, el resumen de La sangre del Olimpo sigue en marcha, tranquilos.

PD2: No he visto la adaptación televisiva, aunque quiero hacerlo, así que no me preguntéis por ella.

lunes, 7 de septiembre de 2015

Idealismo

Sé que prometí --que juré por el mapa del Merodeador-- que la semana pasada publicaría una reseña de La sangre del Olimpo. Y ese era el plan. Lo prometo. Pero la entrada ha acabado creciendo más de lo que esperaba y ya no es una reseña, no, es un resumen de toda la trama de Nico con un montón de comentarios míos sobre cosas e imágenes monas de Nico --o, al menos, planeo que haya muchas imágenes monas de Nico--.
El caso es que no sé cuándo la acabaré y, bueno, quiero publicar el kennal antes de que se publique el quinto capítulo de Corrientes de tiempo y quede desfasado. Porque después seguro que algo ha desbaratado todo lo que yo he escrito. Si tengo suerte será una escena de Álvaro y Kenneth confesando sus sentimientos a la luz de la luna. Pero seguramente tenga algo que ver con lo que le ha pasado a Tim o qué sé yo. Es lo que suele pasarme. En plan, podría haber pasado lo que he escrito, peeeeeeeeero no pasa una noche hasta que van a no sé dónde. Sí, es frustrante. Por si acaso, yo he evitado toda referencia temporal. Y no he mencionado a Tim. Lo siento, Tim, conste que me caes bien y tal, pero te interponías en el camino del fanfic.
Obviamente, dado que hasta lo comienzo con un fragmento, es necesario haber leído el capítulo cuatro de Corrientes de tiempo. Y, además, no os vendría mal leer los comentarios que intercambiamos Magik y yo al respecto, dado que deja de fingir que Álvaro es heterosexual --como si nos lo hubiésemos creído en algún momento...-- y nos da datos sobre su vida sentimental.
Sí. Lo sé. Ahora ya no sólo tenemos el kennal y felal, también tenemos el mateal. Podría ser el alteo, pero entonces rompería la concordancia y quedaría mal. Shippeamos algo llamado felal en vez de alvipe para mantener esa concordancia. Kennal suena demasiado bien como para no ajustarnos a su forma. Y de todos modos, es la única relación con futuro y fragmentos monos, así que no perdemos nada.
He intentado apegarme lo más posible al canon y mantener todos los personajes en IC, pero no sé si lo he conseguido, sobre todo al final. Es que he tenido que añadir y cambiar un montón de cosas con la nueva información y me he liado mucho. Y ya no sé cómo piensa Álvaro porque creía que sí, pero no, y eso confunde. Magik, si están OoC, no pienses algo en plan "Esa petarda obsesiva ya está destrozando mis personajes..." --que sería lo que pensase yo en tu lugar, lo admito-- piensa, en su lugar, que tus personajes son tan únicos y geniales que resulta imposible imitarlos, ;)
Y ahora, el fic. Advierto que son once páginas de Office.





Idealismo.


"–Hay algunas personas que son especiales, ¿sabes? Que poseen un tipo de inocencia que ni siquiera ellos mismos ven, pero sí los demás. Y en este mundo podrido y horrible en el que vivimos, esa inocencia brilla más que nada, aunque también es muy difícil de encontrar. Por eso, considero que esas personas deben ser protegidas, preservadas como si fueran criaturas en peligro de extinción.
Kenneth tragó saliva.
¿Te refieres a Tania?
También.
–¿También? Ah, hablabas de Ariadne entonces.
Bueno... Aún queda algo de inocencia en ella, pese a todo, pero... Kenneth, yo..."

Ese momento llevaba repitiéndose en bucle durante horas, ocupando todos sus pensamientos. El problema era que, solo en su habitación y con 50 Sombras de Grey como único entretenimiento, su mente no dejaba de volver, una y otra vez, a esa escena.
Soy un maldito estúpido.
Si bien era cierto que había estado discutiendo con Kenneth durante demasiado tiempo, con el consiguiente desgaste de sus maltratados nervios, no dejaba de haber cometido un error terrible.
No estaba seguro de cuándo databan esos sentimientos que albergaba por el joven, pero, desde que era consciente de ellos, los había enterrado todo lo hondo que la continua convivencia le permitía. Al contrario de lo que pensaba la mayoría de la gente, envidiosa, sin duda, de su extrema belleza, no era idiota. Cuando recordaba al joven ladrón que había partido en busca de las Cuatro Damas con su mejor amigo y había vuelto con las manos manchadas de sangre, le costaba mucho relacionarse con él. Había pasado demasiado tiempo, demasiadas cosas. Un largo y tortuoso camino le separaba de El Ángel, su nombre en clave como ladrón, y muchas veces, recordando lo acontecido, se veía a sí mismo como un extraño. Nunca se había considerado una persona inocente, pero los años le habían probado que así había sido durante su juventud, inocente, idealista, sin tener ni idea de cuanto podía perder, con toda la vida por delante y un destino claro como el cristal. Todo eso se había perdido en el puente de Sant' Angelo. Álvaro Torres ya no era un niño y quedaban pocos rastros de inocencia o idealismo en él. Por ello, sabía que sus sentimientos debían quedar en absoluto secreto. Que todo lo que pudiese sentir por Kenneth Murray estaba destinado, sin discusión, al fracaso. A un doloroso fracaso, que él se veía incapaz de enfrentar por el momento.
No se trataba de no ser correspondido, aunque tenía prácticamente la certeza en ese aspecto, sino del compromiso que ataba a Kenneth y a Ariadne. Cuando la princesa fuese mayor de edad, tendrían que casarse, lo quisiese ella así o no. Sabía que la joven estaba enamorada de Deker Sterling, debido, principalmente, a que tenía ojos en la cara y, como hemos mencionado, no era estúpido, mas eso tampoco tenía importancia en el gran esquema de los hechos. Por ejemplo:
Hecho número uno. Gerardo había hecho un trato con los Murray a cambio de esos dos votos.
Hecho número dos. Ariadne siempre había sido consciente de sus obligaciones como princesa y, aunque le desagradasen, nunca había titubeado respecto a actuar acorde a su rango. Estuviese o no de acuerdo.
Hecho número tres. Los Murray habían cumplido.
Hecho número cuatro. Ariadne cumpliría su palabra aunque eso la destrozase.
Hecho número cinco. Deker era un Benavente, así que entre esos dos nunca podría haber nada formal, debido a las putas reglas de los ladrones.
Hecho número seis. Eso también se aplicaba a él, dado que era un asesino, incluso si olvidasen el compromiso y se asumiese que Kenneth era, como mínimo, bisexual, además de que sintiese algo por él. Lo cuál era improbable.
Hecho número siete. La boda era la única conclusión lógica.
Y ni siquiera él, que siempre había sido un magnífico actor, podía mentir al respecto. Iba a haber boda, lo quisiese él o no. Lo quisiese Ariadne o no. Lo quisiese Kenneth o no. Lo quisiese Felipe o no. Lo quisiese… Hizo una pausa en sus reflexiones, preguntándose quién, entonces, estaba a favor de ese enlace. La única respuesta que le vino a la mente era María Luisa de Murray, o cómo se hiciese llamar.
Esa zorra.
La furia contra esa estúpida mujer siempre le hacía sentirse mejor, debido a que era un blanco perfecto para ser culpado por sus problemas. Además, era una pésima persona y no tenía muchas dudas sobre cómo debió ser la infancia de Kenneth bajo su cuidado. La extrema inseguridad y la incapacidad de tomar decisiones por sí mismo que, al principio, había demostrado, eran muy reveladoras.
En definitiva, Álvaro había aceptado que, fuesen esos sentimientos profundos o no, cosa en la que evitaba pensar, estaban abocados a un final agrio y espinoso que él no necesitaba. Estar rodeado de jóvenes idealistas en ese internado le había hecho darse cuenta de lo amargado que llegaba a estar en según qué cosas y estaba haciendo un consciente esfuerzo por evitar caer en ello, el cual se vería truncado ante el aplastante y, de seguro, horrorizado rechazo que recibiría si, en un ataque de locura espontáneo, confesase sus sentimientos. La imagen podría haber sido incluso divertida, de no haber estado dirigida a él la negativa. Su única opción, por ende, era dejarlo pasar. Seguir adelante, callado y sonriente, y acabar superándolo y saliendo del brete en el que, de nuevo, su sentimental interior le había metido. Cuando recordaba las palabras de su rey, que tenían cierto regusto a profecía, algo en él se estremecía, consciente de lo acertadas que habían estado. Sí, de seguro el ser un sentimental acabaría costándole su vida, acabaría por ser su ruina.
El compromiso, de nuevo, era el obstáculo más visible, mas no por ello el más insalvable, pues había tantas cosas que se interponían en el camino de una hipotética relación que resultaba imposible considerarlas todas.
Por una parte, él lo consideraba sólo un amigo. Por otra, seguía sin tener una mínima pista de si le gustaban, aunque fuese un poquito, los hombres. Álvaro había hecho cambiar a más de uno de opinión pero, con sinceridad, eso nunca tenía efectos duraderos y traía más problemas de los que solucionaba. Además, estaba el que era un asesino, por los que Kenneth sentía un odio visceral. Cierto que parecía haber perdido toda animadversión hacia él y que, en la lucha contra los Benavente, ni siquiera había parpadeado al verlo matar a su atacante, mas eso significaba poco. Él era lo que era. Nadie podía hacer nada al respecto. Bastante había sido lograr su aprecio sincero y, conseguir que correspondiese sus sentimientos, se presentaba como un imposible.
¿Era de cobardes callarse y fingir que nada sucedía? Esa era una pregunta para la que no tenía respuesta, como tampoco la había tenido cuando se enamoró de Felipe o de Mateo, pero, de nuevo, prefería ser uno antes que poner en peligro la amistad que habían entablado, dejarse en evidencia a sí mismo y colocar al pobre chaval en la posición de rechazarlo, con todo lo que eso conllevaría. Incluso si, por un casual, debido a un Objeto descontrolado o a una conspiración de sus hadas madrinas, se viese correspondido, pondría a Kenneth en una situación en extremo complicada, debido, de nuevo, al maldito compromiso.
La gran pregunta, que dejaba sus reflexiones en un absurdo y conseguía que perdiesen todo su sentido, era la siguiente: ¿qué había interpretado Kenneth de sus palabras?
Primero las había atribuido a Tania, luego a Ariadne y, si sus mejillas sonrojadas eran un indicio, había acabado por caer en que estaba hablando de él. Ahora, cabía la pequeña, ínfima y microscópica posibilidad de que no hubiese hilado. Cualquier otro lo habría hecho, pero era posible, incluso plausible, que Kenneth no. No era que el joven ladrón no fuese inteligente o algo así, dado que había demostrado en infinidad de ocasiones que no carecía de recursos o capacidad, pero no dejaba de ser Kenneth. Kenneth, que no podía ser más inocentón porque no entrenaba, que se sonrojaba ante la mínima insinuación y que, de seguro, nunca se plantearía que él estaba… Bueno, que él tenía sentimientos de carácter romántico. Hacia él. O hacia nadie.
Hizo una mueca al recordar las duras palabras que le había dirigido, rezumando sarcasmo, ante el comentario de Tania sobre él siendo un conquistador. Y, aún así, los agonizantes rastros de su idealismo se atrevían a susurrar en su oído que a lo mejor eran celos. Los rastros de su idealismo eran estúpidos y no quería escucharlos, porque luego sería mucho más doloroso, pero la mera posibilidad le hacía sonreír como a un tonto.
Cuando la puerta se abrió de improviso, no pudo evitar el alzar la mirada, sintiendo una extraña emoción ante la visita. Emoción que se drenó en un par de segundos, cuando comprobó que era Felipe el que había ido a visitarle. Dedicó una sonrisa a su amigo, dejando el libro en la mesilla.
¿Problemas en el paraíso? ¿Por qué no estás con Valeria? No me digas que habéis discutido –se preocupó.
No, Valeria y yo estamos bien.
Me alegro, porque no tengo otra habitación a la que ir. Y tú no querrías dejar sin cama a un pobre tullido, ¿verdad?
¿Estás seguro de eso?
Tus palabras me hieren, que lo sepas. ¿De verdad estarías dispuesto a echarme? –preguntó, llevándose una mano al pecho con teatralidad.
No me refiero a eso –replicó Felipe con paciencia, dirigiéndole una mirada astuta–. Me refería a si de veras no tienes otra habitación a la que ir.
Bueno, estamos en un castillo, haber hay habitaciones, pero el traslado sería un engorro…
Álvaro, sabes lo que quiero decir.
No –admitió, algo perdido–. La verdad es que no lo sé, prueba a ser menos críptico.
¿Sabes de qué me he dado cuenta en estos días que llevo despierto del coma?
De muchas cosas, supongo. Con todo lo que está pasando.
Sí, pero la que me más me ha llamado la atención es una concreta –dijo con suavidad, alzando la mirada para que sus ojos se encontrasen–. ¿Qué tipo de relación te une a Kenneth Murray?
Mierda.
No se había esperado esa pregunta. ¡Ni siquiera tenía sentido que se la hiciera! Después de todo, nunca le había confesado a su mejor amigo que le gustaban los hombres. Siempre había sido un secreto que sólo él, además, obviamente, de sus amantes, había conocido. Álvaro nunca había sido de los que daban explicaciones y, después de todo, sus gustos eran sólo asunto suyo. El que, de algún modo, se las hubiese arreglado para enamorarse de sus dos mejores amigos en su momento, había sido determinante en su decisión de ocultárselo.
Presionó un poco los labios, inclinando la cabeza y pensando muy bien en su próximas palabras.
Bueno, en un principio nos llevamos fatal. A él no le gustaba que yo fuese un asesino, a mí no me gustaba que Ariadne tuviese que casarse con él… Pero supongo que, al final, conseguimos llegar a un punto intermedio. Nos hicimos amigos –concluyó, encogiéndose de hombros–. Es cierto que nos hemos pasado la mayor parte del tiempo discutiendo desde que despertaste, pero no es nuestra tónica habitual. Al menos, no últimamente –añadió.
Felipe lo examinó con el rostro impasible.
Bonito discurso. Ahora la verdad.
Es la verdad.
Álvaro, en serio. Si no eres sincero conmigo voy a sentirme ofendido, sobre todo teniendo en cuenta que no os habéis esforzado mucho en ocultarla.
Estoy siendo sincero –insistió–. Somos amigos.
Ah, ¿eso es todo lo que sois?
Sí –asintió con decisión.
Por mucho que me duela.
Está bien –decidió–. Te creo.
Gracias.
Pero, ¿qué te gustaría que fueseis?
Álvaro bufó, pasándose los dedos por el cabello dorado, que estaba incluso más despeinado que antes de la reunión.
¿A qué viene esa pregunta?
¿Tú a que crees que viene?
No lo sé.
Vamos a ver. Me despierto del coma y, unos minutos después, casi te desmayas porque él se está yendo a Londres.
Eso fue por el vínculo –se defendió.
¿Quieres entrar en por qué le cediste uno de tus ojos? –preguntó Felipe, alzando una ceja.
Porque no quería que Ariadne tuviese que hacerlo.
Ya, seguro. El caso es que después te pasaste media hora quejándote, muy preocupado, porque estaba siendo un inconsciente al ir allí sin ti y porque era prácticamente un chiquillo, por el que no podías dejar de preocuparte.
También dije que me preocupaba por Ariadne y por Jero… –negó con la cabeza, recordando la escena en el avión– ¿También estoy enamorado de ellos?
Espero que no, porque eso sería pederastia y es ilegal.
En realidad, la edad de consentimiento en España es precisamente a los dieciséis.
Felipe alzó una mano para interrumpirle.
Mira, podría entrar en que, mientras subíamos al piso de Tim en Londres la primera vez, estabas más nervioso de lo que he visto desde tu expulsión del clan. Podría mencionar el terremoto en el rascacielos de los Benavente, en el que sólo estuviste pendiente de él y, cuando cayó sobre ti, en vez de echarlo o hacer un chiste, le colocases las gafas con la sonrisilla. También podría hacer referencia al que recibieses una puñalada por protegerle y que, después, cuando estabas moribundo, le soltases un “No te preocupes, Ken, no pienso abandonarte tan pronto” –continuó, alzando de nuevo la mano para que no le interrumpiese, indignado por la pésima imitación, que le hacía parecer una quinceañera hormonada–. Podría seguir hablando, podría recordarte cómo os mirabais el uno al otro cuando estabas herido o cómo os habéis dedicado durante días a tiraros de las coletas y a discutir como niños. Por no mencionar el célebre “Me alegro de que, aunque te enfades conmigo, sigues considerándome guapo” –lo imitó de nuevo, incluso con menos acierto que la vez anterior, puesto que en esa ocasión le habrían tomado por Zaza de La jaula de las locas– y la consiguiente reacción de irse dando un portazo, dejándonos a todos anonadados. Podría incluso anunciar que no soy estúpido y, al entrar esta tarde al despacho, él estaba rojo como un tomate y evitaba tu mirada, mientras que tú, por mucho que disimulases y bromeases, parecías querer gritar de frustración. Podría hablar de todas esas cosas –concluyó–, pero no lo voy a hacer.
¿Ah, no?
No –repitió su viejo amigo, antes de clavar los ojos, que parecían astutos y afilados, en los suyos–. No será necesario, porque yo no dije que estuvieses enamorado de Kenneth, pero tú si has hecho referencia al amor en el comentario sobre Ariadne y Jero.
Hubo una pausa, unos momentos de silencio, antes de que Álvaro se desinflase sobre los almohadones. Parecía mentira. Se sentía como si lo fuese. Años de ocultarse, de hablar sobre “sus citas” en género neutro y de actuar como un conquistador despreocupado y cínico respecto al amor. Años que ahora parecían no tener sentido, como si se hubiesen desdibujado. Era extraño y, sobre todo, incómodo. Como si el que hubiesen descubierto su secreto le hubiese dejado, de alguna forma, más vulnerable.
Felicidades. Años de abogacía y nadie me había pillado nunca en un renuncio. Menos en uno tan obvio –se quejó, echándose el dorado cabello hacia atrás con una mueca.
Me lo has puesto fácil –reconoció con docilidad–, pero yo tampoco te lo puse más difícil cuando te hablé de Valeria.
Bueno, es que tú no lo ocultaste. Fue algo como: “Álvaro, he encontrado trabajo como profesor en un internado y, cuando fui a hablar con el director, ¡conocí a la mujer de mi vida! Es tan guapa y tan rubia y tan guapa…” Incluso cuando te pregunté si era más guapa que yo, ¡tú insististe en que lo era! –le recordó con una sonrisa petulante– Y esa ceguera sólo puede ser fruto del amor, amigo mío.
Felipe lo miró mal, aunque llevaba haciendo caras desde que comenzó con la imitación, que lo había dejado como un absoluto panoli. Álvaro lo había hecho a propósito. Como venganza.
Puedes burlarte de mí todo lo que quieras, Álvaro, pero eso no cambia el que te haya pillado.
Supongo que no –suspiró.
Bueno, no he podido evitar darme cuenta de que te gustan los hombres, así que me preguntaba cuándo pensabas contármelo. Suponiendo –añadió después de unos segundos de silencio– que pensases hacerlo.
¿Importa?
Pues no sé –ironizó–. Pero comprende que me ofenda un poco saber que mi mejor amigo, al que conozco de toda la vida, me ha estado mintiendo durante años.
No te he mentido.
Pero me has ocultado cosas, que es lo mismo.
¿Acaso cambia algo? ¿Es esto de verdad necesario?
No, por supuesto que no cambia nada –admitió, con una mirada fulminante–. Y, precisamente, el que te atrevieses a dudar de ello, es lo que más me ofende de todo.
No dudaba de ello.
Entonces, ¿por qué ocultarlo?
No era asunto tuyo –repitió, cruzándose de brazos–. No era asunto de nadie.
Después de unos minutos de silencio, la expresión de Felipe se suavizó un poco.
¿Mateo?
Álvaro se limitó a asentir, pues no tenía ningún deseo de añadir que también había estado enamorado de él, antes de que se distanciasen tras su exilio.
¿Desde cuándo?
Al ver que se encogía de hombros, su amigo continuó mirándolo con fijeza, dándole a entender que no lo dejaría hasta que le diese una respuesta.
Desde el primer día.
Comprendo –suspiró–. Y… ¿Sigues sintiendo algo por él?
Supongo que no.
Supones.
Álvaro volvió a encogerse de hombros y apretó los labios, dejando claro que, en esa ocasión, no iba a hablar más del tema.
Imagino que es una buena noticia, ¿no? Que lo hayas superado y ahora te guste Kenneth.
Sí –constató con amargura–. Es genial.
Tú no pareces muy feliz.
¿Por qué iba a estarlo? –se quejó– Oh, sí, he superado a Mateo y me gusta otra persona. Es genial. Porque no es heterosexual, ni un ladrón que odia a los asesinos ni está prometido. Qué suerte tengo.
Vale, no puedo negar que esté prometido y tampoco estoy muy seguro de su actitud hacia los asesinos en general –reconoció, mirándolo con seriedad–, pero sobre la parte de heterosexual, tengo mis dudas.
Ya.
Álvaro –suspiró, mirándole con algo que no supo identificar por completo, pero parecía una mezcla de pena y ternura–, tú no has visto cómo te mira ese chico.
Mal.
Bueno, ahora sí porque le has ofendido, pero yo estuve en Londres, ¿recuerdas? No te miraba precisamente mal.
Sí, ya.
En serio –insistió–. ¿Quieres saber cómo te miraba?
No, no quiero.
Te miraba –continuó, ignorándolo– de la misma forma en la que yo miro a Valeria. Como si no hubiese en el mundo nada más importante o digno de atención.
Si hubiera sido cualquier otra persona, Álvaro habría sacado fuerzas de la flaqueza y le habría echado de su habitación a patadas, herido o no. Pero era Felipe y le miraba con la cara ilusa y monilla, así que sólo suspiró. De alguna forma, le debía tener esa conversación.
Eres un cursi.
Lo digo en serio –insistió.
Déjalo ya, Felipe –pidió, con un tono que dejaba clara la advertencia.
Pero, ¿por qué? No es como si me lo estuviera inventando para animarte, es cierto. Tú no lo viste mientras te curaba la herida, pero temblaba como una hoja, cada vez que te miraba a la cara parecía al borde de la ruptura, ¡es por eso por lo que se enfadó!
¡Ya está bien! –zanjó– Mira, sé que quieres ayudar, pero no puedes hacer nada por mí en esta ocasión, excepto dejarlo estar, ¿vale?
¿Dejarlo estar? ¿Crees que eso va a ayudar a alguien? –preguntó, enfadándose un poco.
Lo hará más fácil para todos –aseguró, ignorando el bufido incrédulo de su amigo–. Da igual lo que yo sienta, ¿no lo entiendes? No cambia nada. Prefiero ignorarlo y actuar como si todo estuviese bien.
¡Pero nada está bien!
¡Se va a casar! Incluso si tuvieses razón, incluso si él correspondiese mis sentimientos, entonces… –casi se atragantó con su propia voz, como si su garganta luchase para no emitir esas palabras, sabiendo que serían demasiado dolorosas–. Entonces todo sería aún peor, porque no cambiaría nada. Él se casaría con Ariadne, se convertiría en el rey de los ladrones.
No tiene porqué ser así.
Pero lo será. Y no sería justo. No sería justo para mí y tampoco sería justo para él. No quiero ponerle en esa situación, Felipe. O me rechaza porque no siente nada por mí y, conociéndolo, se sentirá culpable por romperme el corazón y eso se cargará nuestra amistad, o me rechaza por sus obligaciones y tiene cargo de conciencia por el resto de su vida. No quiero que ninguno se atormente con el “¿y si…?”. ¿Por qué no entiendes eso?
Porque quizá no te rechace –exclamó–. Quizá él está teniendo las mismas dudas que tú ahora mismo y teme que tú no le correspondas. Quizá está dispuesto a romper el compromiso, con el que no se le ve muy emocionado, por ti.
Ya –ironizó–. Y después huiremos a Narnia en unicornio, ¿no?
¿Por qué te cuesta tanto creerlo?
Porque las cosas no funcionan así –clamó, levantándose de la cama y acercándose a la ventana de la habitación, en la que se apoyó, cruzándose de brazos–. Las cosas nunca funcionan así.
¿Y por qué no? A veces las cosas salen bien, Álvaro. A veces uno consigue ser feliz.
No a mí –zanjó–. ¿Cuándo he tenido yo suerte? ¿Cuándo me han salido a mí las cosas bien? –negó con la cabeza, antes de volver a mirarle– Conmigo no funciona así. Cuando lo que quiero es algo verdaderamente importante, todo se estropea.
Eso no es cierto.
Esa es la pura verdad. Dime una, solo una vez, en la que tuviese suerte. En la que, con todo en mi contra, consiguiese lo que quería de verdad.
Bueno, quizá estás, precisamente, ante esa única y maravillosa situación en la que las cosas te salen bien a ti. En la que consigues al chico.
Álvaro bufó de nuevo, revolviendo de nuevo su melena dorada mientras miraba hacia el jardín. Desde su habitación no se veía el lugar donde habían enterrado al asesino brasileño, pero él sabía que no estaba muy lejos. Aún recordaba esa noche, en la que Kenneth se había sincerado con él y le había contado la verdad sobre su padre. En la que su relación había dejado de ser un tira y afloja continuo, para convertirse en una amistad. En la que la animadversión había pasado a convertirse en confianza.
Cuando lo pensaba desde la perspectiva de Felipe, los jirones de su idealismo aullaban y se retorcían, diciéndole que apostase. Que dejase de ocultarse y de mentir a todos a su alrededor. Que pusiese el corazón sobre el tapete y jugase hasta el final.
Pero entonces se acordaba de Kenneth junto a su abuela, de cómo quedaba callado y resignado, completamente a su merced. De cómo, después de que le hubiese dado uno de sus ojos, él se había quedado con María Luisa una noche y al día siguiente había vuelto avergonzado y culpable, esperando una ejecución verbal, casi de forma mansa, como si no hubiese otra opción después de cometer un error. Como si la consecuencia de ser sincero con él sobre lo que pensaba y sentía, de abrirse, fuera que utilizasen sus confesiones como armas arrojadizas.
Antes de la reunión Kenneth había mostrado seguridad, decisión e incluso dureza. Pero había sido con él. Con él, que llevaba meses tratándolo, dejando claro que respetaba su opinión, que le interesaba, que podía ser sincero.
Le gustaría pensar que podía enfrentarse con la misma fuerza a su abuela, pero los jirones de su idealismo y su inocencia no eran lo bastante poderosos como para cambiar el tinte cínico que su vida estaba adquiriendo bajo la luz de la luna creciente.
Sabía que todavía no sería capaz de enfrentarla. Y hasta que no fuese capaz, si es que lo era algún día, no se rompería el compromiso. Incluso cabía la posibilidad de que ganase ese valor demasiado tarde, cuando la boda ya fuese un hecho.
Álvaro no podía enfrentarse a esas duras posibilidades y mantener la esperanza. No después de tantos años de querer a Felipe en silencio, sin atreverse a ser sincero con la persona que mejor lo conocía en el mundo. No después de tantos años viendo a Mateo llorar por Elena. No cuando llevaba tantos años asumiendo que el amor no era para él. La esperanza era un arma de doble filo y lo más probable era que acabase hiriéndose a sí mismo. Como siempre.
No digas tonterías, Felipe –pidió, apoyando la cabeza contra el cristal y sintiendo el sordo tirón de la herida en su costado, en cuyas puntadas, de técnica perfecta, seguía percibiéndose el temblor de las manos que las habían llevado a cabo–. Yo nunca consigo al chico.