Hay veces en las que las frikis nos planteamos un imposible. Un imposible que no pasará en la serie/libro/película ni de coña, pero que es divertido imaginarse. De ahí salen muchos fics. A veces, si ese imposible se cumpliese, tú elevarías una queja porque es una gilipollez de imposible que apesta a fic tanto que tira pa'tras.
Y a veces, sólo a veces, escribes también un fic para reírte un rato o pasar el tiempo.
Esa es la historia de mi nuevo fic "Alanis", que ni yo sé cuanto va a durar. Es una gilipollez. Las amalgamas de los nombres llevan a pensamientos pecaminosos que hacen a Sor Quisquilla persignarse. Pero os presento, mi nuevo fic Kennal/Felal, o de como Álvaro está más perdido que un pulpo en un garaje.
¡Fic, te elijo a ti!
1. De despertares, guerras y whisky escocés.
Y con una atragantada bocanada de aire, Felipe
Navarro despertó del coma.
‡
Después de eso, su habitación se llenó de gente.
Gente que le abrazaba, que se alegraba de su despertar, que palmeaba sus brazos
con los ojos brillantes.
Los ojos de Ariadne brillaban como no recordaba
haberlos visto brillar nunca. Las lágrimas contenidas y la euforia les daba una
luminiscencia indescriptible, que le hacía sentir vivo. A ella, le dio el
abrazo más largo y más fuerte, y lloraron en el hombro del otro, necesitados de
contacto.
Su sobrina estaba sentada al lado de su cama,
sujetándole la mano con fuerza, incrédula de que estuviese de vuelta.
Valeria también había acudido, y se arrojó a sus
brazos, llorando de emoción. A decir verdad, esperaba más de ese abrazo que había
esperado tanto tiempo. Esperaba que el mundo desapareciese, que sólo existiesen
ellos dos. Pero los ruidos del hospital ni siquiera bajaron de volumen, y a
parte de la calidez de ese cuerpo suave y hermoso, no sintió nada.
Se separaron, y ella parecía apunto de decir algo,
pero hubo unos golpecitos en el marco de la puerta.
Álvaro Torres le miraba, con los ojos brillantes,
como todos los que había visto desde su despertar, y una pose segura y algo burlona que no conseguía enmascarar su emoción.
-¿No podías al menos despertar cuando estuviese en
el país?
-¡Álvaro!
Él se acercó sonriente a la cama, aunque su avance
fue detenido por un fuerte abrazo de Ariadne, que él correspondió con una
sonrisa aun más grande.
-Esta chica vale su peso en oro, Felipe, tienes
suerte – bromeó guiñándole un ojo.
-Lo sé, tengo mucha suerte.
Álvaro le miró con aire crítico, tan falso que tuvo
ganas de reír, después hizo un extraño aspaviento arqueando las cejas.
-Ese peinado es la cosa más horrible que he visto
desde tu intento de maqueta a los trece años.
Felipe rió divertido.
-No estaba tan mal.
-Si eso era un castillo, yo soy Elvis disfrazado.
-Eso explicaría que contonees las caderas como si
fueses una femme fatale.
-Me alegro de que estés de vuelta, hermano.
Felipe necesitó un segundo para darse cuenta de que
estaba Valeria, y que, claramente, debía pensar que eran familia.
-Me alegra también.
Álvaro se acercó y le dio un abrazo. Como siempre
que se abrazaban, sintió que había algo en ellos que encajaba, simplemente,
como su fuesen dos piezas de un rompecabezas. Pero había algo raro. Álvaro se
sentía incómodo. Normal, estaba su sobrina delante, y su relación no era la
mejor en los momentos antes de que cayese en coma. Como siempre que esos
sentimientos indeterminados salían a la luz, Felipe aumentó la intensidad del
abrazo.
Normalmente, el mundo a su alrededor habría
desaparecido y sólo habrían quedado ellos, pero, aunque todo se paró y fue
maravilloso durante unos segundos, sintió que Álvaro se tensaba. Se tensaba.
Se separaron, y él le sonrió, pero no era su
habitual sonrisa. Su sonrisa se siempre era radiante, cegadora, le hacía sentir
mariposas en el estómago y el mundo era un lugar mejor para vivir.
…
¿En qué pensaba?
Oyeron otros golpecitos en la puerta, bastante más
educados que los burlones que había hecho Álvaro.
Había un joven inseguro y aparentemente
avergonzado, sin saber muy bien como actuar.
-Pasa, Kenneth. Todavía no conoces a tu jefe.
Y le sonrió.
Le sonrió. Con la
sonrisa. Una sonrisa que Álvaro sólo había esbozado por y para él. Su puta sonrisa.
-Soy Kenneth Murray – se presentó inseguro.
-Sé quién eres – respondió cortante, usando su tono
más autoritario –. Y sé lo que nos costó tu voto.
-Felipe – trató de interrumpir Álvaro, pero él no
le escucho.
-¿A qué has venido?
Kenneth Murray, envalentonándose un poco ante su
tono, dejó las inseguridades a un lado.
-Precisamente, venía a hablar con Ariadne de eso.
Lo he discutido con mi abuela, y lo-que-ya-sabéis
está cancelado – explicó mirando de reojo a Valeria.
-¿De qué habláis? – preguntó ésta, confusa.
Ariadne, ignorándola, se le lanzó al cuello a
Murray, dándole las gracias, emocionada. Él le palmeó la espalda, sin saber muy
bien que hacer al respecto.
A Felipe no le pasó desapercibida la sonrisa de
Álvaro. El odio contra Kenneth Murray aumentó exponencialmente.
-Yo… Debería irme… – comenzó a balbucear, de forma
completamente patética, si querían la opinión de Felipe.
-No Kenneth, me gustaría… Me gustaría hablar
contigo. ¿Vamos a la cafetería?
-Por supuesto – asintió.
-Yo, en cambio, sí debería irme.
Estuvo a punto de caerse de la cama ante esa
afirmación por parte de Álvaro.
-¿Ya te vas?
-Sí, en realidad, tengo que organizar algunas cosas
en el internado, tendré que dejarlo todo listo para cuando vuelva tu padre.
Se preguntó como era posible que fuese él el único
en olvidarse de la presencia de Valeria una y otra vez.
Valeria y él quedaron solos en la habitación del
hospital.
-Felipe, yo… Te he echado muchísimo de menos.
Valeria volvió a abrazarle, y él lo tuvo claro. Era
el momento de aceptar de una vez por todas, sus sentimientos por Álvaro.
-Valeria, con todo lo que ha pasado, creo que
tenemos que hablar.
Felipe siempre había sido perfectamente consciente
de sus sentimientos por Álvaro.
Álvaro había sido una constante en su vida, con la
que siempre había podido contar, y entre ellos, había algo más.
El problema, era que cada vez que empezaban a
avanzar, que lo que había entre ellos entraba en ebullición y que parecía que
el explotar en una declaración era cuestión de tiempo, él lo fastidiaba todo.
Había una chica.
O veinte.
No llevaba la cuenta de todas las que había habido,
pero eran bastantes.
Chicas guapas, de rasgos redondeados y sonrisas
dulces. Con piernas más largas que la enciclopedia Larousse y escotes con piel
de terciopelo.
Sí, siempre las había.
Y ellas, siempre le rechazaban.
Entraba, entonces, en una espiral de
obsesión/persecución/locura, que Álvaro observaba desde la barrera. Nunca
intervenía. Nunca parecía perder a esperanza.
Las chicas, en realidad, no habían sido el
problema, sino un mero obstáculo que sortear, un retraso en el camino para
formalizar su relación.
El verdadero problema, entonces, era Kenneth
Murray. Murray.
Con esas gafas, ese aire de empollón, esa aura de
pardillo, esa forma de hablar como si en vez de decir idioteces sin interés
estuviese recitando a Shakespeare, esa inseguridad, esa torpeza, esa completa y
definitiva mediocridad… ¿Cómo podía ser, realmente, un problema?
No lo sabía, pero lo era.
Lo sentía
en los huesos.
Y en las miradas que el imbécil le dedicaba cuando
el rubio estaba distraído.
Y en las que él le devolvía poco después.
Lo notaba. Lo sabía.
Entre Kenneth y Álvaro había surgido algo.
Y ese algo no podía seguir surgiendo.
No estaban juntos de manera oficial, así que no
debía ser muy difícil.
Poco después, la misma noche en la que acababa de
volver al internado, mientras comentaba un par de anécdotas del pasado en las
que Álvaro y él eran los protagonistas, captó la mirada de ese imbécil.
El mensaje era muy claro, después de todo, se había
pasado la noche acaparándole.
“Esto es
la guerra.”
Y vaya, que si lo era…
Nadie tenía del todo claro por qué, pero la cena se
convirtió en una guerra de anécdotas graciosas, y de ver quien era mejor que el
otro.
Oh, bueno, sí que había gente que se lo imaginaba, pero
el desconcierto fue bastante general.
Felipe se fue a la cama pensando que lo tenía
ganado.
Desgraciadamente, al día siguiente, Álvaro,
mirándoles a ambos con frialdad, afirmó que volvía a Madrid.
-Después de todo, tú ya estás despierto y puedes
encargarte del Bécquer y de Ariadne por ti mismo – afirmó –. Y yo tengo que
volver a mi piso y a mi bufete. Me espera un duro trabajo para poder volver a
mi posición en la abogacía – suspiró.
-¿Estás seguro? Puedes quedarte aquí todo el tiempo
que quieras.
-Completamente, muchas gracias – no dijo nada más,
y cogió la maleta para irse.
En otras ocasiones, seguramente eso habría sido el
final. Se dedicaría a llamarle a menudo, mandarle algún mensaje, y pasarse por
Madrid de vez en cuando. Pero había un competidor más en el juego. Y, sin que
nadie excepto cuatro personas supiese el por qué, dio comienzo una guerra
abierta entre Felipe Navarro y Kenneth Murray.
‡
Álvaro Torres nunca había tenido una baja
autoestima. Era genial, y lo sabía.
Era guapísimo – y no lo decía él, ni su madre, lo
decían los suspiros femeninos y masculinos que provocaba con un movimiento de
cabeza que hiciese moverse su pelo –, inteligente – no le daban el título en
derecho magna cum laude a cualquiera,
después de todo –, un magnífico ladrón – el tiempo que duró –, un todavía mejor
asesino, un abogado implacable y una persona que rezumaba encanto. No, Álvaro
Torres no necesitaba una abuela.
Pero había una espinita clavada en su orgullo. La
espinita, que se llamaba Felipe, se parecía a David Tennant y siempre llevaba
el pelo más largo de lo que a su hermano le hubiese gustado. La espinita había
crecido con él desde su adolescencia, y sostenía una complicada danza en la que
dejaba de doler o era un puto infierno según le diese.
La espinita le gustaba de verdad. Incluso podía
hablar de amor. No en voz alta, pero mentalmente podía.
El problema es que la espinita siempre quería lo
que no podía tener. Era una constante en ella. Y como la espinita no era tonta,
como que se daba cuenta de que sí podía tenerle.
Entonces aparecían chicas guapas y completamente
imbéciles, y la espinita perdía el Norte. Y se clavaba.
Porque él sabia que esas mujeres, por llamarlas de alguna forma, no le llegaban a la suela
del zapato. No lo hacían. ¿Por qué, entonces, la espinita las iba persiguiendo,
dejándole a él con un palmo de narices?
No era por su personalidad, obviamente, él tenía
encanto, y la espinita y él se entendían a la perfección.
Y menos el aspecto físico. Excepto por un ligero
episodio de acné a los trece años, él siempre había parecido una escultura de
Miguel Ángel. La gente, incluso la que no se sentía atraída por él, lo
reconocía. Habían intentado enrolarle en una agencia de modelos, por amor de
Dios.
En todo caso, ese no era el problema. La espinita y
él siempre habían tenido una relación complicada.
El problema era otro, y no era una espinita.
Era Kenneth Murray, y ese pobre chaval no podría
herir su orgullo ni aunque lo intentase con todas sus fuerzas.
No entendía muy bien que le pasaba con él. No era para nada su tipo, pero tenía algo.
Era tan débil, tan necesitado de protección, y a la
vez tan inteligente y fuerte en el momento necesario. Se sonrojaba con
facilidad, hablaba como si estuviese recitando una obra especialmente
complicada, se subía las gafas con el dedo índice cuando estaba nervioso, no
veía la televisión, y ni
siquiera cuando no había otra anestesia y tenían que darle puntos bebía alcohol. Era un idiota. Y él sentía ganas de
revolverle el pelo y de abrazarle cada vez que lo era.
¿Que quién le gustaba entonces? No lo sabía ni él.
Por un lado, Felipe había sido su primer amor, el
chico que le había gustado toda la vida, con el que se entendía y tenía mil
cosas en común. Por otro, Kenneth le hacía sentirse feliz y le costaba contener
los “Aw…” cada vez que abría la boca.
Se sentía dividido.
Y después, Felipe despertó del coma. Dudas, y dudas, y dudas.
Hasta esa
cena, claro.
Felipe estaba territorial. Acaparaba de forma más
que obvia su atención. No paraba de contar anécdotas de su juventud, en las que
él, que para algo había estado presente, sabía que había más imaginación que en
los siete libros de Harry Potter juntos.
Y no dejaba decir una mísera palabra a Kenneth. Que
casi ni habría la boca en una situación normal pero que lo intentaba frecuentemente
en esa cena.
Llegados a un punto, él le fulminó con la mirada.
Desgraciadamente, Felipe lo vio.
La incómoda cena se convirtió en una especie de
batalla sobre quién era mejor, en la que sólo les faltó subirse a la mesa y ver
quien estaba mejor dotado.
Álvaro decidió que estaba dudando entre dos
idiotas, y se fue a Madrid en lo que se aclaraba para no tener que verles.
Mateo sabía de sus sentimientos por Felipe. Años de
amistad y noches de beber hasta casi perder el sentido hacían imposible que no
lo supiese. Que Álvaro borracho hablase por los codos fue determinante.
Aun así, no le sirvió de mucho, porque después de
escucharle pacientemente, le indicó que era mejor que acudiese a Tania, porque
él no había leído Crepúsculo. Sólo años de amistad impidieron que el eminente
periodista acabase con la nariz rota.
Y así, entre dudas y películas con triángulos
amorosos para ilustrarse, pasó el tiempo.
(Advertencia: Aquí Artemisa perdió el
norte y escribió una enorme flipada.)
Álvaro, que tenía la mañana libre gracias a un
aplazamiento imprevisto, estaba siguiendo los consejos de Alicia, la de Aquí no hay quien viva, y había decidido
hacer una tabla de pros y contras para cada pretendiente.
-Felipe. Pro = fue mi primer amor; contra = pasamos
años sin hablarnos hasta que matriculé a Tania en el Bécquer. Kenneth. Pro = es
una monada; contra = no tiene carácter. Felipe. Pro = admitámoslo, está ya no
como un tren, está como el hijo bastardo del Expreso de Hogwarts y el Orient
Express; contra = Valeria, Alexis, Maryam… Kenneth. Pro = es fácil hablar con
él y me siento bien cuando lo hago; contra = sería familia de María Luisa.
Paró unos segundos, considerando cual de los dos
últimos contras era peor.
El teléfono rompió el que se adivinaba un largo y
complejo debate.
-¿Sí?
-Ven aquí ahora mismo y páralo.
-Hola, Gerardo – saludó mientras apuntaba en la
tabla que tenía intereses comunes con Felipe.
-Ni hola ni – la palabra en alemán le salió con
tanto acento que ni siquiera él la entendió-. ¡Ven aquí y detén esto!
-Háblalo con Felipe, los asuntos del internado son
su problema.
-¡Me refiero a que le detengas a él! ¡Y a Murray!
-¿Qué les pasa? – preguntó sin preocuparse
demasiado, y admitiendo que las gafitas de Kenneth le ponían.
-¡Desde que te has ido están en pie de guerra, y se
han pasado de la raya! ¡Detenles ya!
-¿Se puede saber de que hablas?
-¡Están peleando en la cámara de los Objetos! ¡Van
a romper algo!
-Pero yo no puedo entrar ahí, ¿recuerdas?
-¡Hablas cómo si el rey no quisiese atarte una cama!
¡Soluciónalo!
Álvaro no supo muy bien cómo reaccionar al oír los
pitidos que indicaban que acaban de colgarle.
Bueno,
Gerardo tampoco es que sea estúpido. No sé de qué me sorprendo.
La cámara de los Objetos era menos ostentosa de lo
que él se imaginaba, pero le gustó.
Le habría gustado más de no tener que ver a Felipe
y a Kenneth tirando de un futuro proyectil en medio de ella.
Nada era perfecto.
-¿Se puede saber que estáis haciendo?
Al menos ambos quedaron petrificados con esa frase.
-Álvaro… Yo… Nosotros…
-Ahorráoslo. Gerardo me ha llamado para que os eche
la bronca, ¿podría alguno indicarme desde cuando soy vuestra madre? Porque no
me acuerdo del parto.
-¡Él empezó!
-¿Yo? ¡Pero serás…!
-¡Basta! Da exactamente igual quien empezase,
soltad ese Objeto antes de que lo rompáis también.
Ninguno se movió.
-Por el amor de Dios… -masculló poniendo los ojos
en blanco y acercándose para quitárselo.
-¡No, Álvaro! ¡No toques el dibujo!
Demasiado tarde.
Una luz blanca les iluminó a los tres, lanzándoles
a varios metros de distancia.
El caldero de cerámica, lleno de runas y grabados
rituales, flotó unos segundos antes de posarse delicadamente en el suelo e
iluminarse con una luz rosada.
-¿Qué se supone que ha sido eso? – preguntó Kenneth
frotándose la fuente.
-Creo que me he roto la espalda…
-Os odio a los dos.
-¡Sois imbéciles! – Gerardo estaba echando espuma
por la boca.
Aun más de lo normal.
Mala señal.
-Ese caldero…
-Ese Objeto, es El caldero de Hefestión.
‡
Kenneth aceptó una de las tazas de té que les
tendía Gerardo de malos modos, expectante por saber a qué se estaban
enfrentando.
-El caldero de Hefestión – comenzó Gerardo como si
estuviese dando una clase de historia – fue encargado por Alejandro Magno.
Necesitaba un heredero para su imperio, pero sólo contaba con Heracles, un hijo
ilegítimo al que no quería poner en el trono. Cómo supongo que ya sabéis,
Alejandro tenía un amante llamado Hefestión, con el que, dejando de lado
algunos amantes y a sus propias esposas, mantuvo una relación desde su infancia
hasta el día de su muerte. Pues bien, Alejandro, desesperado al ver que sus
mujeres no le daban hijos, acudió a un oráculo que le dijo que el único que
podría reinar en su imperio sería un hijo bendecido por Eros.
»Alejandro interpretó que debía ser hijo de él y de
Hefestión, puesto que Eros era el patrón de las relaciones entre dos hombres, y
encargó a los más poderosos hechiceros la creación de éste Objeto.
»Lamentablemente, Hefestión fue asesinado poco
después, en el otoño del 324 a .
C., y Alejandro, al recibirlo, destruyó toda la información que indicaba como
utilizarlo y lo relegó a un sótano oscuro en uno de sus palacios.
»Moriría poco después, y su único heredero sería un
hijo que concibió poco antes. Lo asesinarían y su imperio se derrumbaría bajo
su propio peso.
-Cuando dices que Alejandro y Hefestión tendrían un
hijo… ¿Qué quieres decir, exactamente?
-Álvaro, vas a ser padre.
Él quedó blanco como la tiza.
-¿Perdón?
-Tocaste el dibujo. ¡Te dije que no lo hicieses! Lo
único que no sé es cual de estos dos zoquetes va a acompañarte en la
maravillosa aventura de la paternidad.
-¿Y no hay alguna forma de vaciarlo?
-No. Alejandro y Hefestión tenían muchos enemigos,
así que el caldero está preparado para rechazar cualquier intención de dañar su
interior. Incluso después del nacimiento, la protección se alarga unos seis
meses. Si hay algún proceso para
pararlo, lo desconozco. Quizá porque llegó hace un par de semanas y no he
podido estudiarlo a fondo, gracias a vuestras estupideces. Ahora es imposible
hacerlo.
Álvaro se levantó de la silla, acomodó ligeramente
su traje, y se dirigió hacia el mueble bar.
-Felipe, pienso agotarte el whisky, y cómo digas
algo te estrellaré una botella en la cabeza – anunció cogiendo una copa –. Sólo
quiero anunciaros – continuó sirviéndose –, que os voy a matar a los tres –
bebió un sorbo largo –. Soy un asesino, y no me va a dar cargo de conciencia.
-Álvaro… – comenzó Kenneth.
-Tú – le interrumpió, señalando a Gerardo –, me
llamaste en un primer lugar porque no podías controlar a dos gilipollas medio
chiflados. Y vosotros – pasó a fulminarles con la mirada – sois los dos
gilipollas.
-¿Qué vamos a hacer con esto?
Hubo unos minutos de silencio.
-Yo también necesito una copa – murmuró Felipe.
-Todos la necesitamos – añadió Gerardo.
Álvaro sirvió cuatro copas hasta el borde y se las
acercó.
-No bebo, gracias – susurró sin levantar la mirada.
Él le miró con seriedad, como si estuviese
evaluando su afirmación.
-No sé si quiero besarte, o pegarte un puñetazo.
Con sinceridad.
-Estás de coña, ¿verdad? – saltó Felipe – ¡Murray
es idiota!
Kenneth Murray se consideraba una persona
equilibrada. Siempre había defendido el diálogo antes que la violencia, y solía
tratar de ponerse en el lugar del otro. No perdía el control de sí mismo, y
trataba de actuar con propiedad y de la mejor manera posible.
Excepto cuando se trataba de Felipe Navarro. No le
gustaba pensar en ello como ‘celos’, pero sentía ganas de asesinarle con un
abrelatas. Él. Para un ladrón, sentir
ansias asesinas era algo extraño y complejo, para Kenneth Murray, era
insostenible. Quizá habría sabido controlarlas. De no ser porque se comportaba
como si Álvaro fuese suyo. Le cabreaba
eso.
-Nadie te ha pedido opinión – estalló – ¿Quién te
crees que eres?
-¿Yo? ¡Eres tú el que ha salido de la nada! ¡Yo
llegué años antes!
-¡Y mira la ventaja que me llevas!
-¡Ambos sois idiotas! – sentenció Gerardo – ¿Por
qué no le pedís que elija a uno y punto?
Casi al mismo tiempo, ambos se giraron hacia
Álvaro, que parecía más concentrado en mirar a trasluz el poco whisky que le
quedaba en la copa que en la conversación.
-Tú… ¿Lo sabes? – preguntó al fin Kenneth.
-¿Qué si lo sé? – apuró el whisky – ¿Vosotros cómo
de imbécil me consideráis, aproximadamente? ¿Podría abrocharme la camisa solo?
-Pero, si lo sabías…
-No quería hacerte daño, estúpido.
Álvaro golpeó la copa vacía contra la mesa con
bastante fuerza.
-Felipe, no tienes ni puta idea.
-¿¡Entonces por qué coño no has elegido!?
-¡Por qué tenía dudas, ¿vale?!
-No es por ser desagradable, pero dudas, ¿de qué?
-Lo estás siendo, Gerardo. Y, sólo para que conste,
espero que los tres muráis de forma dolorosa en un futuro cercano, por lo que
en este momento, creo que antes me liaría con Lord Voldemort que con uno de los
dos.
Dura sentencia de Álvaro. Gran momento para acabar el capítulo.
En la intimidad, me pregunto si esto es un fic, la confirmación de que estoy como una cabra, o una prueba sobre cómo sé usar la cursiva.
Pues ya lo habéis visto. Álvaro espera un hijo y no sabe de quién. ¿Qué? Oh, sí, me gustan mucho los culebrones, ¿se me nota?
En mi defensa diré que casi todo lo que digo sobre Alejandro Magno es cierto. Bueno, lo del caldero y el oráculo no, pero sí estaba liado con Hefestión. Se duda sobre si le mataron o enfermó, pero yo tengo muy claro que es la primera opción, se ve con bastante facilidad en la película de Alejandro Magno, que os recomiendo encarecidamente.
¿Que cómo va a acabar esto? Ni idea. ¿Que de quién es el niño/a? No lo sé ni yo. ¿Que si voy a acabar esta historia? Pues quizá, a saber, con lo inconstante que soy...
Para todo lo demás, esperad al próximo capítulo ;)
Ay Dios, me muero xDDD Creo que es el fic más épico que he leído nunca. Ya no sé ni qué comentarte al respecto, todo es demasiado bueno! Ya sabes que yo soy partidaria del Kennal. Siempre. Felal suena muuuy mal. Y lo de que van a tener un hijo... Es tan culebrón que me encanta xD Espero que sea de Kenneth, de ahí saldría el bebé más ideal del mundo. Y una última cosa... Hoy estoy un poco espesita, así que no he pillado lo de "Alanis", ¿me lo explicas? No me juzgues xD
ResponderEliminarPD: Amo la foto del final xDD
Aysh, gracias, eres un amor ^3^.
EliminarEl Kennal es fuerte y puro. Pero Felipe se parece a David Tennat y se apellida Oldman. Y eso me tira. Mucho. A saber por dónde voy a salir.
Felal es una amalgama horrible, lo sé. Aunque la de Percy y Nico es Perico, que suena a loro, y la de Pepper y Tony Stark, Pepperoni. Sí, como lo de la pizza. Raro.
Van a ser papás, sí. Si fuese de Kenneth saldría super ideal. Si fuese de Felipe saldría super ideal. Uno de sus padres es Álvaro, así que saldrá la cosita más guapa que nos podamos imaginar. Se sabe.
Jejeje... Lo de Alanis ya veréis porqué es.
PD: Queda mal que lo diga yo, pero también amo la foto del final xD