¡Hola, maestros del frikismo!
Sé que llevo mucho sin publicar. En parte por los exámenes. En parte por vagueza. En parte porque no hay mucho que contar. Podría reseñar alguna de las novelas que me he leído esta semana, ya que yo soy muy lista y en época de exámenes leo en vez de estudiar, pero me he decantado por otra cosa.
Como me ha dado mi racha de novela romántica, tenía una historia corta en la cabeza. Así que me decidí a escribir un poco de ella para que dejase de dar botes por ahí. Sí, para perder el interés en una historia la escribo. Soy tan inconstante que da miedito y todo. Pero una amiga mía cumple años este Lunes. Y otro en Julio. Y otra cumplió hace poco. Y es que, leñe, este año tengo más amigos de lo normal y no voy a acordarme de todos los cumpleaños, ya no digamos regalarles algo. Por lo que me decidí a acabar la historia en plan drabbles --osease, conjunto de escenas-- y regalárselo por su cumpleaños. ¿A quién? A mi colectivo de amigos de la vida real. Y ale.
¿Qué? ¿Qué debería estar con mi novela o escribiendo Alanis? Estoy atascada con ese último e intento alejarme de la novela en época de exámenes para que mi mente no se me vaya continuamente.
Bueno, pues aquí lo dejo. Una tontería, pero bueno.
Nubes y Flores Silvestres.
Miguel era un chico solitario y excéntrico, que se
sentaba en la última fila y tendía a ignorar a los profesores, aunque seguía
sacando notas razonablemente altas. Una media de ocho coma dos. Más o menos.
Lo único que desmentía totalmente su imagen, era su
propio nombre. Los malditos del registro no había dejado a su madre llamarle
Michael. Su madre, enardecida en la devoción a su ídolo y sin la presencia de
su padre para detenerla, le había registrado como Miguel Jasón. Y no había
acabado. Su nombre era Miguel Jasón Pérez-Fernández del Prado.
No le ayudaba mucho a imponer respeto.
Reflexionaba acerca de ello y de mil cosas más,
mirando por la ventana. Desde su mesa se veía un pedazo de cielo por el que las
nubes se extendían y retraían con lentitud.
La perorata acerca del comunismo se vio
interrumpida. Miguel alzó perezosamente la vista. Les estaban informando de que
una alumna nueva iba a unirse a la clase.
Baja, delgada, colores pastel, ojos grandes y
coleta descuidada.
Aburrido.
Volvió su atención a las nubes.
--Bien, Silvia. Puedes sentarte junto a Miguel al
final de la clase.
Éste masculló un taco entre dientes, molesto por la
impensable violación de su territorio. ¿Cómo se atrevían?
La chica se sentó y sacó sus cosas.
Mochila rosa. Estuche con flores y sin marcas de
uso o tinta. Archivador de Kukuxumusu.
Una decena de bolígrafos pilot de
varios colores. Agenda decorada con pegatinas.
Estaba convencido de que era perjudicial para su
salud estar cerca de algo tan aburrido. Aunque podría ser peor. Podría ser un
archivador de One Direction. O de Justin Bieber. O de My Little Pony. En realidad, no le extrañaría que sí fuese de My Little Pony. O de Barbie.
--¿Podrías compartir el libro, por favor?
Su voz era suave, educada. Se preguntó si había
algo original o con carácter en esa chica. Deslizó el libro sobre la mesa sin
prestarle atención, indolente, para que ella pudiese seguir la clase.
Volvió a torcer el rostro hacia la ventana. Las
nubes seguían danzando a través del cristal.
En los cambios de clase, la gente se alborotaba.
Mucho. Esperaba que la chica nueva se uniese a las otras chicas de clase y se
alejase de su territorio, pero no lo hizo. No pudo evitar sorprenderse cuando
le vio sacar un libro.
Hizo una mueca al ver que se había equivocado. No
era un libro. Era Crepúsculo. Aun peor que no leer.
Tocaba Ciencias para el Mundo Contemporáneo. Su
profesora de CMC era una mezcla de Luna Lovegood y la profesora Trelawny. Largo
cabello rubio platino, ropa estrafalaria, ojos enormes por el aumento de las
gafas y mente permanentemente en las nubes. Nunca se enteraba de que alguien no
le estaba atendiendo.
Se colocó los cascos de su Ipod y subió el volumen
al máximo.
Su tocayo cantaba que se estaba portando mal,
lanzando piedras y escondiendo la mano y que eso a él no le valía, mientras las
nubes seguían girando en su indescifrable danza.
--Poneos por parejas.
Decidido, Miguel odiaba a su profesor de Filosofía.
Ese hombre estaba obsesionado con ponerles en
parejas o grupos para que debatiesen sobre todo lo que daban.
Y esa vez no podría unirse a una pareja cualquiera
y dibujar en los márgenes de su libreta, porque ahora eran un número par.
Maldita novata.
Ella también se veía incómoda, insegura.
--Y… ¿Qué opinas de la democracia?
Miguel la miró sin expresión unos segundos antes de
responder.
--Me importan un pimiento.
Ella parpadeó, sorprendida.
--Pero es lo que nos garantiza unos derechos
fundamentales.
--Te confundes. Lo único que nos asegura a todos
unos derechos fundamentales se llama utopía.
--No estoy de acuerdo.
--Supongo que esa es la semilla del debate.
Ella frunció el ceño.
--Eso es muy cínico.
--No, eso ha sido borde. Lo anterior fue cínico.
--El cinismo no es la solución.
--Ser idealista tampoco, aunque a lo mejor
consigues descuentos en la tienda de Barbie.
--Te crees muy guay y muy chulo por ir de moderno
desesperanzado, pero no lo eres. Sólo resulta patético.
--No, me creo muy guay y muy chulo porque no leo Crepúsculo.
Ella se sonrojó. Al menos se sentía avergonzada.
--Lo que leo es cosa mía --le espetó--. Y si quiero
alternar Crepúsculo y El Conde de Montecristo no es asunto
tuyo.
--Debe serlo, dado que has intentado quedar mejor
mencionando a Alejandro Dumas padre --esbozó
una sonrisa sardónica.
--Tú has sido el que ha mencionado al autor con su
nombre completo.
--Eso es sólo un producto de mi basta cultura, no
tengo porque impresionar a la Barbie
Novata.
--Cállate.
-Hecho. Pero que conste que esto va contra el
espíritu del debate y contra mi libertad de expresión. Es antidemocrático.
Ella apretó los labios, enfadada.
Miguel volvió a los márgenes de su libreta.
--Oh, por los dioses antiguos y nuevos…
También odiaba a su profesora de E.F.
--A mí tampoco me hace ninguna gracia --le aseguró
la chica pasándole una raqueta.
--¿No es bastante castigo jugar al bádminton? ¿Hay
que jugar con un compañero?
--¿Y cómo íbamos a jugar si no?
--Contra la pared.
--Eso no tiene gracia.
--El bádminton tampoco la tiene.
--¿Eres tan desagradable siempre o sólo cuando
hablas conmigo?
--Que egocéntrica. Soy borde con todo el mundo.
--Lo que eres es idiota.
--Soy un borde excéntrico y desagradable, no un
idiota.
--Son sinónimos.
--Mentira.
--Verdad.
--¿Por qué no te vas a buscar a Edward Cullen y me
dejas en paz?
--Vaya, te sabes el nombre, ¿has leído los libros?
--Me leí el artículo de la Wikipedia para poder criticarlo con propiedad.
--Para criticarlo con propiedad tendrías que leer
el libro.
--Aprecio demasiado a mis neuronas.
--Imbécil.
--Carpetera.
--¡Retira eso!
--¡Silvia! --la profesora y el resto de la clase la
miraban-- ¿El primer día de clase y ya dando problemas? --la reprendió.
Ella se sonrojó al oír las risitas.
Miguel adoraba ganar.
--¿Edgar Allan Poe?
Miguel alzó la vista de El corazón delator, irritado.
--Sí.
--No creí que fuese de tu estilo.
--Ya ves.
--Me imaginé que serías más… Gótico.
--Esto es novela gótica.
--Me has entendido.
--No soy gótico.
--Bueno, siempre vas de negro.
--Soy un mortífago --ironizó.
Ella frunció el ceño.
--¿Referencias a Harry Potter?
--Soy fan de Harry
Potter.
--¿Fan de leer los libros o potterhead?
Él arqueó las cejas.
--Potterhead. De Ravenclaw.
--Igual que yo.
--¿Pero potterhead en serio o potterhead en plan “adoro el dramione/dranny/harmione”?
--Soy del drarry --le corrigió indignada.
Él parpadeó, sorprendido.
--¿Y cómo es que lees Crepúsculo?
--¿Tú no tienes placeres culpables?
Miguel recordó las novelas de Sarah Mclean que
guardaba bajo la cama junto con su DVD de Amor
y otras drogas.
--No.
--Por favor, no me hagas esto --suplicó.
Silvia sonrió, llena de maldad.
--Hicimos una apuesta --colocó el primer tomo en su
mesa, ignorando su gesto de horror.
--¡No es mi culpa! ¿Quién podría imaginarse que
Robin y Tedd iban a acabar juntos?
--Yo lo hice.
--Tú no cuentas.
Ella rió, divertida.
--Tendrás que leértelo. Agradece mi bondad al no
hacerte leer también el libro de Bree Tanner.
--Por favor --suplicó --. No me hagas leer Crepúsculo. No podré mirar a mi padre a
los ojos si me haces leer Crepúsculo.
--No será para tanto.
Su padre le había leído El Hobbit de niño. Su padre le había regalado Harry Potter y La piedra filosofal. Su padre le había dado su
edición coleccionista de El señor de los
anillos cuando cumplió diez años. Su padre le había hecho ir disfrazado a
la librería cuando salió Harry Potter y
Las Reliquias de la muerte. Su padre le había dado Canción del Hielo y el Fuego a los catorce años. Su padre le había
puesto en el buen camino literario desde siempre, ¿y pretendía hacerle creer
que no le daría un infarto si le veía leyendo Crepúsculo?
--¿No eres un hombre de palabra, MJ? --el apodo por
el que le llamaban los de clase le hizo enfadar aun más.
--Lo leeré --le aseguró--. Y te llamaré
continuamente para decirte lo malo que es todo. Porque los malditos vampiros no
brillan.
--Ni beben sangre. Porque los vampiros no existen.
--¡No hay ninguna ventaja en que los vampiros
brillen! ¿Meyer no oyó hablar nunca de la selección natural?
--Léetelo.
--Creí que ahora éramos amigos.
--Lo somos. Los amigos se torturan unos a otros.
Las uñas de Silvia destacaban sobre la espuma roja
del bate. Eran de un tono claro de verde con pequeños topos rosas.
Miguel no debería fijarse en eso.
Lanzó la bola. Silvia casi le arranca la cabeza a
la profesora. Strike uno. Volvió a lanzar. Ni se ha acercado. Strike dos. Un
último intento. Se le escurre el bate. Miguel se da una palmada en la frente.
Strike tres y uno de los mayores ridículos que alguien podría imaginar. Fin del
juego. Fin de la clase. Última de la tarde. Mejor.
Después de cambiarse en los vestuarios se reunieron
en la entrada.
--¿Tomamos un helado?
--Hecho.
Estaban apunto de acabar el curso. Ya habían hecho
los exámenes y sólo querían descansar. Normalmente iban a tomar un café y a
charlar, pero según Silvia hacía un día demasiado bonito para meterse en una
cafetería. Era de esas personas a las que el calor y el sol le ponían de buen
humor. Era casi peor que su vena carpetera.
Se sentaron en un banco que parecía diseñado para
ellos. Debajo de un árbol. Sombra para Miguel y luz solar para Silvia.
--Se te va a derretir el helado.
--El helado se derrite, es ley de vida.
--Oigo el lamento de tus futuros dedos pegajosos.
--Mis dedos aguantarán.
--Sádica.
Ella se echó a reír. Él esbozó una sonrisa torcida.
--¿Qué crees que pasará pasado mañana?
--¿Respecto a qué?
--Respecto a nosotros. Nos darán las notas.
--Nos irá bien. Yo soy un genio y tú una empollona.
--Sabes lo que quiero decir.
Él se encogió de hombros.
--Seguiremos quedando y hablando. Y respecto a lo
otro…
--Continúa.
--Me gustas. Y obviamente yo te gusto. Pero somos
amigos. No quiero perder a una amiga.
--No vas a perderme --le aseguró.
Miguel se dedicó a su helado en silencio, antes de
responder.
--Somos adolescentes. Estas cosas nunca duran.
--Durará. Somos nosotros. Es como si nos saltásemos
cada regla de los adolescentes estándar.
--Nos esforzamos en ello.
--Encarecidamente.
--No estoy seguro.
--¿Esto tiene algo que ver con Raquel?
--Raquel sale con Tony.
--Pero le gustas tú.
--Pero ella a mí no me gusta.
--Eso espero.
Él suspiró.
--Si quieres que salgamos, saldremos.
--Suenas como si te estuviese obligando. No quiero
obligarte.
--Y yo no quiero decepcionarte. Porque no voy a
regalarte flores ni bombones, ni a dar conmovedores discursos. Y mi piel no
brilla con la luz solar.
--No espero que seas Edward Cullen. Que diablos, no
espero que cambies ni un ápice. Me gustas tú. Un bastardo cínico y borde
increíblemente friki y con un nombre ridículo.
--Deja a mi nombre en paz --gruñó.
--Me gusta tu nombre.
--Me cuesta creerlo.
--Es original.
--Déjalo, por favor. No cuela.
--Tenía que intentarlo.
Él suspiró.
--Está bien. Saldremos. Pero con una condición. No
pienso acompañarte a ver la película de 50 Sombras
de Grey.
Silvia se sonrojó.
--Placer culpable.
--No pude mirarte a la cara en una semana. Me sigue
costando hacerlo.
--Idiota.
Él le sonrió, agarrando su mano.
Por suerte, la que estaba pegajosa era la otra.
El primer beso fue después.
Bastante después.
A principios de Agosto.
--¡Eres un idiota!
--¡Y tú una cría!
--¡Te detesto!
--¡Yo mucho más!
--¡No sé por qué salgo contigo!
--¡Pues ya somos dos los que no lo sabemos!
Llevaban quince minutos discutiendo.
--¡Tengo derecho a escuchar la música que me gusta!
--¡En tu casa! No pienso dejar que mancilles mi
habitación.
--¿Mancillarla?
--¡Quieres escuchar a Britney Spears!
--¡Lo dices como si fuese Justin Bieber!
--¡No pronuncies ese nombre ante mi póster de AC/DC firmado!
--¡Eres insufrible!
--¡Tú también!
--¡Estoy harta del rock!
--¡Blasfemia!
--¡Vas a conseguir que odie a los Rolling Stones!
--¡Sacrílega!
Ella bufó, frustrada.
--¡Eres el chico más exasperante que he conocido!
--¡Y tú irritante!
--¡Desesperante!
--¡Frustrante!
--¡Insoportable!
--¡Inaguantable!
--¡Eres la persona más…!
Miguel la besó antes de pudiese acabar.
--¿Qué…?
--No lo sé --bufó, revolviéndose el cabello--. Sólo
quería que te callases.
--Oh.
--Ya.
--Que primer beso más romántico --ironizó.
--Podría haber sido peor.
--¿Cómo?
--Podría haber estado sonando Hot as Ice en vez de Angie.
Angie es una buena canción, bonita y
romántica pero con personalidad.
Ella sonrió.
--¿Cómo yo?
--Yo pensaba más bien en Audrey Hepburn…
Se echó a reír.
--Eres idiota.
--No estoy de acuerdo.
--Pero eres mi idiota.
--Por Led Zeppelin,
Silvia, tienes que dejar la novela romántica.
Volvieron a besarse.
Los labios de Silvia sabían a flores silvestres.
Pues nada, espero que os haya gustado. Ya os dije que no era nada del otro Jueves, pero ¡feliz cumpleaños!
Ohhh, qué bonito el relato <3 ¡Me ha encantado!
ResponderEliminarLo considero un efecto secundario de leer seis novelas románticas seguidas xD
EliminarMe alegra que te haya gustado =3